Miércoles 13 de junio de 2001

 

Ser distintos

 
  Al final del camino sólo hay nieve.
Hemos inventado el alma para calmar el vértigo del vacío. Algo así dijo el viejo y excéntrico Lacan. Justo él, vestido con un abrigo de piel a prueba del frío polar.
La cúpula que nos corona de negro o azul, cada día, nos excede. Es inconcebible la expansión del universo, el destello de las estrellas que han muerto hace miles de millones de años, el colapso de las galaxias, la velocidad-tiempo que se pierde entre los ceros y la distancia. De camino al futuro nos encontraremos con el pasado de la humanidad. Nos supera el llanto de un niño, el beso de la persona que amamos, un orgasmo a la madrugada o una canción de Lenny Kravitz.
La vida es tan potente que nos pasa por arriba como una avalancha, una andanada de "te quieros". Basta de hipocresía, ésta es la oportunidad que esperábamos para entregar el alma. Para escribir un poema y plantar un árbol. La rueda seguirá girando sobre sí misma, sea cual sea el pie con que nos levantemos por la mañana. Darle un centímetro a la estupidez es la estupidez suprema. Sin Dios tratamos de mantener vivo el fuego que llevamos dentro. Es tan poderoso nuestro deseo que lo transformamos en rutina o miles de otras sustancias que apasiguan el dolor. Los microorganismos que nos atraviesan, el agua que cae sobre nuestras cabezas, las palabras, generan calor. Y congelar los sentimientos o confundirlos es propio de esta era.
Desde los lugares más inesperados un odioso sistema ataca las retinas. Emanuel Ortega se contornea bajo besos voluminosos, al borde de la playa junto a una modelo. Un geniecillo publicitario hizo la cuenta: playa, palmera, bebidas, piernas largas, da igual: éxito. Según esta lección, todo hombre debería aspirar a las rubias de oro y toda mujer a terminar recostada en la alfombra protegida por Ortega o un símil.
En el ambiente despojado de un estudio Enrique Macaya Márquez le entrega una 4 x 4 al autor del mejor gol del campeonato recién terminado. El final feliz es más feliz todavía. El chico abre la puerta de la camioneta y no tarda en entrar una modelo. Ambos tres (por la camioneta, no por Macaya) se pierden en el horizonte. Exito. Ya saben quiénes son los perdedores de la historia: los que miran.
La vida, la belleza, la pasión, se definen en gestos, en una mano que recorre el largo camino de la entrega y termina con cuatro palabras: "yo creo en vos". El resto es material para el olvido. Goce que cambia según la moda. Hoy es un auto, mañana un piedrita con un dinosaurio adentro. Es el nuevo siglo: nos invade la tontería. Lo esencial, de tan obvio, se ha vuelto invisible a los ojos modernos. Esta sociedad, fantástica fábrica de perdedores -¿Cuántos quieren a Valeria Mazza en su casa y cuántos tienen o quieren una 4 x 4 en el patio?-, no sólo ha inventado el alma, sino también la idea del éxito.
¿Qué sucede si optamos por otra alternativa? Enamorados de las morochas, bajitas, de los flacos sin músculos. Apasionados por andar a pie. Por vivir del salmón. Por brindar con los amigos donde no nos ve nadie. Ateos de lo fashion. Son opciones. Es bueno saber que existen. Que podemos ser distintos.

Claudio Andrade

   
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