Sábado 23 de junio de 2001 | ||
Chucho Valdés enciende y se consume |
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Llegó a la Argentina y el primer concierto de la temporada lo realizó el jueves en Neuquén, única ciudad del interior que tuvo el placer de escuchar al genial pianista cubano y a su banda. Al fervor de los neuquinos que lo retuvieron en el cine Español hasta la medianoche, se le sumó a Chucho Valdés la alegría mayúscula de haber sido galardonado por la Asociación de Críticos de Jazz de Estados Unidos. Noticia festejada hasta altas horas de ayer. |
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NEUQUEN (AN).-Cuando el público se fue y los músicos se trasladaron hasta un hotel para cenar, se armó la gran fiesta. En la madrugada del viernes, cerca de la una, Chucho Valdés recibió un llamado desde Estados Unidos. La Asociación de Críticos de Jazz le comunicó oficialmente que declaró "álbum del año" al "Live at the Village Vanguard" con el cual ya había obtenido el Grammy 2000. Los cubanos junto a los productores locales Ema y Pablo Celoria, festejaron hasta altas horas, "que los norteamericanos otorgaran el mayor galardón a un cubano, a un latino". Pero volvamos atrás, a la otra fiesta, la del concierto en Neuquén. "Compadezco a quienes tengan que escribir algo que ya no se haya dicho sobre Chucho". Lo dijeron a la salida del concierto, el jueves en el cine Español. Lo dijeron mientras se iban, desbordando de placer y la periodista se quedaba rumiando la forma de trasmitir toda la música que le resonaba adentro. Abrió el concierto Gabriela Guala, una joven y talentosa pianista de Roca. Un gusto, un placer y una determinación atinada de Jazz Producciones, de dar cabida a valiosos instrumentistas de la región. Dos manos y diez dedos tiene Dionisio de Jesús Valdés y un piano con blancas y negras. Pero esa cifra es una ilusión. Fue sacando de la manga cientos de los unos y de las otras, como en un ritual misterioso e incomprensible. A tres metros lo teníamos y los dedos no eran diez, como tampoco lo eran los de Yaroldy Abreu Robles en las congas: un vendaval. Un concierto extraordinario, fantástico, hermoso. Hay que decirlo así, lisa y llanamente. Chucho se enciende, arde y se consume para volver a levantar vuelo y al mismo tiempo hace combustión con su banda cuando van armando la trama de una infinidad y complejidad de ritmos, donde se lo adivina y reconoce como el Chucho de siempre, y en el mismo momento se va por el cauce de la improvisación seguido por los suyos -sin ninguna dificultad ni duda- para desplegar finalmente una obra original y única. En derredor: Lázaro Rivero Alarcón en bajo acústico, Yaroldy Abreu Robles en percusión, Ramsés Manuel Rodríguez en batería y su hermana Mayra Valdés desde la voz. Establecen un acuerdo para que ese hombre enorme caiga como un torbellino sobre el piano, como una verdadera "descarga" ("Descarga" sí, como aquel famoso tema que dejó en "Lo mejor de la timba cubana") y al mismo tiempo con la suavidad de un mar calmo. Desde el instrumento se remonta Chucho en una explosión de libertad eludiendo repetirse. Y crea como un denodado inventor -aunque él niega que lo sea- como un virtuoso sin tregua. Chucho y su banda, marchan en un viaje por casi toda la música cubana y sus vertientes (aquellas que la alimentan o abrevan en ella), los sones y las descargas, el danzón. En medio, de pronto, la música clásica (todas las músicas en la música, como una esfinge oriental con multiplicidad de piernas y brazos). Ahí mismo sale con esa casi intimidad del sueño en canciones de cuna (Drume negrita) vocalizada magistralmente por su hermana Mayra Caridad Valdés. Claro, Mayra su hermana: vocal, pródiga en fraseos, en resonancias, instrumentaciones de una garganta que posee, si se quiere, un poco de cada instrumento de una banda y se acomoda con los ejecutantes o ejecuta acompañada desde su voz. Se mueve ella, con la sensualidad de su raza y en una corrida Chucho la secunda y deja al público con las ganas. En medio de estos cubanos flota esa mixtura entre lo negro y lo blanco, las pinceladas preñadas de sabores de la gente sencillísima como "La negra Tomasa" que perpetuó en su álbum Pianissimo, o las más aplaudidas muestras de la timba cubana, bolero y rumbón, blues y comparsa, danzón y contradanza, o las que dejó en el reciente compacto Solo: Live in New York que no hemos podido conseguir en las principales casas discográficas de Neuquén como Rumba Guajira, Besame mucho, El manicero, "Somewhere over the rainbow" Se ha dicho de él que "cada tecla es un tambor y cada temblor un eco africano". En el afán de poner en palabras los sentimientos que despierta Dionisio de Jesús Valdés, se lo ha definido como una leyenda viva de la música latina y especialmente el jazz de fusión, hombre que se ha constituido como una verdadera escuela a tal punto que su labor pedagógica lo ha hecho merecedor de doctorados Honoris Causa en por lo menos cinco universidades del mundo. Esto también tiene que ver con la imposible necesidad de querer rotular a este cubano que de la fusión puede dar cátedras. La fusión musical de Chucho es de una libertad creativa, de nuevas formas expresivas, con elementos del jazz, la música docta tan omnipresente siempre, estilos latinos e hispanoamericanos. Fusiones que aparecen en sus instrumentaciones, escalas rítmicas, armonías y giros melódicos. Casi al final del concierto, Chucho rindió un homenaje al genial Duke Ellington. Reeditó ese milagro de la unidad en la diversidad: lucimiento de solos pero siempre, después, dentro de una amalgama personalísima. Jamás habrá de decirse que Chucho se desborda, ni sus músicos. Respetan la exacta medida de la belleza, como cuando se abre una flor. Beatriz Sciuto Mayra Valdés, los años felices de la inocencia Desde la oscuridad, a las trompadas con las cortinas que limitaban el escenario, desde el frío que estrangulaba el espacio exterior del Español, llegó Mayra Valdés. Claudio Andrade |
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