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Martes 26 de junio de 2001 | |
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Arriaga, un discurso que apunta directo a reproducir poder |
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La campaña del jefe comunal hace de la crisis de la dirigencia, una opción para ganar |
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| Habla desde un sitio de poder concreto. Y lo hace con la perspectiva cierta de reproducirlo. Se trata de Julio Arriaga, intendente de Cipolletti y candidato a primer convencional por el Frente Grande en las elecciones del domingo en aquella ciudad. Como se sabe, 41.500 cipoleños están habilitados para votar ese día para renovar la mitad del Concejo Deliberante y elegir convencionales destinados a reformar la Carta Orgánica municipal. ¿Qué ejes tiene el discurso de campaña de este cardiólogo hincha de Estudiantes de La Plata, que aspira a que la elección lo ayude a consolidar su imagen en función de proyectarse como candidato a gobernador de la Alianza en el 2003? Arriaga estructura su discurso asumiéndose como un emisor con autoridad sin atenuantes. O sea, avanza directo, sin coartadas. Lo formula desde la legitimidad de un poder que -cuando hace dos años fue reelegido- logró el 74% de voluntades a favor. Está abierta la posibilidad de no repetir aquel papel. Porque el poder desgasta. Pero eso no es contradictorio con que él se mueva desde el convencimiento de que se mantiene significativamente intacto el fundamento de su poder: importantes grados de eficiencia en el manejo de la comuna. Arriaga habla de esa eficiencia. Y se expresa entonces desde la idea y proyecto de continuidad de ese proceso. Lo hace sabiendo además dos cosas: Una: los tiempos han mudado. Los votantes también. A la hora de las urnas, crece la franja de la sociedad que no prioriza la identificación partidaria e ideológica como razón de su voto. O sea y en términos de Arriaga: "La gente busca soluciones y no diletancia". Dos: en consecuencia, Arriaga se asume como una respuesta a la idea de cambio que -en su consideración- le reclama la gente a la política. Monta así sus expectativas en lo que los sociólogos denominan "corrimiento valorativo" en las exigencias que emite la sociedad. Desde el arruiaguismo se define con mayor sencillez el contenido de esas exigencias: - En una elección donde está en juego alguna instancia de poder comunal, no cuentan grandes construcciones teóricas. Cuenta la percepción de la gente de cómo es el candidato... si se presenta para solucionar problemas o para complicarlos- suele sentenciar Hugo Frare, miembro del Frente y candidato a primer concejal por la Alianza. Esta reflexión sin embargo es en sí mismo expresión de una ideología. Y que por supuesto tiene su fundamento. Es decir, un esquema de visualización de la función pública que se sustenta en una realidad: el fuerte y creciente desencanto que anida en la sociedad con la dirigencia política. Desde esta perspectiva y cualquiera sea la opinión que esta línea de trabajo genere, sin duda el discurso del arruiaguismo breva en terreno fértil. Ahí está, claramente definida, la apuesta de Arriaga destinada a hacer de ese desencanto, una alternativa concreta para la reproducción de su poder. Ese desencanto -explotado hábilmente ante quien lleva años sometido a los desaciertos e irresponsabilidades con los que suele manejarse el poder público en la Argentina- le brinda a Arriaga un amplio margen de maniobra para avanzar en su discurso. De ahí que su propuesta de bajar el número de concejales sea, quizá en esta campaña, donde se mezcla la renovación parcial del Deliberante y la reforma a la Carta Orgánica, la más aplaudida por quienes escuchan a Arriaga en las reuniones con las que vertebra su campaña. En ese punto, en ese sitio de su agenda, se organiza y sostiene la red motivacional que justifica el voto que busca. Un apoyo que no deviene de ninguna motivación compleja. Simplemente de aquel desencanto con la dirigencia. Pero un desencanto que en situaciones límite, inexorablemente transforma a la política en un blanco rentable. Al menos así lo dice un inmenso tramo de la historia de este país. Y eso es peligroso. Aunque no sea el caso para el Cipolletti de este domingo de urnas. |
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