Miércoles 16 de mayo de 2001

 

Lloran de envidia

 
  Llueve. ¿Recuerdas cuando me salvabas de los charcos llevándome en brazos?, dice la chica.
¿Cuándo fue? ¿Ayer? ¿Hace diez años? Recién nos habíamos conocido y el diluvio bíblico se empecinó en perseguirnos. Después del chapoteo nos vimos más puros que nunca, nuestra hipocresía juvenil y los trazos de un tenue maquillaje emprendieron el largo adiós de las gotas que se pierden entre la ropa.
Recuerdas, -sí, ahora sí recuerdas- un capuchino dulce, un cortado, dos copitas de ron cubano, mientras un ángel escupía su furia sobre el asfalto. Las vidrieras apenas si nos protegían del temporal. Llueve hoy, como alguna vez. Qué bueno.
Recuerdas, un verano que opacaron los nubarrones, aquel fin de semana en la cabaña, el beso que parecía eterno. Tú, dulce como un sueño, acercaste la copa y brindaste por los "buenos" de las películas: los vaqueros de sombrero blanco, Superman, Batman, Robin y Gasparín, y por ambos, malos camuflados de inocentes. Probamos el vino de la casa para dar el corte final a aquella escena magnífica. No sabíamos nada del tiempo, nada de las patrañas de la vida. Eso fue antes de los masajistas, los psicólogos y las pastillas. Antes del estrés, los asesinos seriales y las payasadas en directo.
Llueve. Tu mano entre las mías. Cada tanto las soplaba para que no nos congeláramos a la espera... ¿de qué?
Llueve, para recordar que hemos vivido, que el dolor, el hastío, la bronca, no han sido en vano. La lluvia nos recuerda que cantamos a coro una canción de Bono, "Baby Face", y después borrachos de caricias y tinto, todos los "hits" de Edith Piaff. Cuando algo nos duele, nadie puede consolar esa descarga de adrenalina y espanto. A excepción tuya.
Entre las goteras de una casa desvencijada, Shakespeare redefinió la pasión. Chet Baker susurró que no era capaz de querer a nadie. Malcolm Lowry transcribió su desesperación. El resto de nosotros hizo el amor. Nunca fluye tanto el deseo como en esos días en que el demonio arrasa, se queda con las calles, el miedo y la timidez.
Hoy llueve, levantamos el cuello del saco sólo para jurarnos que esta vez no nos va a atrapar su ira. Afuera, la guerra.
La chica de ojos marrones, voz de amanecer, nos espera. Por ella atravesaremos las cenizas calientes, mientras diluvia. Nos espera el fuego moderno, una televisión encendida, la piel.
Tal vez, quién puede saberlo, en las próximas horas se venga abajo la cúpula del universo. Y estas parejas tiernas sean las últimas en decirse "te quiero". Tal vez nosotros seamos la excepción en medio de la inaudita eternidad. Hormigas hechas para sentir.
Llora Marte por carecer de este don gratuito y poderoso. También una constelación tan lejana que después de trillones de años luz apenas si nos llegan sus reflejos.
Lloran los ángeles, los árboles, el cielo negro, las ranas.
Sólo nosotros, pequeños seres conflictuados, luminosos, somos capaces de entregar el alma por nada, de decir cuál es el color de la sangre. El cielo llora de envidia.

Claudio Andrade

   
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