Sábado 12 de mayo de 2001

 

Para paladares complacientes

 

"El cocinero", monólogos y música de fácil digestión

  Un plato sabroso, pero que no empalaga, "El cocinero" es un unipersonal de fácil digestión para paladares no demasiado exigentes.
Esta suerte de sucesión de monólogos enhebrados en base a la comida con formato de café concert seduce desde la originalidad de la propuesta pero carece de una estructura orgánica y cronológica como para ser titulado "Historia brutal de la comida".
Las historias sobre la comida o las citas a personajes de la historia como Ludovico Sforza, Leonardo Da Vinci, Napoleón Bonaparte o el gaucho de las pampas citadas por un logrado Pablo Alarcón no guardan relación alguna ni están cronológicamente ordenadas.
Pero sí tienen la frescura suficiente como para arrancarle una sonrisa al público, como la anécdota del gaucho que le sacaba la lengua a la vaca y tiraba el resto, porque era un apasionado de la lengua a la vinagreta, o las instrucciones para asesinar invitados molestos sin importunar al resto de los comensales.
Desde la originalidad de la obra, se destacan la recepción que hace al actor a su público, ataviado como el cocinero y ubicado con una bandeja de escarbadientes a la entrada del cine-teatro Español. De ahí en más, los sorprendidos espectadores son abordados por simpáticos chefs que ofrecen nuevamente "mondands" -escarbadientes- a quienes van ingresando al teatro, luego de servirse una copa de vino, gaseosa o champán y dos acotados canapés.
Una vez adentro, los tres chefs de la entrada pasarán a convertirse en la Picado Fino Jazz Band, la banda que deleitará con entrañables clásicos del género que darán pie a las múltiples acotaciones de Alarcón.
A partir de allí se sucederán las desopilantes recetas que brindará Alarcón -textos de Carlos Nine mediante- tamizadas con platos populares como el revuelto gramajo, los berberechos al ajillo o polenta con pajaritos.
Todo ello intercalado con el buen jazz y los tangos que despliegan Norberto Córdoba (bajo), Mariano Pini (guitarra) y Willie Raimondi (batería). Una aceitada banda que acompaña con solvencia la puesta en escena de Alarcón, quien a su vez pone lo suyo con sus acabadas intervenciones con la armónica que adereza las historias.
Con algunas "perlitas" pero picos desparejos, el final encuentra a Alarcón rescatando el ritual de la comida compartida en familia, como en su infancia y advirtiendo en un tono impostado y admonitorio que "no podemos perder la alegría de las comidas".
El resultado: un espectáculo simpático, liviano, sin demasiadas pretensiones y un tanto enérgico, pero que permite pasar un rato agradable y escuchar buenas anécdotas y referencias históricas sobre la comida.
Milena Delgado
   
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