Martes 3 de julio de 2001

 

En la geografía del vacío

 

"Hay que matar" (Alfaguara), la última novela de Andrés Rivera, se sitúa en una geografía que recuerda la Patagonia. Es un texto breve y profundo acerca del hastío, la existencia y las posibilidades del individualismo.

  El profundo sur es una geografía conocida por muy pocos. No hay señales, no hay caminos, no hay mapas oficiales para adentrarse en ella. Viejos habitantes de la Patagonia dicen haberla visitado. Los privilegiados cuentan qué colores esconde su primavera y qué tan duro es su invierno.
El profundo sur tiene un único pasadiso secreto -aparte de la sabiduría heredada de los onas, los alacalufes, los yaganes y los mapuches-, los libros. De algo que ya puede ser considerado una tendencia editorial, anotamos la obras fundacionales: "En la Patagonia" de Bruce Chatwin, "El mundo del sur del mundo" de Luis Sepúlveda y "El último confín de la Tierra" de Lucas Bridges. Hay otros, siempre hay, pero estos tres son una ruta segura.
Precisamente Chatwin le aseguró en una charla a Sepúlveda -luego de confirmar su propia e improbable "patagoneidad"- que los "patagones" eran los inventores de anécdotas y, por ende, de mentiras, más prolíficos del mundo. La Patagonia puede constituir el centro de un texto sin ser mencionada.
En este tiempo extraño, crítico, la Patagonia aparece como un imaginario y una realidad hecha de tierra, soledad y nieve. La Patagonia es igual de ubicable que el Macondo de Gabriel García Márquez. Pero a diferencia de aquella aldea increíble, la nuestra, otra geografía mágica, no tiene un narrador sino muchos. "Hay que matar", de Andrés Rivera, alude a la Patagonia que late sin tipografías. En "El Sur el Sur" transcurren las vidas de hombres y mujeres atormentados por la violencia y el hastío. Byron Roberts, después de dos o tres décadas, inicia una cruzada justiciera. En su camino quedan arrojados a los pájaros carroñeros, los asesinos de su padre, los violadores de mujeres indefensas y los opresores de los necesitados. Sabe que ellos apenas si son el instrumento de "La compañía". La empresa que trajo la libreta de cuentas y la cruz. El pecado y el perdón.
"Byron Roberts no recordaba cuándo fue la última vez que alguien pasó por El Sur del Sur, y le mostró papeles que, si Byron Roberts hubiese leído, dirían vaya a saber qué de su foja de servicios de sus ascensos, de las carencias de la comisaría a su cargo, del velado hastío que recorría las letras de los opacos informes que dirigía allá, arriba de El Sur del Sur, a un indolente grupo de burócratas", escribe Rivera. Después vendrán los disparos. Los malos de esta película morirán para bautizar con su alma al malvado mayor: su verdugo.
La obra de Rivera acerca de los habitantes de una geografía entre las latitudes que no cierran, confiesa la realidad más pura, más odiosa. Su texto exuda nihilismo, agotamiento. No hay concesiones.
La novela conforma una proclamación estética y ética por el individualismo furioso que ya parecía agotado en el posmodernismo. La última imagen de su personaje habla, sobre todo, de una mirada a las posibilidades de la humanidad, agobiada por el deseo. La conquista final del hombre será su voluntad de ser.
"Hay que matar" se sitúa en el mirador dramático de "Pedro Páramo" de Juan Rulfo y las conversaciones de "Ciorán". Donde el arte ataca.
Claudio Andrade
   
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