Martes 10 de abril de 2001

 

"Mi general"... "General sí, pero"...

 

Pichetto y Rosso lucen discursos muy distintos en relación con la historia del PJ

  Dos discursos distintos definen las campañas para senadores nacionales de los peronistas rionegrinos Miguel Pichetto y Eduardo Rosso.
Pichetto la desarrolla desde un convencimiento: el voto perdió sustancia ideológica. Sabe que la gente busca más ideas y propuestas que pertenencia a alguna religión partidaria.
En consecuencia, es un heterodoxo a la hora de elegir los instrumentos que crea adecuados para llegar al Senado.
Así, no le requiere ningún esfuerzo adicional estructurar un discurso que no se deja encorsetar por la liturgia y simbología justicialistas.
No prescinde de ellos. Pero los utili-za dosificadamente. Una estrategia destinada a preservar de toda inquietud a los votantes independientes. Pichetto no quiere que, de la mano del recuerdo del matrimonio Perón y de las páginas con que éstos se estamparon en la historia, un día se le escape el verbo. Y luego se juegue en un minuto la imagen de político ajeno a retroalimentar desencuentros que vienen de décadas.
En todos sus discursos hay -claro está- apelación a ese "bloque de sentido y de prácticas" que define al peronismo desde sus orígenes.
Pichetto trae, de una u otra manera, aquella historia "para construir un espacio que nos conduzca a recuperar el sentido último de las causas colectivas; que nos obstine a restituir el compromiso solidario; que nos enamore como en los días del sueño justo, libre y soberano".
Pero luego, el discurso de este candidato a senador expresa una agenda muy abierta de temas que -confiesa- importan también más allá de la geografía peronista.
Ahí emerge lo programático o -en todo caso- el sentido que en su consideración tiene buscar una banca en el Senado. Tema que excede estas líneas.
Y es ahí donde Pichetto hace valer una diferencia que le lleva a Rosso y no resulta menor: la capacidad de gestión que acredita estar 17 años engarzado en el aparato de Estado.
Rosso, en cambio, ingresó a la campaña con un discurso que aún revela carencias en aquella materia. Un débito que explica por el lado de su repentina decisión de buscar un sitio en la cámara alta.
Mientras tanto, y al menos hasta hoy, Rosso avanza con un discurso que en gran parte de su desarrollo encuentra su razón en lo más tradicional de la liturgia y simbología peronistas.
Establece así una línea de coheren-cia con lo que fue su formación como militante en los agitados finales de los "60. Una historia que lo computa en aquellos tiempos como muy afín al ala política más definida en favor de la defensa del dogma partidario.
En este inicio de campaña, con Rosso retornó al peronismo rionegrino un discurso sustentado en términos y definiciones que, o estaban aquí en desuso, o simplemente sobrevivían arrinconadas por la inercia que signa la vida de un partido tan ajeno al poder real.
Este retorno emergió claramente en el acto con que, ante 370 personas, Rosso puso en marcha su campaña en Roca el sábado a la noche.
Ahí, tanto él como su elegido para primer diputado nacional -el abogado reginense Rubén Crespo- definieron al peronismo como la expresión del "ser nacional".
Y, con ellos, la palabra "pueblo" volvió a tener una identificación unívoca e inquietante, por los perfiles de exclusión con que supo trascender en el pasado.
Se situó al peronismo como "hace-dor" casi excluyente de la dignificación de "ser nacional". Y los nombres de Evita y del general adquirieron resonancia intensa, casi épica.
Y el recuerdo de un pasado de persecución, cárcel, tortura y muerte para miles de peronistas surgió como "distinción terminante" entre lo que hicieron "unos y otros por la grandeza de la patria".
El remate a las palabras de Rosso fue la marcha peronista cantada por el inefable Hugo del Carril. Marcha olvidada en la mayoría de los actos justicialistas, a no ser que en vías de una acción rápida algún militante le dé volumen.
Condicionado por ahora a dirimir fuerzas con Pichetto desde el campo de lo programático, Rosso le brinda batalla apelando sin mediaciones al peronismo disperso.
Una franja nada desdeñable del partido. Y pivotear desde ahí con su principal capital político: ser ajeno al esquema dirigencial que llevó a este peronismo a ser una pálida sombra del poder.
Pero claro, con esto solo, el triunfo estará distante de Rosso.
Porque sucede que la nostalgia también suele ser nada más que historia.
Porque claro, las sociedades mudan.

Carlos Torrengo

   
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