Domingo 20 de mayo de 2001 | ||
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Encuentros cercanos del tercer tipo |
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La sensación de que no se trata de la vida real la da el hecho de que "El Bar" no hace demasiado honor a su nombre, sino que más bien se parece mucho a un estudio de televisión y tanto los participantes como quienes van a tomar algo mientras ven de cerca a estos ignotos tan famosos, desempeñan los roles de protagonistas y público. Pero nadie parece estar demasiado interesado porque la vida sea la misma de uno y otro lado de un alambrado que separa a la Argentina en crisis de un bonito lugar de San Isidro donde unos cuantos chicos jóvenes comunes y silvestres conviven y compiten por el botín predilecto de muchos: fama y 100.000 pesos. Ojo que en este "reality show" también se trabaja, aunque la mayor parte de las tareas corran por cuenta de gente que a cambio de 300 pesos por semana -más propinas- hace que "El Bar" funcione como tal. Un martes lluvioso y destemplado de mayo, clientes con los pies embarrados van llegando en cuentagotas, dosificados por el personal de seguridad, y una pareja vestida para la ocasión coincide: "Es mucho más chico de lo que parece en la tele". De todos modos, el éxito está asegurado y todo se ve tal y como debe verlo el público al que está dirigido un producto típicamente Cuatro Cabezas, la productora de Mario Pergolini que decidió argentinizar un formato que nació en Suecia. Para seleccionar a 12 de los 6.000 postulantes y hacer que todo esto se convierta en un programa de televisión que sale al aire las 24 horas, a través de algunas empresas de cable, trabaja un equipo de 135 personas con roles tan bien definidos como diferentes. "No quiero perder la idea de que esto es un juego y que también es la vida real, aunque reconozco que estamos en una burbuja", dice Federico, quien desde el 19 de marzo cambió su casa de Bernal, en el sur del gran Buenos Aires, por una equipada con 25 cámaras robotizadas y 50 micrófonos. Junto a Maxi (aquí los apellidos importan poco), el chico de ojos celestes por el que suspiran las televidentes aprovecha la ausencia de Daniel, "el" protagonista de esta historia, que se dio el lujo de irse con Mónica a un hotel donde las cámaras están prohibidas. "Cuando nos dan la oportunidad de salir, aunque sea un rato, recién nos damos cuenta de la repercusión que tiene esto. Si hace tres meses, cuando mis actividades eran estudiar y salir con amigos los fines de semana, alguien decía que iba a pasar esto, me cagaba de risa", agrega Federico. Ellos están acostumbrados a que las lentes no dejen de seguirlos mientras se acomodan sin cesar un gorrito, el pelo o la ropa, y aceptan entrevistas en serie como jugadores de fútbol en el intervalo de un partido que dura doce semanas. Los jueves y los sábados, días más fuertes y en los que la entrada vale diez pesos con una consumición, 1.700 personas pasan por El Bar, que está repleto con apenas 300. Ahora no hay más de un centenar, que en su gran mayoría permanece estático en su silla. En cuanto a los que no lo visitan pero siguen "El Bar", el programa que sale al aire seis días por semana tiene picos de 8 puntos de rating (800.000 personas) y es el más visto del canal América. El público es clase media y clase media alta que vibra cuando los participantes deben resolver quiénes son los dos ocupantes del "banquillo de los acusados", una suerte de guillotina del siglo XXI en la que una votación del público -que mezcla teléfono a tres pesos el minuto con Internet- define al eliminado, cuya cabeza rueda fuera del programa. Esos días unas 80.000 personas abarrotan la página web y la tensión se vuelve agresión entre estos jóvenes que mientras atienden a la gente lucen distendidos y se saben más altos y más flacos por obra y gracia de la pantalla chica. Maxi bromea con los comensales de una mesa que lucen demasiado atildados a fuerza de gel y campera de cuero con el cuello subido, para luego pasar a otra donde el uniforme es pantalón de gimnasia y zapatillas. También hay cholulos, chicas y chicos que hablan al oído de sus nuevos ídolos, buena música, merchandising que va de remeras por 15 pesos y buzos por 45 a llaveros y encendedores más baratos, y la oscuridad sugerente de un Río de la Plata que hace las veces de espectador privilegiado. Nadie quiere hablar de "Gran Hermano", la competencia que sale por Telefé, y los participantes sostienen que tienen tiempo para soñar, que la rutina de ser estrellas no los aburre, que los tratan muy bien y que los ocasionales contactos con el exterior alivian la asfixia del encierro. Bajo el techo de "El Bar", una mesa cubierta por sábanas puede convertirse en un refugio para tener sexo fuera del alcance de las cámaras y un recinto hermético en el "confesionario" donde los concursantes pasan sus únicos momentos de absoluta soledad. La casualidad quiso que el programa empezara el mismo día en que Domingo Cavallo volvió a hacerse cargo de la economía del país, y quién sabe qué ocurrirá en esta Argentina "reality show" cuando la última emisión haya terminado y se apaguen las luces. (Infosic) Hernán Di Bello |
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