Lunes 28 de mayo de 2001
 

Las mujeres sólo quieren trabajo, ante el avance de la miseria

 

Solas y sostén de familia, no les alcanza una bolsa de comida. Piden "por favor" un trabajo en lo que sea, en Viedma.

  VIEDMA (AV)- La miseria pega más fuerte que la violencia. Esta parece ser la conclusión si se analiza lo que sucede en Viedma, donde viven cientos de mujeres solas frente a la vida, con varios hijos que alimentar y sin trabajo. Pero no se doblegan. Tiran de la cuerda que sólo sostiene la fuerza de voluntad y los deseos de encontrar una salida. Caminan y golpean puertas en busca de comida para hoy y mañana porque hay que parar el llanto de los pibes. Pero no pierden la esperanza de traer poco o mucho a casa producto del propio trabajo. Una actividad y el pago que por ella corresponda. Sólo trabajo, esto que además de permitir servir la mesa y comprar algo de lo que se necesita implica dignidad: eso que no tiene precio sino valor. Las mujeres no están dispuestas a doblegarse en este objetivo a pesar del hambre, el frío y las lágrimas de sus hijos.
El Consejo Local de la Mujer en Viedma es una de las tantas cajas de resonancia de la miseria que avanza sin respetar niños ni ancianos.
La violencia familiar fue hasta el año pasado el principal reclamo por el que las mujeres acudían allí en busca de protección. Le seguía la cuota alimentaria y los problemas de viviendas. Pero desde hace varios meses los maridos golpeadores pasaron a un segundo plano, no porque hayan superado esa instancia de violencia, sino que las mujeres necesitan aliviar los puñetazos de la miseria que se agravan con el paso de los días y los envuelve a todos.
La mayoría de ellas justifican las palizas del marido. "Me pegó después de tomar y se emborracha porque no consigue trabajo" es la respuesta de muchas que llegan al Consejo con las huellas de los golpes en el rostro y en el cuerpo.
Eso ya ni duele. Unos días y se pasa. Pero conmueve el pedido de trabajo "en lo que sea y por lo que sea".


Nilda de Belloso, la presidenta del Consejo Municipal de la Mujer en Viedma señaló a "Río Negro" que las mujeres "llegan desesperadas a pedir "por favor" una ocupación. Han caído en una pobreza extrema, la bolsita de ayuda alimentaria no les alcanza y muchas se resisten a enviar a sus hijos al comedor comunitario. Piden trabajo porque no sólo se necesita dinero para comer sino que hay otras necesidades en un hogar". Además chocan con el agravante de la capacitación que hoy exige el escaso mercado laboral.
Las mujeres que le dedican tiempo al Consejo de la Mujer -que no superan las siete del total de 12- no dan abasto para atender la demanda y sobre todo para encontrar soluciones.
En el registro del Consejo son más de 400 las mujeres anotadas a la espera de trabajo pero sólo hay un cupo de 10 planes trabajar por mes para ofrecer en base a un convenio firmado por el Consejo provincial con Trabajo.
Belloso habló de la feminización de la pobreza al señalar que hoy son cada vez más las mujeres que quedan solas con cinco hijos promedio y sin ninguna ayuda. Sólo un módulo alimentario que alcanza para unos días. Las más afortunadas consiguen ocupación en casas de familias y dejan a sus hijos mayores que con suerte superan los ocho años a cargo de los hermanitos menores.

La herencia más dolorosa

La pobreza ha llegado a extremos que no se pueden describir. Hay familias que no han podido cambiar su historia. Por el contrario se ha agudizado su situación. Se criaron en hogares humildes, tuvieron muchos hijos pero lograron levantar la casita propia. Hoy son abuelos y albergan a sus hijos y nietos, sin trabajo en la misma pequeña casa donde nacieron pero con el deterioro de los años. En muchos casos, como el de Lucía Morales, el único ingreso es su pensión nacional de apenas 150 pesos. Ninguno de sus siete hijos tiene trabajo. Sólo algunas changas los mayores.
En la pequeña vivienda de techo de chapas que se entibia con la leña que los chicos salen a buscar conviven más de 10 personas. Cinco de ellos -desde los 19 años a los dos- almuerzan en el comedor comunitario. El resto trata de encontrar alguna alternativa pero "no hay trabajo". "A veces no tengo ni para el colectivo para ir al hospital", señaló Lucía de 50 años pero que aparenta varios más, al detallar su dolencia renal que le impide hacer esfuerzos.
Este es sólo un ejemplo pero esta situación familiar es historia común en varios hogares viedmenses. Las hijas se casaron y se fueron. Tuvieron hijos y los maridos las abandonaron por diversos motivos. Sin trabajo no pueden mantener a sus hijos y regresan a la casa de los padres que, con suerte, tienen una jubilación que se agota tan rápido como la reciben. En la mayoría de los casos alivian el hambre los módulos alimentarios que cada vez vienen más pobres y los comedores comunitarios. Pero nada de esto significa una solución para cortar esa pesada cadena que significa la pobreza, la más dolorosa de las herencias.

   
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