Miércoles 2 de mayo de 2001

 

Tangos para tus penas

 
  En Buenos Aires, a unos metros de la esquina de Bartolomé Mitre y Paraná, Daniel Melingo canta tangos. No recordamos el nombre del bar, pero no es "Bukowski", como al que fuimos después de robarle un bis al ex Abuelo de la Nada, a esta leyenda que volvió de Europa, la heroína y la historia densa.
El tango es una geografía imprecisa. Una patria para desamparados, corazones dolientes y enamorados sin consuelo de la mujer o el hombre erróneos. Tango rock, en la esquina del "Bukowski", tango milonga en un local de Almagro, tango for export, en la plaza Dorrego de San Telmo o bajo las arañas de cristal de la confitería Ideal en Suipacha casi Corrientes, tango tango en la Casa del Tango de Almagro que ayudó a construir un grupo de japoneses, tan amantes del dos por cuatro como los colombianos, los chilenos o los uruguayos. El tango es universal aunque sus postales más nítidas sean extractos de Pompeya, Parque Patricios y San Cristóbal. Rejuntes de viejos milongueros que a la luz de las farolas prueban firuletes en la plaza Almafuerte.
"El tango es un sentimiento que se baila", escuchamos decir a la televisión. Pero cualquiera sabe que el tango también se bebe, narcotiza la nostalgia de los dulces años pasados y los desencantos actuales. A Charles Bukowski le hubiera gustado el tango.
"¿Los viste todos?", pregunta el vendedor de una disquería de Lavalle que nos ha visto elegir "Eterno Buenos Aires", de Rodolfo Mederos, una ganga a 10 pesos. También hay otros, como "Mi Buenos Aires querido", un disco magnífico junto a Daniel Barenboim y Héctor Console. Al igual que el jazz, el flamenco y la cumbia, el tango es una música de nadie y de todos. Ya ningún gitano puede arrobarse la voz de Camarón, ni ningún porteño el bandoneón de Mederos o la voz de Melingo.
Mederos, el humilde soberbio que come "sánguches" de milanesa junto a sus alumnos en la Escuela Popular de Avellaneda.
Hace tiempo que no se escuchaba tanto tango en la ciudad de los buenos aires. Ni enfrente, en Montevideo. Ni más al sur, en Neuquén, Bariloche y General Roca, donde el lunes un exquisito quinteto de tangos, "El Faso", conformado por Ricardo La Sala, Luis Cide, Yuri Silva, Fernanda Sandoval y Gabriela Franco, llenó el bar Dorrego de Roca, se apropió de los aplausos y va por más. Los próceres del género -Carlitos querido que desde el cielo nos cuidas- seguramente sonríen ante el fruto de su obra.
A propósito, Melingo interpreta un tango brutal, descarnado, intenso, sacado de las raíces de una vida vivida a 200 kilómetros por hora que busca un respiro. "Tangos bajos", de un artista elevado.
El tango es una cuestión íntima que excede los cuartitos de Rivadavia al 3.000, los hoteles españoles de Avenida de Mayo y al helado de vainilla con canela del Tortoni. Se reproduce en la frontera del placer y la decepción. Sobre besos robados a muchachas de vestido azul, juramentos de "no me olvides" y bofetadas furiosas. Colores verdaderos, música sin hipocresías en el cansino gobierno de la crisis. Siente tangos. Bebe tangos.

Claudio Andrade

   
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