Miércoles 25 de julio de 2001 | ||
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Ojos muertos |
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Los ojos de Aki Ross, la heroína de "Final Fantasy", están muertos. No dicen nada. No tienen historia. La discusión ya ha recibido la bandera de largada: ¿Sobrevivirán los actores de carne y hueso a la embestida de los seres virtuales? Es parte de la misma fuente ideológica que se pregunta si el libro terminará de sucumbir ante las consolas de alta definición, o si los padres del futuro preferirán hijos moldeados por la naturaleza o la manipulación genética. Son interrogantes idiotas. Como la pregunta de la tía boba que inquiere al crío: ¿A quién quieres más, a tu mamá o a tu papá? U otros mucho más comunes en la fría posmodernidad: ¿Me amas? y ¿Por qué me amas? Ese tipo de cosas no tiene respuesta. Sí, es cierto que los ojos de la dulce Aki son fríos como el vodka recién salido del freezer. Líquidos pero carentes de color. Rebozan de indiferencia, están hechos para ser vistos, no para ver. ¿Responde eso de algún modo la primera pregunta que ya han lanzado los estudios a través de sus agentes de prensa? Por supuesto que no, la leyenda debe continuar. Es más sencillo calcular qué le costará más barato a Hollywood: ¿una actriz real o una virtual? Allí estarán prestas las calculadoras para hacer proyecciones: "A ver... si multiplicamos el costo por el probable beneficio, con una posibilidad de error de 3%, nos daría una performance positiva, aunque si el personaje convence al 75% del público, recuperaremos los costos más alguna ganancia, pero sería insuficiente, con lo cual más nos conviene contratar a Robert De Niro". Aki no tendrá problemas con la policía como Robert Downey Jr., ni se casará 11 veces con rappers de turno. No hará pedazos la pieza de su hotel como Johnny Depp, no se subirá borracha a un avión transatlántico, no llorará detrás de la cámara, no tendrá hijos que mueran de una sobredosis. No amará. No odiará a las otras estrellas rutilantes del firmamento cinematográfico. No leerá en sus ratos libres. No será hija de la improbabilidad, un resultado, un clic, un suspiro de dios. Vivirá como Barbie y Kent, como el androide femenino de "Bladde Runner", condenada a un pasado inexistente. Y en el mejor de los casos, en un futuro súper sofisticado cuando ya no podamos diferenciar un pixel de un lunar, recordará que nada es verdad. Sus años dorados serán procesados por una computadora. Una chica, mezcla rara de Jodie Foster y Linda Hamilton, esclava de su certeza. Esta odiosa sensación, bien humana, de que todo concluye al fin, que un día cualquiera arribará la nada, la autoconciencia del azar -necesitados del alma o la religión-, nos vuelve mitológicos y por lo tanto libres. Si así lo queremos. La máquina del cazador de "Blade Runner" percibía esto: la respuesta exacta de una mente sin pasado. Androides descansando sobre una batería recargable. Una vez que hayamos salido de la sala, Aki permanecerá en el oscuro silencio de los chips hasta que alguien la "despierte". El resto de nosotros aún seremos parte del gran álbum de la vida. Aunque nos duela. Claudio Andrade |
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