Viernes 13 de julio de 2001

 

Análisis: La dirigencia muestra sus limitaciones

 
  La crisis humilla al país.
Y denuncia las limitaciones de la dirigencia argentina para superarla.
Es la "crisis de la política".
De frente a ella, desde la dirigencia emergen dos tipos de discursos.
Uno: el de Carlos Reutemann, por caso. Responsable. Estructurado desde la racionalidad. Consciente de que lo que está en juego es "todo o nada" para el futuro de la república, que no hay espacio para la palabra fácil, ideologizada y demagógica.
Dos: el discurso al que lamentablemente apela el ex presidente Raúl Alfonsín. Se vertebra desde la peligrosa y repudiable convicción que la amenaza es una herramienta legítima para ayudar al gobierno nacional ante la crisis.
Porque no es otra cosa que amenazas -hasta extorsión se podría llegar a pensar- las advertencias que el ex mandatario hizo en las últimas horas al señalar que el radicalismo puede dejar solo al gobierno y que hay que dejar de pagar la deuda externa.
Alfonsín no ignora que, de concretarse lo primero, el resultado posiblemente sea neutro. Que esté o no el radicalismo en el poder, tal vez poco incida debido al desprestigio que acarrea ese partido. Incluso quizá al presidente De la Rúa le convendría quedar con las manos libres y reformular el bloque del poder sin el seudo progresismo que representa Alfonsín. Apuesta riesgosa, pero factible.
Pero lo que importa aquí es el método utilizado por Alfonsín para influir sobre el gobierno: la amenaza.
El creerse que él -Alfonsín- es una pieza esencial en esta hora. Hablar desde el convencimiento que se olvidaron sus limitaciones ante la crisis económica que derrotó su gobierno.
Por esa historia es que en este discurso del Alfonsín de hoy se alimenta de cierta cuota de impunidad por parte de él.
Aquella amenaza importa tanto como la cuestión de no pagar la deuda externa.
El ex mandatario sabe que no hay recursos de poder para instrumentar tamaña propuesta que -alentada desde una cosmovisión épica e irracional de la política- tiene más de demagógico que de conducente.
Porque al decir que no hay que pagar la deuda externa se asocia a una conclusión carente de toda lógica: creer que sin ese pasivo la Argentina será un país plagado de justicia social y que años venturosos la están esperando a la vuelta de la esquina.
Pero este discurso amenazador tiene su historia. Germina en una imposibilidad muy recurrente en la forma y estilos de hacer política del ex presidente: la de trabajar desde ideas formulando propuestas fundadas en racionalidad.
Una carencia muy extendida en el radicalismo.
   
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