Miércoles 22 de agosto de 2001

 

El pecado (amar)

 
  La cosa ya se sabía por dónde iba a terminar. Lo anunciaban el vino, las flores, las páginas sueltas de un viejo libro de poemas que andaba por allí. (En estas situaciones los libros siempre ruedan al vacío para dejar espacio a lo importante).
Lo decían tus ojos. Lo dijiste, creo, pero quién se acuerda, estábamos demasiado ebrios. No hay droga más potente que el cuerpo del otro. "¿A qué crees que vine hasta aquí?", parece que fue la frase. (Un cartel de "bobo" apareció en el aire).
Las palabras se volvieron besos y los besos mordiscos. Nos quitamos con furia la ropa, el tiempo corría en contra nuestra, el destino no espera retrasos amorosos en la estación por donde se van los trenes del olvido. Además, los amantes siempre tienen premura. (Entonces se enteran de que dios no existe y nada, salvo la piel, los cuida).
Histéricos casi, entre Oliverio Girondo, los tintos amables de las zonas frías, trozos de palmitos y la salsa golf que manchaba el piso, nos perdimos en el baile de los desesperados. Fuimos dos. Fuimos uno.
Nunca curé las heridas de tu rabia.
Es la venganza de hombres y mujeres: acostumbrados a la prohibición, nos deleitamos en el pecado. Amansados por la felicidad que no llega, muchos preferimos el odio. Amenazados por la seguridad, bebemos sobre la cuerda floja del peligro. Advertidos de la tranquilidad, toreamos al dolor. Mentimos, golpeamos, pataleamos. Palpitamos en la era del plástico, las explosiones nucleares de mentirita y el racismo.
No hay placer sin tragedia. Ni pasión sin despedidas. Estuviste allí, ambos los sabemos, si dices vivir (si aseguras tal proeza), caminaste por estos paisajes, coleccionaste a Dioniso en el álbum de los buenos viejos tiempos, dejaste que la adrenalina te quitara la respiración. Abrazado a un par de piernas, rogando porque el alba no te devuelva la sensatez. Borracho de tanto grito y tanta promesa imposible. (¿No sabes dónde perdí la dignidad?).
De esa madera está hecha la consistencia, de la fluidez. Vecinos del vértigo y el doble mortal. Los corazones salvajes no saben hacer nada realmente bien. Por eso eso tienen algo para contar. Y contando se enamoran las chicas. (Los fracasados descansan su alma junto al río).
"¿Más?", preguntas mientras le sirves a la compañera de esta noche sin esperar una respuesta. Por suerte ella deja que traspases la frontera de lo debido. Qué importa, ya te ha visto tal cual viniste al mundo. (¿Alguien conoce el manual de las buenas maneras de la alcoba?).
"Tiene que ser pecado o tiene que ser delito, hacer el amor de la forma en la que anoche lo hicimos, a dentelladas cinturas y a manantiales delirios con la furia en los talones y el abuso en los colmillos", escribió Alejandro Sanz en su último disco "El alma al aire". No podemos -ni queremos- hacer otra cosa que envidiarle el apremio, la confesión. La cursi manera de ser sabio. La dulce manera de tener razón.
(Mejor que el pecado sea amarte).

Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar

   
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