Miércoles 8 de agosto de 2001 | ||
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Jorge Amado visto por Vargas Llosa |
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Ayer miles de brasileños acudieron al velatorio de los restos de Jorge Amado. En todo el mundo se lamentaban por su fallecimiento. "Es una pérdida enorme", dijo José Saramago. "Fue y será el mayor escritor brasileño", sentenció Pablo Coelho. Aquí reproducimos fragmentos de un artículo que escribió Mario Vargas Llosa en 1997, dedicado al brillante escritor. Un perfil profundo que fue publicado originalmente en el Folha de Sao Paulo. |
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Estuve en Salvador, Bahia, en 1982, para la fiesta de los 70 años de Jorge Amado, y quedé maravillado con el entusiasmo con que la gente del pueblo festejaba. Yo sabía que él era una figura popular en la tierra que su fantasía y su prosa volvieron famosa en todo el mundo, pero nunca imaginé que ese prestigio y cariño tuviesen raíces en todos los segmentos sociales, comenzando por los más pobres, donde es improbable que se leyeran sus libros. Pensé: "Extraña y original tierra, en donde los escritores son tan famosos como los jugadores de fútbol". Pero no eran todos los escritores: era Jorge Amado. No exagero nada. Aquella conmemoración comenzó en el mercado central de la ciudad, donde él era reconocido por todo el mundo, y donde los vendedores de peces, los compradores de hortalizas, malabaristas o fiscales municipales se acercaban para darle los parabienes. Lo más sorprendente fue descubrir que el novelista conocía a esa multitud de admiradores por el nombre y el sobrenombre, pues trataba a cada persona de "tu" y "señor". Que los bahianos se sientan felices por tener a alguien como Jorge Amado (nacido en un lugarejo del interior, Ferradas, en la Fazenda Auricídia, en 1912, y que vive sus 85 años con soberbia salud de cuerpo y espíritu), es apenas un acto de justicia. Y no sólo por la vasta obra literaria que salió de su fértil imaginación; también porque Jorge Amado hace crecer, como su talento de creador de historias, una humanidad generosa y franca, brindad a puñados, y crea a su alrededor, donde quiera que esté, un clima cálido y estimulante que, para quien tiene la suerte de disfrutarlo, lo reconcilia con la vida y lo hace pensar que, a pesar de todo, los hombres y las mujeres de este planeta tal vez sean mejores de lo que aparentan. Lo conocí como lector cuando era estudiante universitario, en la Lima de los años '50, y recuerdo inclusive los dos primeros libros suyos que leí: su novela de juventud, Cacao, y su biografía novelada del líder comunista brasileño, figura mítica de la época, Luis Carlos Prestes, O Cavaleiro da Esperança. En aquellos años, los de la guerra fría en el mundo y de las dictaduras militares en América Latina, no olvidamos que su imagen pública y su obra literaria se identificaban con la idea del escritor militante, que usa la pluma como arma para denunciar las injusticias sociales, las tiranías y la explotación, y para ganar adeptos para el socialismo. Los escritos de Jorge Amado de entonces, como los de sus contemporáneos hispanoamericanos de la época -el Pablo Neruda del Canto General, o el Miguel Angel Asturias de Weekend en Guatemala, Viento Fuerte, y La Papa Verde-, parecían animados por un ideal cívico y moral (revolucionario es la palabra indispensable), al mismo tiempo estético. A menudo, como en los libros citados, aquél perjudicaba a este último. Lo que entonces salvó a Jorge Amado de la trampa en la que caerían muchos escritores latinoamericanos "enganchados", que se volvieran, como quería Stalin, "ingenieros de almas", o sea, meros propagandistas, fue que en sus novelas políticas un elemento intuitivo, instintivo y vital vencía siempre al ideológico y destruía los esquemas racionales. Aún así, con la perspectiva traída por el tiempo y por los cataclismos históricos que en estas décadas servirían para mostrar las ilusiones y los mitos que adornaban al socialismo real, aquellos escritos suyos perdieron la combatividad y la frescura que tenían cuando mi generación los leía con avidez. En otras palabras, envejecieron. Pero lo primero que percibí fue al propio Jorge Amado que, sin el escándalo de romper con los traumas que destruirían tantas carreras literarias, con la elegante discreción y la constante paciencia con que siempre circuló por la vida, dio media vuelta en su literatura, despolitizándola, expurgándola de presupuestos ideológicos y tentaciones pedagógicas, abriéndose de par en par hacia otras manifestaciones de la vida, comenzando con el humor y terminando con los placeres del cuerpo y los juegos del intelecto. Habiendo comenzado a escribir en su adolescencia como un escritor maduro, casi un viejo, Jorge Amado comenzó luego a rejuvenecer, con historias deliciosas: Dona Flor y Seus Dois Maridos, Gabriela, Cravo y Canela, Tereza Batista, Cansada de Guerra, Tieta do Agreste, Farda Fardâo Camisola de Dormir (deliciosa sátira sobre las intrigas entre los académicos, menos divulgada que otras, a pesar de su humor sutil y de su devastadora crítica a la cultura burocratizada), y las que vinieron después, una curiosa falta de respeto a la cronología mental, algo que, como escritor, hace de él una especie de Dorian Grey, un novelista que, libro tras libro, salta, se divierte y exhibe como niño genial, con sus travesuras verbales, sensuales y anecdóticas, en verdaderas fiestas narrativas. El enorme éxito que sus libros alcanzaron entre lectores de tantas culturas diferentes no debe verse únicamente en la buena obra artesanal con que sabe construir sus historias, la picardía y el color de sus diálogos, la gracia con que delinea a sus personajes, alinea y descubre las tramas, felizmente todo eso fue decisivo para que sus novelas encuentren eco en un público tan heterogéneo. También deben estar influidos por la espléndida sanidad moral que de ellos emana, el optimismo con que el destino humano es encarado en esas historias, sin que eso signifique que la visión de la condición humana por ellas propuesta peque de ingenuidad o tontería, como ocurre por desgracia con muchos escritores contemporáneos que levantaron en serio el espantoso slógan de publicidad: "Pensamientopositivo". Nada de eso. En las novelas de Jorge Amadono hay inconsciencia y miopía frente a la adversidad, a las horrendas provocaciones con que la inmensa mayoría se confronta diariamente. Sufrimiento, engaño, abuso, mentira y estupidez están presentes en ellas, tanto como en la vida de sus lectores. Pero en sus novelas, y ese es uno de los mayores encantos que se destacan, todas las desventuras del mundo no bastan para torcer el deseo de supervivencia, la alegría de vivir, el ingenio juguetón para superar el infortunio,que animan a sus personajes. El amor por la vida es tan grande en ellos que son capaces, como le ocurre a la excelente Doña Flor y su marido difunto, de resucitar a los muertos y devolverlos a una existencia que, con todas las miserias que ella implica, está repleta de momentos de placer y felicidad. Ese disfrute de los pequeños placeres, al alcance del ser anónimo, que vibra en todas sus historias -saborear una copa de cerveza helada, una conversación sabrosa, elogiar un cuerpo deseable que pasa, cultivar amistades fraternas, ver un ave que rasga el cielo inmutable- es intenso y contagia a los lectores, que acostumbran a salir de esas páginas convencidos de que, sean cuales fueren las ruínes circunstancias en las que vive, siempre habrá en la vida humana un lugar para la diversión y otro para la esperanza. Encontramos en pocos escritores modernos una visión tan "sabia" de la existencia como la que emana de la obra de Jorge Amado. En general (y creo que hay pocas excepciones a esa tendencia), el talento de los grandes creadores de nuestro tiempo dio testimonio, principalmente, del destino trágico de los hombres, exploró los sombríos abismos en los cuales puede uno despeñarse. Como lo explicó Bataille, la literatura representó principalmente el "mal", la vertiente más destructiva y agria del fenómeno humano. En contrapartida, Jorge Amado, como acostumbraban hacer los clásicos, exaltó el reverso de esa medalla, la bondad, la alegría peculiar y la espléndida grandeza que la existencia también contiene, y que, en sus novelas, hechas bien las cuentas, termina siempre ganando la batalla en casi todos los destinos individual No sé si esa concepción es más justa, digamos, que la de un Faulkner o de un Onetti, que son su opuesto. Pero, gracias a su hechizo de consumado escritor y la convicción con que fantasea en sus historias, no hay duda de que Jorge Amado es capaz de, con ellas, seducir a millones de lectores agradecidos. En los años '70, cuando, lleno de temor pero también de emoción, inicié la aventura de escribir La Guerra del Fin del Mundo, novela basada en Euclides da Cunha y en su Guerra de Canudos, pude experimentar en carne propia la generosidad de Jorge Amado (y, claro, de Zélia, la maravillosa compañera, anarquista gracias a Dios). Sin la ayuda de Jorge, que dedicó mucho tiempo y energía dándome consejos, recomendándome y resentándome a amigos -citaré, entre otros, a Antônio Celestino, Renato Ferraz y el historiador José Calazans-, nunca hubiera podido recorrer el sertón bahiano y penetrar en los laberintos de Salvador. Allí pude ver de cerca cómo Jorge Amado aprovecha el tiempo dando una ayuda a quien se acerca, desdoblándose, en detrimento de su trabajo, para facilitar las cosas y abrir las puertas para quien pinta, compone, esculpe, baila o escribe; la sabiduría con que cultiva la amistad y evita esos deportes -las intrigas, rivalidades, boatos- que amargan la vida de tantos escritores; su invalorable simplicidad de persona que no parece haber entendido que, sin embargo, la vanidad y la pompa también son de este mundo e infaliblemente afligen a los que alcanzan una fama como la que él conquistó. Cuando era joven, yo jugaba con un amigo adivinando cuáles escritores de nuestro tiempo encontraríamos en el cielo, si éste existiese. Iniciamos unas listas muy rigurosas, cuya elaboración nos daba un trabajo de los diablos, y lo peor es que, tarde o temprano, los habilitados hallaban una manera para que los tirásemos de allí. En mi lista actual, hecha hace mucho tiempo, queda un solo nombre. Y apuesto que ninguna persona que haya conocido y leído a Jorge Amado sea capaz de removerlo de la lista.
Cantando al amado Escritores de todo el mundo lamentaron la muerte de Jorge Amado. "Difundió el mito brasileño en los cinco continentes y en todos los idiomas modernos", dijo Mario Vargas Llosa. José Saramago calificó su muerte como "una pérdida enorme" para el idioma portugués y la literatura internacional. Miles de brasileños acudieron al velatorio de Amado. El anuncio de la muerte generó una conmovedora manifestación de cariño por parte del público presente en un espectáculo de Caetano Veloso, en Salvador que tras definir a Amado como "un ser con una gran luz", entonó, acompañado por miles de voces, la canción de la versión cinematográfica del libro "Tieta do Agreste". Análisis: "Que cada cual cuide su entierro" Cuando se menciona a Jorge Amado, los mayores pensamos en "Doña Flor y sus dos maridos", "Capitanes de la arena" o "Gabriela clavo y canela" que además se llevaron al cine. |
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