Lunes 14 de mayo de 2001

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Una geografía anónima y atrapante

 

La Patagonia ovina, viaje a un mundo desconocido

 

El Bajo de El Caín, un territorio de mesetas y ovejas en el sur profundo de Río Negro.Inhóspita y dura, pero con paisajes increíbles y variados que sorprenden al visitante.

  Mesetas, silencios infinitos y ovejas. La primera sensación al recorrer el Bajo de El Caín es que esto es la Patagonia real. Inhóspita, plena de soledades, magnífica.
Estamos lo más al sur posible en esa gran región rionegrina de límites difusos llamada Línea Sur. Acá no hay glaciares, lagos, montañas, volcanes y mucho menos ballenas. Nadie va a encontrar en estas tierras a la Patagonia de las postales.
En la Patagonia ovina no hay asfalto, hoteles de lujo ni turistas. Sólo pobladores que se adaptan como pueden a una naturaleza dura e imponente, en la que el hombre apenas es un invitado.
Asistir a un boqueo fue la excusa para pasar un fin de semana en un campo cercano a El Caín. En el boqueo se junta a las ovejas en los corrales, les revisan los dientes para saber la edad y separan a los animales que serán engordados en lugares más cálidos de la provincia, para luego ir a frigorífico.
La primera jornada comienza con un viaje desde el campo a El Caín a buscar peones. El pueblo es apenas un puñado de casitas bajas, casi todas de adobe (Ver "El Caín..."). Se acuerda con dos hombres. Uno va hasta el campo en su propio caballo. El otro sube a la camioneta con la compañía de un ayudante: su perro. Lo lleva porque lo va a ayudar con la junta y el arreo de las ovejas.
Al llegar al campo, el puestero y los dos peones ensillan los caballos y van a buscar a las ovejas. Vuelven horas después, y se los adivina a lo lejos por el polvo que levanta la majada. Traen casi 400 ovejas, apenas una parte de las más de 2.000 que maneja este establecimiento. Las demás están en otros potreros. Las encierran en el corral y después de comer empieza el boqueo. (Ver "Las ovejas delatan sus años...").
Cada campo está dividido por alambrados internos en potreros, espacios de grandes dimensiones -miles de hectáreas- por los que van rotando las majadas. Así se tiene a las ovejas más juntas y, sobre todo, se hace un uso más racional de los pastizales, al evitar que el animal coma siempre en el mismo lugar.
Los potreros sirven también para tener separados a distintos grupos de animales, por ejemplo a la oveja hembra del carnero, que son juntados en el momento preciso para que la cría nazca entre octubre y diciembre, con el buen tiempo.
El frío es cosa seria. Este viaje se hizo a mitad de abril. El otoño empezó hace poco, pero para el que llega de otras latitudes a la noche y a la mañana no hay ropa que alcance.
"Está lindo, no hace nada de frío", dice Juan, el puestero. Parece ser una típica broma al que viene de la ciudad. Pero lo dice en serio, para él está lindo. "En invierno llega a hacer 20 grados durante el día", agrega. No aclara que son 20 grados bajo cero, no es necesario. Cuenta que a veces la nieve no se alcanza a derretir antes de que vuelva a nevar, y que entonces pasan semanas con todo nevado.
"Anochese temprano en invierno. Después de las 6 ya no se puede hacer nada y hay que quedarse encerrado en la casa con bastante leña", dice Juan.
La vida de los puesteros es dura. Casi todos viven solos y tienen a su familia en el pueblo, donde sus hijos van a la escuela. Un puestero puede pasar semanas sin ver a otra persona. Sin embargo, aunque estén separados entre sí por 5 a 15 kilómetros de distancia, se conocen todos y a veces hasta se agrupan para hacer cosas juntos, como ir a cazar zorros.
El segundo día hay más tiempo para recorrer este establecimiento, conformado por dos campos separados por 20 kilómetros entre sí. Juntos suman 10.000 hectáreas, una superficie equivalente a la mitad de la Ciudad de Buenos Aires. Y sin embargo, es un establecimiento de tamaño medio, los hay mucho más grandes.
Al estar inmerso en esta geografía, impacta con mucha fuerza el absoluto silencio y el imponente paisaje de grandes perspectivas. El viento, si es que hay, zumbando en las orejas o los pájaros reunidos en una laguna son los únicos ruidos que se pueden escuchar. Cada tanto, a veces semanas, se ve a lo lejos alguna camioneta recorrer los caminos, en viaje hacia Chubut o algún otro campo de la zona.
Uno está solo frente a una naturaleza gigantesca, carente de sonidos, y que sorprende con su diversidad (Ver "Una geografía anónima...")
En los campos se suele encontrar puestos abandonados; viejos álamos o sauces los señalan desde lejos. Son testimonio de otra época, de cuando se colonizó la región y comenzó la producción ovina. Fue a principios del siglo pasado. Un tiempo en que el kilo de lana valía 12 dólares, y los campos tenían una rentabilidad del 50%. Hoy el kilo se paga a 2 dólares, y sobran los problemas.
A la noche, es el momento de la comida en común. Peones, puesteros, invitado y patrón comparten una deliciosa oveja al asador, como debe ser. "Es una oveja vieja, de unos 7 años", aclaran antes de empezar. No se nota, es un manjar.
Arida y majestuosa. Solitaria y atrapante. En silencio, la Patagonia ovina espera ser descubierta.

Lucio Boggio

Foto:Un paisano cruza un mallín durante el arreo de la majada. Las ovejas pastan al aire libre en potreros y se las trae al corral cuando es necesario hacer alguna actividad, como el boqueo.

   
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