La vida después de la música
El sábado pasado se presentó en Casa de la Cultura de Roca el Cuarteto UCA. La joven agrupación brindó un repertorio atractivo y demostró consistencia e intensidad en su propuesta.
En su concepción literaria, el comentario de un recital puede ser casi el mismo que el de un encuentro amoroso. Escribe Agustín Cabán, el amante protagonista de su novela, refiriéndose a una violinista: "Los brazos de Virginia Tuten, ¡qué bien se cerraban! ¡Con qué lujo se movían, se agitaban, se desplomaba al final! Ella entera se desplomaba, pero lo hacía sin escándalo, simulando una demoledora frialdad. Cerraba los ojos y yo pensaba que los había cerrado para siempre, era como una muerta. Tenía que reanimarla con un poquito de agua".
Son tantos los mecanismos internos que activa la música que difícilmente volvamos a ser los mismos después de escuchar, por ejemplo, a Beethoven, Debussy o Charly García.
El Cuarteto UCA tiene la virtud de convocar a la fantasía. Uno de los motivos fundamentales del arte. Su presentación del sábado en Casa de la Cultura de Roca dejó el sabor de la nostalgia. El dato tiene su cuota de comicidad pero es verdadero: "Entre los cuatro no hacen 100 años", le comentó a este cronista el crítico y encargado del ciclo de abono, Martín Caimari a la salida del concierto.
Un grupo joven pero fogueado en sus respectivas posiciones en la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Su consistencia es notoria. Esta formación, no demasiado común, desarrolla en la ejecución una intensidad excepcional.
La noche de la vejez va cayendo dulcemente para Goethe en el "Cuarteto Nº3, en si menor" de Mendelssohn: el homenaje de un genio a otro. De la música a la escritura. No es casual el reconocimiento que con su elección hacen, a su vez, estos músicos a ambos creadores. Jóvenes que se invocan a través de la historia.
La densidad se vuelve un objeto palpable en los últimos pasajes de la obra, salida del sostén del violoncello de Pablo Bercellini y la viola de Elizabeth Ridolfi. Es un todo que se completa con Antonio Formaro en piano y Matías Grande en violín.
Hay una fuerza similar en el "Cuarteto en si bemol" de Beethoven. Un camino poblado de detalles descubiertos por los ojos adolescentes del maestro. Y otra vez la espesura de las cuerdas construyen a partir de la nada.
El repertorio es muy interesante. De alguna forma -será una cuestión generacional- mirado en su conjunto, regula las emociones del público tal cual un guión cinematográfico. En el medio del programa, el "Cuarteto en la menor", de Joaquín Turina, no podía ser más coherente.
La influencia andaluza se deshace en el aire. La geografía musical de Turina crece sobre la idea del goce. Se trata de una obra enlazada con la construcción cultural, los aromas y el relieve.
Luego Mendelssohn y su dedicatoria al escritor de "Werther" funcionan como un cierre preciso.
La sensualidad está puesta en la música como una condena maravillosa. "La música debe volverte loco; si no, no es nada" le dijo Ciorán a Sylvie Jaudeau. Romanticismo o rock-pop, el placer tiene un aliado allí, para el erotismo o la contemplación.
Por eso la mirada de Montero y la exigencia del filósofo. Después del sonido nos espera el resto de nuestras vidas.
Curiosamente, al finalizar la presentación del cuarteto porteño, el público se encontró en el hall de Casa de la Cultura, con una fiesta cubana. Hubo varios que se quedaron para llenarse doblemente el alma.
Claudio Andrade
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