Miércoles 18 de julio de 2001
 

Olivos por dentro, en sus días de máxima tensión

 
  El tratamiento de la crisis tiene una intimidad que desnuda la otra cara de los actores, ésa que expresa las tensiones, los enojos, el calificativo duro, el golpe de puño sobre la mesa o, como Nikita Kruschev, pateando papeleros en la Crisis de los Misiles.
Las sucesivas reuniones que en los días últimos se concretaron en Olivos entre la cúpula del gobierno y dirigentes y gobernadores radicales, no escaparon de tejer una historia de reacciones y conductas por demás elocuente de la instancia que vive el poder.
Una fuente que participó de esos paliques comentó -por caso- que en un momento dado la piel del presidente Fernando de la Rúa se "brotó de rojo" cuando alguien recordó expresiones de Rodolfo Terragno diciendo que al gobierno se le habían acabado las ideas. En un gesto inusual en él, el mandatario se "aflojó la corbata y gritó: "Terragno, Terragno... aparece y desaparece, siempre la misma historia".
Contó la fuente que a lo largo de esos encuentros "había un gobernador que, casi como si hubiese existido un acuerdo para que cumpliera esa función, siempre se encargó de estar sentado cerca del mandatario del Chaco Angel Rosas, para tratar de que no "dijera muchas boludeces", o sea, cortarlo rápido para que no terminara repitiendo aquello de que el presidente "está sobrepasado por los acontecimientos".
"El más callado de todos los que participamos en ese encuentro siempre fue Rafael Pascual (presidente de la Cámara de Diputados). Mientras todos estábamos abocados a buscar alternativas a la crisis financiera, él de tanto en tanto salía con los "intereses del partido... y que el partido esto y el partido lo otro. Era notable, nosotros casi nos olvidamos de que éramos radicales, y Rafael insistía "el partido, el partido", comentó otra de las fuentes consultadas.
-Hubo momentos -acotó- en que el silencio fue brutal. Duraba una eternidad, sólo la tenacidad de unos pocos -el jefe de Gabinete Colombo o el ánimo del gobernador Pablo Verani- animaba al grupo a seguir conversando. En la cena del jueves ese silencio apareció y reapareció casi como diciendo "bueno muchachos, está todo acabado: lo mejor es chapar la mandolina e irse a casa. Todos miraban al mantel... El que no miraba la copa, se entretenía con un cubierto o alguna miguita... Nadie se animaba a tomar nada por el ruido que provocaría... ¡Era un velorio terrible!"...
     
     
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