Domingo 29 de julio de 2001

 

Un día cualquiera

 
  Sentir que estamos vivos. ¡Ey! Estamos vivos. Lo dice a cada momento Abilio Estévez en su "Manual de tentaciones" (Tusquets), uno de los libros más profundos que hayan salido de la literatura latinoamericana de los 20 años últimos.
Estévez reivindica las formas paganas de la existencia: el placer, el desenfreno de los cuerpos, la pasión que nos desgarra y gratifica. Ante la inminencia de la muerte, la única garantía que nos queda es nuestra propia capacidad de sentir y de decir. Porque Estévez pronuncia la vida tal cual lo hizo el dios cristiano en el principio de los tiempos, para que nada se olvide, para que reflorezca el encuentro.
Sus frases son bellas, perfecta síntesis del espíritu hedonista. Es sensual y sexual en el más amplio de la palabra. No habla un hombre ni una mujer, habla un ser humano ansioso por lo que vendrá. Abilio, como tantos de nosotros, no sabe, no quiere esperar.
"Señor, déjanos caer en la tentación y no nos libres de ningún mal: permítenos creer que estamos vivos", escribe en un párrafo que destaca un estilo descriptivo y poético: original, rebelde a ultranza.
Y en un instante exquisito, a poco de comenzar el libro, dice: "Elegir una puerta es dejar puertas sin abrir/Un placer presupone que muchos placeres no serán vividos, así como cada tristeza dispensa de tantas tristezas./El amante que llevas a la cama es sólo uno entre todos los posibles./La palabra escogida impide el uso de un número indefinido de palabras./Visitas una ciudad para que otras ciudades queden esperando por ti./El día que amanece para tu muerte es un día cualquiera, una casualidad".
Estévez nació en La Habana en 1954. Es autor de la novela "Tuyo es el reino" (Tusquets) y del volumen de cuentos "El horizonte y otros regresos" (Tusquets). Con "Manual de tentaciones" obtuvo en 1986, el Premio Luis Cernuda de Sevilla y, un año después, el Premio de la Crítica Cubana.
Peleando a la contra, como el viejo Charles Bukowski, Estévez insiste en el último texto de su obra: "Amor mío, conozco el odio bajo todas sus formas. El odio es un viejo baboso y una doncella y un dios. El odio es el odio y digas lo que digas qué bueno es poder alimentarlo con tu propia sangre, como un niño que fuera formándose en tu vientre, como un niño que naciera de ti y siguiera unido a ti por una placenta que nadie pudiera cortar".
Es el odio que alimenta la letra y el amor, por Estévez, por ejemplo.

Claudio Andrade

   
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