Domingo 1 de julio de 2001

 

Los mapuches del este rionegrino se unen contra la miseria

 

Viven en los parajes ubicados en el límite de la meseta de Somuncura. Según ellos, para vencer la marginalidad tienen que volver a los orígenes.

  El kultrum rompe el silencio de la noche. La taielera que lo hace sonar acompaña el repiqueteo con un gemido gutural, mezcla de canción y llanto que emociona, se extiende y envuelve al grupo en un clima de dolor.
Los mapuches del este rionegrino, habitantes olvidados de los parajes ubicados en el límite oriental de la meseta de Somuncura, están hartos. Desde el año pasado se reúnen sabiendo que no hay alternativa. "Basta de tanto silencio, basta de tanta vergüenza, No somos menos que nadie", se lamenta Manuel Cayul, el líder de Arroyo Los Berros que convocó a unos 100 indígenas para compartir vivencias, recuerdos y sobre todo la convicción de que no queda otra posibilidad que iniciar una lucha pacífica, pero firme, para terminar con los atropellos a los que fueron sometidos.
La vuelta a los orígenes es el camino para vencer a la marginación. El reconocimiento como entidad con derechos específicos, con una lengua, con costumbres, con arte y con raíces les brindará a los mapuches la unión que necesitan para reclamar y empezar a ser oídos por las autoridades.
Existen, aunque pocos lo sepan. Algunos, en los valles de los arroyos que bajan desde la meseta. Otros, en la planicie, desperdigados en ranchos junto a las lagunas, cuidando alguna punta de ovejas o de vacas. Luchando contra el clima casi insoportable, en la miseria, perdiendo día tras día lo poco que alguna vez tuvieron. Y muchos más, habitando ciudades de esta región; la mayoría de ellos renegando de su raza, con apellidos cambiados, avergonzados, golpeados brutalmente en su autoestima por tantos años de sojuzgamiento.
Manuel Cayul se para frente a su comunidad y dice: "muy escasamente nos ven las autoridades, pareciera que nosotros fuéramos servidores cuando ellos quieren el voto. Nosotros también somos ciudadanos argentinos, hacemos nuestro sacrificio en el campo para dar de comer a nuestros hijos, para vestirnos. Cuántos hermanos sufren, cuántos hermanos están...". Su voz se entrecorta y le cuesta continuar.
"Es muy triste lo que estamos pasando. Nos han despreciado, marginado, nos han dicho que los hijos nuestros no sirven ni para educarlos, porque son borrachos, porque son rateros, porque somos atorrantes", afirma con lágrimas y con voz suave pero firme, con humildad pero sin dudas. Sin soberbia, pero con una contundencia que conmueve.
En ese clima empezaron un nuevo año los mapuches de Los Berros, con sus hermanos de Sierra Pailemán, Arroyo Verde, Arroyo de la Ventana, Sierra Grande, San Antonio, Valcheta, Viedma y Patagones. Es la segunda vez que se reúnen para festejar el Uño Tripantu, como llaman a la celebración del "año que vuelve". El año pasado la ceremonia no estuvo cargada de tan fuerte contenido ideológico. Fue una excusa para reunirse con mapuches de otros lugares. Ahora, con más experiencia y empujados por una realidad que los muestra marginados, más hundidos en la pobreza, los mapuches se unieron para expresar indignación.
"Esta vez hubo más ánimo, como que el creador nos dice "no se callen", afirma Cayul. "No es casualidad tanto silencio tantos años. No es casualidad que en el 2000 nazca un movimiento así, es la fuerza del Futachau que nos acompaña, ni el viento sopla siquiera como si El nos estuviera escuchando. ¿Por qué tanto silencio, porqué tanta vergüenza?, aquí estamos, juntos", grita. "Feley, peñí, feley", responden sus hermanos. El kultrum vuelve a sonar. El grupo sigue su camino, convencido de que alguna vez podrá terminar con la postergación y el olvido.
Pedro Caram

Ancianos y niños unidos por la raza

Este último Uño Tripantu reunió en Los Berros a un variado grupo de mapuches, desde Doña Catalina Rondeau de Maripán, hasta muchachitos de 12 años, que acompañaron a sus padres en la ceremonia religiosa. Pero la disparidad presentaba puntos en común. Todos aspiraban por la recuperación de las costumbres y los derechos perdidos.
Algunos llegaron desde muy lejos, como el grupo de unas 25 personas que en un viejo colectivo viajó desde Patagones.
Entre ellos recorrió los más de 350 kilómetros que separan a la ciudad maragata del pequeño paraje sureño, la anciana Catalina, quien busca desesperadamente a su hijo Raúl Oscar Maripán, que a principios de los 80 se fue de su casa y nunca regresó.
Entre lágrimas, aprovechó la reunión para pedir que lo busquen porque quiere volver a verlo. Maripán debe tener unos 50 años y hace unos 20 partió de Patagones, aparentemente rumbo a Chubut.
La anciana nació en Sierra Colorada, en plena Línea Sur. "Me criaron mi padre y mi abuela.
Ellos nunca quisieron enseñarme la lengua aunque eran muy "lenguaraz" porque decían que me iba a enseñar el "huinca"", dice la mujer de baja estatura que apenas puede caminar apoyada en su bastón.
Después de 70 años, Catalina volvió a ver un nguillatún, como llaman los mapuches a sus ceremonias religiosas en honor al Nguenechén o Futachau, su Dios. Como ella a sus 12 años, Atahualpa Martínez de Patagones y Soledad Antenao del paraje sureño, participaron en el reciente Uño Tripantu.
Fueron los "piwichenes" -niños sagrados de la ceremonia- encargados de distribuir los elementos con los que se llevaron adelante las rogativas.
Ellos no dejarán pasar 70 años para que vuelva a realizarse otro nguillatún. Están convencidos, junto a sus padres, de que deben pelear por sus costumbres, que deben recuperar su lengua y en esa tarea están involucrados desde hace un par de años.
Como ellos, Nancy Antenao, una maestra de San Antonio que reside en Valcheta intenta conformar una comunidad indígena en el pueblo en el trabaja.
En cada localidad y paraje de la zona hay mapuches decididos a recuperar su raza. Acordaron reunirse de tanto en tanto para trabajar unidos. "Yo sueño con volver a las tolderías", sintetizó un joven venido de Arroyo Verde que a pesar de portar una grabadora y vestir jeans no pierde sus utopías de conseguir algo de todo lo que su gente perdió en estos años de atropellos. (P.C)

Doña Teresa, la que lleva el kultrum y canta

Uno de los personajes más destacados de la última reunión de mapuches en Arroyo Los Berros fue Teresa Epulef, una mujer llegada de Patagones quien hace 20 años regresó a su cultura y volvió a hablar su lengua. "Yo nací en Yaminué, cerca de la meseta de Somuncura. Eramos siete hermanos y todos hablábamos la lengua. Yo era `piwichén" cuando se hacían los camarucos", recuerda.
De adolescente fue llevada a San Antonio porque a sus padres les decían que en el campo los chicos se hacían "atorrantes". "Empecé a trabajar en una casa de familia y me acuerdo que mi patrona me pegaba", dice. Antes de cumplir los 20 volvió a Valcheta donde se habían trasladado a vivir sus padres. Y poco después se casó.
"Mi marido era un español que trabajaba en el ferrocarril. El me prohibió hablar la lengua y durante 20 años me callé. El murió en el 75 y en el 80 yo empecé a buscar datos sobre las costumbres mapuches, un poco haciendo memoria y otro poco consultando", expresó.
Así fue que comenzó a enseñar tejido de matras e hilado. "Yo sé teñir hilo con hojas", dice orgullosa. Además cocina unas empanadas picantes imperdibles. "Antes comíamos `mote" y tomábamos `mullaico"". Teresa es la taielera de la ceremonia religiosa, es decir la que lleva el kultrum y canta. "Antes las taieleras eran como diez, pero ya se van empezar a sumar más", afirma esperanzada recordando antiguos y multitudinarios nguillatunes (ceremonia religiosa).
Teresa conoce muchísimo de su cultura y es, de alguna manera, quien se encarga de enseñar a los demás. "En este Uño Tripantu pedimos por la abundancia para todos, que haya alimentos, y además expresamos que queremos batallar, seguir con nuestra cultura, transmitir la esperanza a nuestros jóvenes. Mari chi guau, vamos a vencer, vamos a vencer", grita. (P.C.)

Manuel Cayul , el guía espiritual

Arroyo Los Berros es un paraje ubicado unos 165 kilómetros al suroeste de San Antonio Oeste, junto a la meseta de Somuncura. Viven unas 200 personas cada día más empobrecidas, casi todos de origen mapuche. Sin embargo, económicamente están un poco mejor que otros parajes cercanos, como Arroyo de la Ventana, Cona Niyeu, Sierra Pailemán, entre otros, "porque el comisionado consiguió unos 15 o 20 planes Trabajar", dice Manuel Cayul, el líder espiritual de la comunidad.
Cayul fue el organizador del encuentro realizado el fin de semana pasado. Aún no ha sido declarado "Lonco" -cacique-, para lo cual se requiere una votación, pero tiene el respaldo de su gente.
Desde la tarde del sábado, antes de comenzar al celebración del "año que vuelve", una sagrada ceremonia mapuche, Cayul dejó en claro la indignación y el hartazgo que sienten sus hermanos de raza. Las quejas son variadas: algunas históricas, que datan desde la conquista. "Nos discriminaron, nos marginaron, dijeron que nuestros hijos no sirven para nada, porque son borrachos, rateros y atorrantes", expresa. Luego sigue con la distribución de sus tierras. "Esta tierra, esta mapu que Dios nos dio, es nuestra. No puede ser que nos den dos o tres leguas de campo mientras otros ricos opulentos tienen 30 o 40 leguas y son solos, nosotros tenemos hijos", dice, dolorido.

foto: Los mapuches exigen el reconocimiento como entidad con derechos específicos, con una lengua, con costumbres,con arte y con raíces

   
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