Domingo 1 de julio de 2001

 

Nuevo tótem

 
  Históricamente el centro de la casa fue el ámbito de la cocina y dentro de éste el lugar del fogón, que con el tiempo también se llamó cocina. A la vuelta de los años ese centro se ha desplazado algunos metros. ¿Cuál suponemos que es el lugar de la casa con el que más interactuamos?: ¿La biblioteca del comedor?, ¿La libreta de teléfonos?, ¿El ático? ¿El cesto de costura? De ninguna manera. El nuevo tótem del hogar es la paralelepípeda heladera.
-Si quiere hacer de comer planea con la puerta abierta de la heladera.
-Si no quiere hacer de comer llama al teléfono que está pegado en la heladera.
-Cuando está enfermo busca el remedio en la heladera.
-Cuando está deprimido recurre a la heladera.
-Si quiere decirle a su mujer que la ama, le pega el mensaje en la heladera.
-Si se le extravió la escritura de la casa, no se preocupe, esta arriba de la heladera.
-Si tiene insomnio, recostado sobre la puerta busca la solución adentro de la heladera mientras la mortecina iluminación interior recorta su perfil desprolijo y desasosegado en un dramático contraluz sobre el fondo negro de la casa a oscuras.
-Si no tiene qué demonios hacer, abre la heladera.
-Los animales de la casa se sientan a esperar frente a ella.
A pesar de todo esto, quizás por su insípida palidez o por su gélido perfil, la heladera no tiene todavía el reconocimiento social de este lugar afectivo.
Convengamos que nuestros hijos consultan mas la heladera que la biblioteca. Alguna vez intentamos forzar algún encuentro literario colocando algunos libros mezclados con el ketchup pero fracasamos. Nuestro último intento es la mayonesa en la biblioteca.
No podemos negar que la parte de arriba de la heladera es uno de los lugares mas tentadores para librarse de las cosas y sobretodo si su altura está por sobre nuestro nivel de visión.
Si en este momento suspendemos la lectura y nos subimos a un banquito encontraremos algo similar a esto: las tabletas matamosquitos del verano pasado; el bendito pomo de adhesivo por el que acusamos de extraviar cosas al resto de la familia; una bolsita de pilas usadas que se va llenando y no sabemos qué hacer porque los ecólogos no se ponen de acuerdo y una prueba de biología con un redondo cero vaya a saber de qué bimestre.
Paradojalmente, si el techo de la heladera esconde, sus paredes comunican.
Multitud de imanes sujetan mensajes, teléfonos de urgencias, y propaganda de empanadas, pizzas, papas fritas y pollos asados sospechosamente baratos.
Justo cuando nos resignamos a que hoy también tenemos que preparar la comida, ensuciar ollas y después lavarlas… nos topamos con decenas de tentadores números de teléfonos que ofrecen la comida lista en la puerta de nuestra casa.
Más de una vez dejamos nuestros pruritos de la comida casera y sana alimentación y nos hundimos en el pecado posmoderno del delibery, el catering de medio pelo.
Podemos abrir la puerta de la heladera por varios motivos y el menos habitual es la ira. Pero sucede. Una manera de levantar el pie del acelerador en una discusión es irse y un lugar bastante concurrido es la heladera. Con la puerta abierta y la mirada perdida en la margarina mascullamos a media voz todas nuestras razones esperando alguna respuesta, algún eco favorable. Un amigo que cursó algunos años de sicología y después encontró su vocación en una gomería en Berazategui nos puso al tanto del efecto heladera. "Es una metáfora: lo que buscamos en realidad es la frialdad necesaria para tomar una decisión ecuánime o la iluminación que nos acerque una solución mágica. Todo depende de nuestra postura filosófica". Pero en general, parafraseaba el negro Benítez, "nos conformamos con dos cucharadas de dulce de leche".
La larga y gélida mano del frío llegó incluso hasta el baño. Hizo desaparecer los botiquines.
A fin de mes, cuando los alimentos dejan espacios vacíos nos damos cuenta que la heladera es lo mas parecido a un botiquín y a veces a una botica.
Allí hay de todo: aspirinas, la gotita, un arrugado ají verde, pastillas anticonceptivas, misteriosos frascos que dicen "recetas magistrales", flores de Bach, un envase de pastillas Balda, barritas de azufre, manteca de cacao, varios jarabes.
Y un taper misterioso que tuvimos la mala idea de abrir. Adentro, más que el genio de Aladino estaba el monstruo de Alien. Un camembert mohoso y homicida nos saltó al cuello con verdadero ánimo de venganza… por suerte estaba nuestro perro cerca que dio cuenta del lácteo asesino.
No es casual que nuestro perro estuviera al lado de la heladera. El y el gato hace ya tiempo que veneran a esta señora porque descubrieron que el maná no cae del cielo sino de la heladera.

Horacio Licera
Hlicera@hotmail.com

   
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