Domingo 20 de mayo de 2001

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La vida en directo ¿No se parece a los culebrones?

 

Como decir nada de nada

 
  Ese gran humanista que fue Silvio Frondizi y el salesiano Enrique Kossman tenían, desde lo intelectual, una única cosa en común: sostenían que a las "buenas definiciones no les faltan ni le sobran palabras".
"El Bar" y "El Gran Hermano" se ajustan perfectamente a aquella sentencia. Porque ambos juegos son la más acabada expresión que se pueda lograr en estos días de la generalizada decadencia de la televisión argentina.
Lo que sucede en ambos casos es tan "nada de nada", que no cuesta poner en duda la solidez de la autoestima de sus creadores. Y no es tan difícil intuir que también está reducida a cero la cuota de autoestima de quien se prende de esas frívolas producciones.
Frívolas porque están estructuradas desde una decisión que desprecia el compromiso con el televidente. Ambos programas se marginan de toda consideración destinada a estimular la reflexión y la inteligencia del otro.
La limitada capacidad neuronal de los personajes se suma a aquella decisión para converger con entusiasmo en "nada de nada". Diálogos insustanciales estructurados alrededor de cuando no lugares comunes, desde una superficialidad de razonamientos que, como mínimo, deberán figurar en los anales del "Libro de lo ilógico". Así, por momentos, es dable pensar que los jóvenes ahí reunidos y seguidos por las cámaras carecen virtualmente de escolaridad. Algunos de ellos tienen incluso problemas muy manifiestos de coordinación entre el pensamiento y la expresión.
Sin embargo, opinan de todo y desde una certidumbre excluyente. Lo hacen con una carencia tan elocuente de predisposición a mejorarse desde la reflexión, como seguramente no hay otra en todo el planeta.
Y la vulgaridad, siempre la vulgaridad. Siempre nivelando hacia abajo. En cada palabra. En todo gesto. Nunca la más mínima iniciativa de nivelar hacia arriba. Porque lo único que está por encima de estos jóvenes son las cámaras que los captan aquí y allá. Enfocados en esa encerrona que han aceptado, sin ponerle freno a sus ambiciones de fama. Una fama estéril. Sin sustancia.
Una fama de carrera corta y decadente.

Carlos Torrengo

   
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