Miércoles 9 de mayo de 2001

 

El deseo, no la sumisión

 
  Queman más la nostalgia y el desamor, que la precariedad. Una legendaria convicción nos hace suponer que juntos - "vos y yo amor mío"- podemos más que el Infierno.
Michel Onfray culpabiliza, irónicamente, del goce y su contrapartida oscura, su ausencia, a dos mujeres: "...son la causa de la desgracia de todos nosotros, los hombres. Y esto basta para que, curiosos y diligentes, nos preguntemos en qué habrá consistido la felicidad antes del tiempo, antes de que comenzara el mundo tal cual es, en su insufrible apariencia actual. En aquella época de todas las bienaventuranzas, son Eva y Pandora quienes preparan y fomentan todos los Apocalipsis".
Una se dejó tentar y tentó a su vez al bobo de Adán, y la otra abrió la puerta del caos. Aunque podríamos invertir los papeles. Dos hombres son la causa de la desgracia de todas nosotras, las mujeres: Adán, el seducido, y Zeus, el creador de Pandora, la "provista de todos los dones". Estos cuatro personajes, nada divinos pero cercanos a la divinidad, coinciden en una cosa: todos estaban dispuestos a robarle una chispa a su dios (Jehová o Zeus, da lo mismo) y por eso recibieron un castigo interminable.
El caso es que la gente continúa enamorándose no importa lo qué diga el Olimpo, la piel duele incluso más que la billetera. Junto a quien amamos -y que esto se traduzca en las múltiples formas posibles; con otra u otras personas, del mismo o distinto sexo-, sabemos que cualquier cosa es posible.
El castigo mayor, en esta vida alejada de los palacios etéreos, consiste en separarnos de los seres entrañables. Y ningún dios se atrevería a tanto.
Por tu cercanía, por el aroma de tu pelo sería capaz de lo inimaginable. Harold Loyd recordaba así, en "Mi vieja y querida guerra cuanto te extraño", el rostro de una joven muerta en un bosque de Bosnia: "hubiera formado un ejercito y quemado Troya por ella", anotó en su dramática obra.
Nada se compara a la ausencia. "Pero, por amor de Dios, Ivonne, óyeme, he depuesto las armas; en este momento me he rendido y allí va el avión, lo oí entonces a lo lejos, sólo un momento, más allá de Tomalín –regresa, regresa-. Dejaré de beber; cualquier cosa. Me muero sin ti. Por amor de Dios, Ivonne, vuelve a mí, óyeme es una súplica, vuelve a mí, Ivonne, aunque sólo sea un día", escribió Malcolm Lowry en su obra maestra "Bajo el volcán". Basta leer la recopilación de sus cartas para saber que Lowry ficcionalizaba muy poco su pasión por Ivonne.
Es fácil imaginar el aburrido Paraíso, o la inerte tierra creada por los dioses griegos, antes de la travesura de Pandora, pero no la pasión hecha añicos. Onfray felicita a las mujeres que nos regalaron el dolor supremo, ambas optaron por la inteligencia y "el deseo antes que la sumisión".
Hoy mismo dos sujetos se enamoran, se imaginan volando a Nepal, otros tantos se separan y suspiran por el calor de la noche y las sábanas transpiradas.
Los dioses sabían que en la caja de Pandora, junto con el sufrimiento, se escondía el deseo y la pasión: por ellos quemaríamos Troya y mucho más.
Claudio Andrade
   
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