Lunes 28 de mayo de 2001

 

El tango, esa imposible historia de amor

 

"La lección de tango", un interesante filme acerca del universo tanguero.

  El tango siempre es una historia de amor frustrada. Un encuentro imposible entre dos seres que insisten, como en una tragedia griega, en torcerle el brazo al destino.
Pero no sólo de allí le viene la nostalgia. Es que la vida resulta una prueba de fuego constante. Plena, eso sí, de pequeñas y grandes batallas. El tango también significa vanidad, despecho y pasión. Las palabras que no se dicen en la cara se entregan al tango. Y se baila, y se toca, con bronca, con deseo, imaginando el cuerpo del amante que está lejos o la boca fruncida del enemigo. No hay tango sin pasiones a contramano. Esa es su sangre.
De ahí su complejidad y lo difícil que es entenderlo antes de los 30. Alguien dijo por allí que no hay quien se resista al tango cuando llegan los años maduros. La ruta personal te regala ejemplos, de la bondad o la falta de escrúpulos, de los que viven a los costados. Entonces, el tango,
"La lección de tango" está muy lejos de conformar una mirada extranjera de la música porteña por excelencia. Antes tiene detalles sólo visibles para el ojo del experto. El tango danza, como el instrumental, son laberintos tramposos, en los que a veces no hay salida.
"No sentís, no sabés nada de tango", le grita él a ella, entre bambalinas, después de una aplaudida presentación en París, la otra patria tanguera. Ella es su pareja de baile y también su amante. Un directora de cine que fue incapaz de dar un paso al costado cuando el sonido le pidió entrega absoluta (propio de los dioses). Aquí es donde empiezan los problemas. Es cierto, a la protagonista le falta emoción, pero posee la entrega necesaria para mantener al dios tranquilo. El miente en parte porque la ama. ¿De que hablamos cuando hablamos de tango? ¿Hablamos de amor? ¿Hablamos de celos? Pues sí, quien diga lo contrario miente.
Cuantos hechizos se han roto en una milonga. Para eso están. Para vivir y mostrar. Sally Potter, en el doble papel de directora e interprete, consigue un filme coherente y dulce. Al final, cede a sus propios instintos que tal vez no sean absolutamente tangueros. Así entendemos esta parte del guión: el bailarín porteño, que enamora " a la francesita" como en el tango (aunque esta chica no es francesa sino inglesa), termina abrazado a su amor y bailando, obvio, en algún lugar de Buenos Aires.
Allí donde crujen los puentes y se escuchan la lluvia sobre los adoquines.
Claudio Andrade
   
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