Domingo 10 de junio de 2001

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El enigma revelado de Melquíades

 

El proceso de creación de "Cien años de soledad" bien merece un libro enciclopédico como el que acaba de publicar Eligio García Márquez (Norma). "Tras las claves de Melquíades. Historia de Cien años de soledad", es el retrato íntimo de cómo nació la mayor novela latinoamericana de todos los tiempos. Su extraño periplo que
la llevó a ser soñada en Aracataca, escrita en Ciudad de México y publicada en Buenos Aires, es apenas una de las miles de claves que se revelan en esta extensa obra periodística.

  Gabriel García Márquez llegó a Ciudad de México (por segunda vez), luego de su viaje a través del Sur Profundo de William Faulkner, el domingo 2 de julio de 1961: el día en que el mundo se enteraba de la infausta pero previsible noticia del suicidio de Ernest Hemingway, ocurrido en las horas de la mañana en Ketchum, Idaho. Y tal como lo destacó el poeta y ensayista mexicano José Emilio Pacheco en un ensayo escrito veinticinco años después, la fecha terminaría siendo, por esas cosas raras del azar y de la literatura, doblemente significativa.
Para Pacheco, ese 2 de julio simbólicamente "concluía la era de la novela angloamericana y se iniciaba la era hispanoamericana". Es decir, el fin de la potestad de la literatura norteamericana sobre nuestros escritores de América Latina, y la consolidación y total independencia de nuestra propia novelística- Pacheco tomó como referencia la nota de García Márquez sobre Hemingway - "Un hombre ha muerto de muerte natural"-, escrita al día siguiente. Fueron sus primeras páginas mexicanas y aparecieron publicadas el 9 de ese mismo mes en "México en la cultura", el magacín cultural dirigido por Fernando Benítez, donde se expresaba semanalmente lo más granado de la intelectualidad de ese país, entre ellos el mismo José Emilio Pacheco, el jefe de redacción.
La opinión de Pacheco sobre ese 2 de julio histórico sería compartida por García Márquez, aunque a la muerte de Hemingway le agregaba una referencia personal. Había llegado a Ciudad de México, acompañado por su mujer Mercedes y su hijo Rodrigo, Y con los últimos veinte dólares en sus bolsillos, luego de la loca odisea del viaje en autobús a través del mundo de Faulkner, y en busca de fortuna: quería hacer cine.
Para conseguirlo, contaba al menos con el entusiasmo de cuatro amigos residentes allí. Uno era el poeta colombiano Alvaro Mutis, ya igualmente benefactor en el pasado. Fue Mutis quien consiguió sacarlo de Barranquilla en enero de 1954, donde según él se estaba anquilosando, y llevárselo con un tique aéreo a Bogotá y de paso al diario El Espectador en calidad de crítico de cine y reportero.

os otros eran, el escultor colombiano Rodrigo Arenas Betancourt, que al igual que Mutis vivía allí hacía algunos años, el cineasta catalán Luis Vicens, que se había venido poco antes de Colombia, y el escritor y crítico mexicano Juan García Ponce. "Fue él quien me llamó por teléfono tan pronto como supo de mi llegada, y me gritó con su verba florida: "El cabrón de Hemingway se partió la madre de un escopetazo". Ese fue el momento exacto -y no las seis de la tarde del día anterior- en que llegué de veras a la Ciudad de México, sin saber muy bien por qué, ni cómo, ni hasta cuándo. De manera que llegó con la intención secreta de hacer cine, pero no obstante el empeño de sus amigos, no lo logró sino hasta después de un tiempo largo. Debió primero trabajar en periodismo, lo cual no quería, como director de Sucesos y La familia, dos revistas irreconciliables por sus estilos distintos de crónica roja y consejos matrimoniales y recetas de cocinas, respectivamente, y que, según sus propias palabras en varias oportunidades, él editó a base de recortes.
También debió trabajar en publicidad, de donde un día de 1963 lo sacó un productor de cine, Manuel Barbachano, para que trabajara con el escritor Carlos Fuentes en la adaptación de "El gallo de oro", un cuento corto de Juan Rulfo del cual se habían hecho varias adaptaciones fallidas. Entre los dos escritores lograron un buen guión que, además y según su propia opinión, era fidelísimo a Rulfo, aunque la película, dirigida por Roberto Gavaldón, no tuvo la misma suerte. De todas maneras, a García Márquez le sirvió de trampolín" para reescribir o remendar otros guiones, o inclusive escribir algunos propios, como "Lola de mi vida", basada en un cuento de Juan de la Cavada, "Patsy, mi amor", una historia de adolescentes de la clase media mexicana. O como "El Charro", una historia de vaqueros y pistoleros que terminaría convirtiéndola en "Tiempo de morir", probablemente su mejor guión, por no decir, el único salvable de su discutida carrera como escritor de cine. Incluso, García Márquez lo incluyó, en su conversación con Gloria Pachón, en marzo de 1966, dentro de su obra literaria, no obstante ser un texto de cine.
"Fue una época mala para mí", dijo el escritor William Kennedy que le había dicho García Márquez en 1972, en Barcelona, refiriéndose a esos años de escritor de cine en México. "Una época sofocante. Nada de lo que hacía en las películas era realmente mío. Fue una colaboración en que se incorporaban las ideas de todos: las del director, las de los actores. Estaba muy limitado en lo que podía hacer y pude apreciar entonces, que, en la novela, el escritor tiene un control completo".
Debido al arduo trabajo de esos años en México, pero también a su propia crisis literaria por la que estaba pasando desde que había escrito el cuento "Los funerales de la Mama Grande", García Márquez no había logrado producir otra obra de ficción, no obstante haberlo intentado en varias ocasiones. Como cuando, según su propia opinión y la de Carlos Fuentes, le dedicó seis meses a la historia de un dictador, e inclusive a un segundo intento de reescribir "La casa", en 1963.
"Tenía entonces una idea muy clara de la estructura, pero no encontraba el tono de la narración. No sabía aún cómo contar la historia de tal modo que fuera verosímil. Así que decidí volver a escribir cuentos", le dijo a la revista Playboy. Su último esfuerzo fructífero creativo se remontaba a septiembre de 1961, cuando, aún sin empleo en Ciudad de México, escribió "El mar del tiempo perdido", un antecedente mucho más cercano al mundo de Cien años de soledad.
En este relato García Márquez describía, por ejemplo, a un hombre que lleva a su mujer a conocer el hielo, un cura que levita, y a todo un pueblo que es el espejismo de los sueños, como el Macondo del fundador José Arcardio y del final de Cien años de soledad.

Eligio García Márquez

   
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