Domingo 20 de mayo de 2001

 

Las 40 mujeres que dibujan maravillas con la lana

 

Llevan 12 años trabajando en el emprendimiento.Milikilin Huitral es donde se reúnen, en El Cuy.

  Tres horas por día bastan para sentirse bien, para ser útil, para mostrar que un pueblo busca un horizonte que jamás un político o un comisionado le dieron. Tres horas por día 40 mujeres dibujan maravillas con la lana y aspiran a que "alguien de la ciudad pueda lucirlas".
Rostros curtidos por el frío, el calor o el abandono, pero tan firmes como pocos pudieran imaginarlo, respaldan a estas mujeres emprendedoras de El Cuy que cada vez que hablan miran profundamente pidiendo explicaciones que nadie sabe dar. Sin embargo, no tienen bronca, tienen ganas. Cada tarde y con asistencia casi perfecta, las emprendedoras llegan a su sede en El Cuy, aunque las más alejadas vienen de Cerro Policía y otros parajes.
Milikilin Huitral se llama el lugar que eligieron para sumar voluntades y significa en lengua mapuche "mujeres juntas tejiendo". Y allí están cada tarde haciendo honor a cada una de esas palabras.
A 140 kilómetros de Roca, en el caserío que se ubica a un costado de la ruta 6, cuarenta damas de las edades más diversas, ponen manos a la obra para hacer realidad la idea de estar juntas, de defender lo suyo, de dignificar a la mujer con trabajo, de reencontrarse con las raíces culturales.
La otra cara es el intento y logro a la vez, de vivir en comunidad y pensar en un futuro donde el horizonte no sea sólo estepa y aridez, sino que esos días por venir los encuentren con las manos en la lana para transmitir a través de ella todo lo que de otro modo no pueden decir.
Aunque la distancia no parezca tanta, están lejos y se sienten lejos. Por eso, en medio de la soledad de un pueblo que se resiste a morir en el olvido, las mujeres de El Cuy pusieron manos a la obra y plantaron bandera.
Sacos, guantes, bufandas, matras, medias, gorros, chalecos, entre otras cosas, salen de ese taller cargado de magia, fácilmente identificable cuando se transita por la ruta 6. Y no hay modo de confundirlo. El Cuy es el primer pueblo que hay hacia el sur de Río Negro saliendo de Roca. Un enorme dibujo de un tapiz parece decir aquí es.
Llevan 12 años trabajando en lo mismo, mostrando lo que hacen e intentando que cada una de las mujeres que crece en el pueblo se acerque y comparta con ellos esa idea de tejer el futuro, con mates, con charlas interminables y con el calor que sólo la buena convivencia le pone.
Allí, cada una tiene su tarea. Si sabe tejer teje, si sabe hilar lo hace y si sabe teñir le pondrá color a su obra. Surgen prendas perfectas, teñidas con hierbas del lugar que poco a poco y con un método antiquísimo llegarán a sus compradores. Se ofrecen persona a persona, no hay publicidad ni estantes de por medio y sólo los gestos solidarios cuentan a la hora de las ventas.
El lugar donde trabajan costó enormes esfuerzos, cientos de gestiones y muchos pedidos. Ya está listo, o casi listo, al edificio sólo le faltan pequeños detalles para ser un verdadero ejemplo de trabajo por varios años, aunque en realidad es la gran obra del pueblo, hecha por ellos mismos, construido por esposos y parientes de las mujeres que trabajan allí. Todos se miran en ese emprendimiento, el reflejo más claro de un progreso que se resiste a venir, pero que está.
Para conseguir apoyo del gobierno, concretamente del Proinder, la condición era teñir con hierbas de la zona y así lo hicieron. Cada yuyo luce como muestra en un sector del amplio salón, donde además de estar cada una de las prendas, muestran con orgullo todos los trabajos terminados, que en poco tiempo irán a parar a sus compradores.
Hacer, vender, mostrar, decir son los objetivos logrados, modesto bienestar que alcanza para ver el mañana de otro modo y vivir el presente cada tarde de telar y de lana.

Cargadas de sacrificio

Tal vez sea la obra más importante del pueblo, tanto que allí se festejan cumpleaños, el día del niño o hasta el día de la patria. Sin embargo, el objetivo central del edificio es albergar a las 40 tejedoras de Milikilin Huitral.
La historia es larga, tanto como que llevan 12 años peleando por conseguirlo y ahora pueden disfrutarlo. Primero les dieron un crédito que después se transformó en subsidio y a eso le sumaron muchísimo esfuerzo.
"Trabajó medio pueblo y el otro medio hizo fuerza", dijo una elegante señora cuando este diario le preguntó quiénes habían llegado a semejante logro.
Actualmente las mujeres tejedoras de El Cuy tienen un completo edificio que las alberga, muy bien terminado, calefaccionado con un zepelin de gas, con un amplio salón apto para cualquier uso, enorme cocina con varias hornallas para hervir las hierbas y allí teñir las prendas cuidadosamente tejidas. En lo alto hay un secadero solar de lanas con un moderno techo de vidrio que permite el paso del sol y hace que las prendas se sequen naturalmente.
Nada de lo que hay adentro del local, dividido en dos, contamina ni genera residuos que no sean naturales. Cumplen con todas las normas exigidas al momento de otorgar el crédito y hoy es una realidad.
Victoria Painemal, una mujer cargada de sacrificios, pero tan emprendedora como el resto, relató que "antes si no nos prestaban la escuela no teníamos dónde juntarnos todos, la gente del pueblo a hacer o festejar nada y este año por primera vez vamos a hacer aquí la fiesta del Día del Niño".
El salón luce reluciente, aunque los que a diario frecuentan el lugar aseguran que no fue para la foto. "Hasta la limpieza está repartida" cuenta Amanda Miranda, quien no deja de sonreír cada vez que escucha los elogios a semejante logro.
Tienen su propia comisión, funcionan como asociación civil y está presidida por la señora Miranda, a quien acompañan Silvia Díaz como secretaria, Pacita Pérez como tesorera y Lucía Coliqueo como vicepresidenta.

Vender, un trabajo de hormiga

Las mujeres tejedoras de El Cuy saben que su obra no se terminó con levantar el salón y menos aún cuando el tejido está listo para usar. Admiten que son "un poco caros", pero saben que en cada prenda están puestos todo el sacrificio, la sabiduría y el empeño.
Las prendas se acumulan y es poco lo que se vende. El destino final del trabajo por lo general es Roca, donde una de las mujeres se encarga de llevarlas y en un contacto personal las ofrece. Intentan al mismo tiempo crear una cadena de gente que elogia el producto y que a su vez lo ofrecen a sus conocidos. Pero el resultado es pobre, la venta es chica y las mujeres admiten que "es un trabajo de hormiga".
La parroquia Cristo Resucitado les da una mano y ofrece los productos.
A modo de ejemplo, estos son algunos de los precios que manejan las mujeres que tejen:
La lana simple de oveja cuesta 26 pesos el kilo, mientras que la retorcida sale un poco más, 28 pesos. Un chaleco de muy buena confección sale al consumidor 30 pesos, un saco 59 y una ruana tejida a telar 80 pesos. Una matra cuesta 145 pesos, los gorros tienen distintos precios y van desde los 4 a los 8 pesos, al igual que los guantes. Un par de medias sale 10 pesos.
Según de donde se mire es caro o barato, pero no hay dudas que entre los componentes del costo tienen un enorme esfuerzo.
Una vez que las prendas se venden el dinero va a un fondo común, aunque según ellas mismas aseguran, desde diciembre del año pasado ni les llega un peso. Nada se vendió.
De todos modos, lejos de reinar la amargura, en ese lugar lo que sobra es optimismo, visto por cada uno a su manera, tanto desde la mayor (83 años) como la menor (13).

Jorge Vergara

   
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