Miércoles 11 de julio de 2001

 

Relecturas

 
  Este es el mito: en alguna otra vida o en alguna otra dimensión, desconocida para nosotros, simples inmortales, ya hemos leído todos y cada uno de los libros que leeremos durante esta vida. El día en que hayamos concluido la última línea de ese último libro, nuestra existencia se derrumbará velozmente -será un odioso accidente, una definitiva enfermedad, la tristeza de Cioran, la cicuta de Sócrates o la daga de Julieta- hasta llevarnos al único final posible de esta historia: la oscuridad.
-Hummm, eso se parece mucho a Borges, confirma él -saco, remera, un "chico de la moto" escapado de "La ley de la calle"-, que no sabe que ya leyó "El Aleph" y que todos, al parecer, hemos leído a Jorge Luis Borges alguna vez en una ruta anterior. Buda, por supuesto, Napoleón, Kurt Cobain y Mohamed Alí, cada uno a su turno, en el eterno retorno, se ha encontrado con el trazo del maestro. No hacemos sino repetir malamente sus versos. Borges, incluso, debe haber leído a Borges.
-Además... ¿por qué esta vida?, insiste.
-Porque sí, mentimos.
Pero el joven intelectual, decidido a recuperar su cultura ganada-perdida en el transcurso del infinito, se apropia del apropio. Lo comenta con una amiga, y cuando la chica recibe el texto, sonríe (ella sí sabe pronunciar Kurt como se debe). Siente unos incontrolables deseos de darle un beso. Lo besa. ¿Pero no hicimos esto antes? ¿No sos vos el padre de mis hijos? ¿No fuiste vos quien me regaló un libro y una botella de champagne en mi cumpleaños número 35? Todo eso atraviesa frente a sus ojos. Duda.
Han pasado tantos años de esos tantos años que no recordamos. Tal vez el tiempo no pase, sólo gire. Acomodados sobre un sillón, como un gato holgalzán, vemos "Casablanca": otra vez la despedida.
Otra vez una atormentada sinfonía sale del parlante del equipo. Otra vez prendemos la vela que apenas ilumina un rostro. Bebemos cada segundo que imaginamos haber vivido. Exigimos con frenesí caricias ajenas, para que alguien nos quiera. El hastío sólo busca otro corazón.
Cuando el último libro sea leído se acabará este exilio. Todas las oportunidades habrán sido rotas. Aquel Buendía, posesionado por la frase final de Gabriel García Márquez, que hablaba de su propia finitud como personaje, recoge la misma idea. Ya hemos habitado esta geografía, y las penas, y las chicas que charlan en la esquina, son una revancha del más allá. Y ese pelo de mujer que tan bien huele, y esas manos, esos sueños, antes habitaron otro cuerpo. Todo ha sucedido. La unión y el vacío. Pompeya y El Bolsón.
Cada instante precioso que se escurre entre los dedos. La arena de nuestra ilusión, así, como nada, trasladada a su final. Otra razón para apropiarnos del deseo y la voluntad.
¿Me crees ahora que la espera es el mayor de los venenos?
Hasta el fin del mundo hemos llegado. Como los personajes que bosqueja Mempo Giardinelli en su libro "Final de Novela en Patagonia", alguien nos ha escrito en el cielo de papel. Solos o acompañados frente al abismo, 100 metros arriba de donde rompen las olas, enfrentaremos al destino.

Claudio Andrade

   
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