Domingo 8 de julio de 2001

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Neonazismo en Argentina

 

El lado oscuro de los hombres

 
  Parafraseando a Marx podríamos decir que "Un fantasma recorre el mundo...". Es el fantasma de la intolerancia, de las diversas formas de fanatismo, de los sectarismos, de la violencia verbal y física, privada y pública, moderada y radical.
Comencemos, como diría Verón, por sus condiciones de producción y reconocimiento. En una sociedad plural, heterogénea, fragmentada y fragmentaria, la búsqueda de algo sólido que nos haga sentir seguros, y su consiguiente preservación frente a todo aquello que pueda socavarlo, conduce a comportamientos y actitudes de intolerancia. En una sociedad polarizada por el tener, en la que el consumo y la economía salvaje de mercado son los únicos referentes que quedan en la vida cotidiana tras una crisis generalizada de valores y proyectos sociales, se potencia el sectarismo y a la vez encubren esta necesidad desmedida de seguridad, de pertenencia, de algún tipo de certeza.
Decía Wittgenstein que "los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo". Este mundo construido en el lenguaje, este espacio de la representación ha sido ocupado por muchos mundos, muchos sistemas de comprensión, acerca de los cuales no es fácil indicar cuál sea más verdadero.
Por primera vez en la historia, un amplio número de pensadores se niega a dar una justificación metafísica a una religión, a una cultura, a una ideología, a un colectivo humano frente y contra todos los demás. Puesto en tela de juicio el papel fundante de la razón, ¿qué nos queda? Por ahora, una especie de vertiginosa simultaneidad: los fundamentos del pasado, que parecían haber sido arrinconados por la razón y por la ciencia, vuelven a surgir con fuerza. Todos los seres humanos necesitamos un fundamento: un cimiento en el que apoyar el edificio de nuestra existencia, un principio y origen para nuestro sistema de creencias.
El racionalismo creyó que tales fundamentos eran infundados y colocó a la razón como único fundamento. Tras el fracaso del proyecto emancipador de la modernidad, se abrió a nuestros pies el más terrible vacío. Nada nos sustentaba. Caminábamos sobre el vacío. Ese nihilismo alimentó -y alimenta- en algunos sectores de la sociedad -de los que Argentina no está excluida- la búsqueda de un fundamento que dé sentido a la vida. Algunos lo encuentran en Eros; otros lo encuentran en Tánatos.
Hay una intolerancia explícita, anacrónica que conlleva una serie de estereotipos burdos sobre lo que considera diferente, que proclama sin ambages sus odios y aversiones y que no tiene reparos en ejercer la violencia. Una intolerancia que construye signos con las cuales exterioriza su existencia: vandalismo, graffittis, indumentaria, canciones, hasta sitios en Internet. Pero hay otra intolerancia, más peligrosa aún, que se expresa soterradamente y que se manifiesta cuando se sostiene que "el racismo es malo", "la discriminación es un hecho del pasado" pero, al mismo tiempo se protesta porque "los extranjeros vienen a quitarnos el trabajo" o "los inmigrantes incrementan el gasto social". Son los nuevas formas del racismo: la de aquellos que no definen sus propias creencias y actitudes como racistas -porque saben que el racismo no es socialmente aceptable- pero no pueden ocultar en sus expresiones cotidianas las huellas de sus sentimientos radicalmente intolerantes.

Nelly Sosa
* Profesora de letras en la UNC

   
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