Domingo 24 de junio de 2001

 

Los años "30: olla popular, algunos tiros y esquí

 
  La sonora y nasal voz de Otto Meiling resonó frente al grabador de quien esto escribe y cobijados bajo la tibieza de su casa encaramada en la altura del cerro Otto. Como anfitrión a aquellas visitas de todos los inviernos, ese 6 de julio de 1978, aquél bávaro infatigable –que merecerá una nota aparte en esta serie de evocaciones- recordó el día de su llegada a Bariloche en el verano de 1930 y narró los algunas penurias de los pobladores en el paraíso que había elegido en los Andes patagónicos, también alcanzado por la crisis. Detalló cómo se asoció a la primera agencia de turismo del lugar y a la confección de la primera guía turística. Protagonizó la fundación del Club Andino Bariloche y al señalarlo sin pedantería, carraspeó como quejándose de fugacidad de los años que se le escurrían ante su impotencia para retenerlos.
Con un onomatopéyico mordiscón a una manzana, engulló con firmeza como para que, energizado, aludiera a los sucesos positivos de aquella, su primera década en la región de los lagos, sin dejar de aludir a la crisis: "En la Isla Victoria, que perteneció a Anchorena (por Aarón, también pionero de la navegación en globo) quedaban muchos animales introducidos desde otras regiones. Abundaban las cabras que quedaron sueltas y nosotros –pluralizó Meiling-, fuimos a cazarlas en los malos tiempos de la crisis de los años "30 y "31. El propósito era darle de comer a las gentes de Bariloche. Sí –asestó para remarcar el sacrificio de la banda cazadora-, era para la olla popular que la gente llamaba olla podrida".

Progreso y romances

Aunque lejos de los escenarios donde se fraguó aquel Apocalipsis, Bariloche vivió una década ardua, políticamente complicada, con abismos económicos y sociales, pero curiosamente decisiva para su futuro. Meiling trabó amistad con el recién establecido médico Juan J. Neumayer. En entendimiento con ese galeno, sumado al establecido con Reynaldo Knapp y con don Emilio Frey, sirvió para fundar el Club Andino (13 de agosto de 1931). Fue poco después que fue vencida la cima del Tronador (el 29 de enero de 1934, por Germán Claussen), un año que terminó con una boda muy celebrada. Es que el doctor Neumayer era un soltero que no había llegado a Bariloche por casualidad: en 1926 de regreso de un viaje a Europa conoció en el vapor a una señora que volvía con sus hijas de Suiza, el país donde su esposo Emilio E. Frey se había diplomado de ingeniero agrimensor. Rosa María Schumacher estaba acompañada por sus hijas Nelly Hedwig –o Hedy- y Dora Rosa o Dolly. Hedy, la mayor, era entonces una chiquilina, pero el joven médico no la olvidó. La reencontró poco más que quinceañera y a sus 20 años la desposó frente al lago el 22 de diciembre de 1934. Fue la década en que se concretó el empuje de Parques Nacionales con la erección de muchas obras en la región, entre ellas el Centro Cívico, en plena construcción. En el otoño de 1938 apareció el semanario La Voz Andina y para el invierno se esperaba inaugurar el Centro Cívico además de botarse la embarcación Modesta Victoria.

Robo a la casa Lahusen

Pero no todo era gratificación. En esta semana del aquél año, a las 21 horas del viernes 1º de julio y cuando Juan Busch -gerente de la Casa Lahusen que todas las noches salía a cenar- dirigía su automóvil hacia el garage, al bajar dos enmascarados le apuntaron con sus revólveres, le ordenaron no moverse y guardar silencio, como lo registró la crónica policial de entonces. Le pidieron las llaves del auto y lo llevaron hasta la estación del ferrocarril (los trenes llegaban desde fines de 1934). Le pidieron detalles de la casa de comercio y también las llaves. Uno de los ladrones se puso el perramus del asaltado y su sombrero para encaminarse a consumar el robo ($ 485,65 de la caja y algunos objetos de la vivienda contigua). Los detalles que observó el asaltado le sirvieron al cabo Fernández para deducir quiénes podrían se los ladrones y el oficial Ricardo Zelarrayán autorizó la búsqueda y allanamiento en el lugar donde se hospedaban los malhechores. Resultaron ser Carlos Kobalek de 20 años, llegado desde Comodoro Rivadavia en busca de trabajo, acompañado de su primo Pablo Schillak, un austríaco de 24, desocupado.
Pocos días antes una "¡arriba las manos!" paralizó a Antonio D. Gallegos de 21 años, un bien alimentado morocho de gran corpulencia que acababa de soportar sin fatigas el año del milicia obligatoria en el 10 de Infantería de Buenos Aires. Al llegar a su casa tres sujetos lo apuntaban con armas, pero la víctima sólo tenía un talero. Reaccionó, y a pesar de los tres disparos que no dieron en el blanco, resolvió el asunto a talerazos. Apresó a Segundo Figueroa, que fue llevado para agrandar su prontuario en Viedma y el oficial Arturo Arella apresó a los cómplices (Manuel Inzunza y Zacarías Vera).
Para entonces retornó desde Buenos Aires Hans Nöbl, el campeón europeo de esquí contratado por Exequiel Bustillo para los planes en Catedral. En Buenos Aires había dado conferencias en los clubes Alemán, Italiano y Universitario (CUBA), de manera que en tres idiomas que dominaba hizo entender sobre la mágica gratificación de esquiar. Admitió en su bunker del Hotel Parque -rodeado de los equipos de esquí que tenía a la venta-, que sus charlas habían conseguido adeptos más para la inminente temporada invernal. "En el invierno de 1930 tuve menos de 10 alumnos y el año pasado unos 80 y para este calculo que serán unos 200", se entusiasmó quien sobrevivió lo suficiente como para –viejo pero atlético- enseñarle a la princesa Soraya la técnica del esquí acuático. También aseguró que el proyecto de un funicular en Catedral, lograría buenas temporadas de invierno, pero también una privilegiada excursión veraniega. Es decir, que Bariloche transitaba una crisis, pero llena de esperanzas.

Los negocios y la publicidad

No se cerraban negocios sino todo lo contrario. La publicidad gráfica lo demostraba. Para entonces publicaban el Hotel Pensión Lamuniere, promocionaba su proximidad al centro, el jardín, la arboleda y el "hermoso arroyo". El restaurante y alojamiento Tronador –de José Biancucci- destacaba su estacionamiento para autos, camiones y caballos y competía con ventajas sobre la pensión y comedor Venecia de Domingo De Barba, y más aún con la fonda Gallo. La confitería y pastelería de Carlos Tribelhorn brindaba un pionero delibery si se recurría al teléfono 64 para sus tartaletas y canapés, además de ofrecer conciertos de cítara en esa emblemática esquina de dos pisos en plena calle Mitre. Don Fritz Rötolisberger hacía editar una foto de su Hotel Suizo, con dos lustrosos automóviles estacionados. También estaban presentes los avisos de la librería de José M. Benito y de la de Arturo Hechenleitner, la sastrería Express del señor Pudlak –un ex cortador de Gath & Chavez- o la de Juan Silchinger. Los relojes se compraban en la casa Verkys y Don Ernesto Schumacher –cuñado de Frey- estaba al frente de la agencia Ford, además de ofrecer los combustibles de la West India Oil Company y los repuestos SFK. La cerveza la traía la casa Carro Crespo desde Córdoba y los sábados y domingos había pizza en la panadería de Elías Peteoff (enfrente de la comisaría). Otto Mailing y Hans Nöbl ya habían iniciado una competencia por la enseñanza del esquí, que en ese y otros rubros de la nieve se eternizó en la zona. Por eso Otto puso en pleno centro a Heriberto Cohrs como representante de su escuela de esquí Tronador, que funcionaba en el refugio Bergfriend"n, pero se reservaba en foto Kaltschmidt, con venta de esquíes y mochilas instalado entre la frutería La Alpina y el salón de té de la Casa Internacional. Al cirujano Neymeyer –que dirigía el Hospital Regional- le había llegado competencia: el doctor Alberto Clement ya atendía provisoriamente en el Hotel Suizo. Las muelas las arrancaba frente al Banco Nación el dentista Victorio C. Gonella, cuando todos los barilochenses soñaban, empeñosamente, con un futuro dorado.

(*) El e-mail del autor es: fnjuarez@interlink.com.ar

   
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