Martes 3 de abril de 2001

 

Investigan la desaparición de 3.000 dólares

 

El dinero estaba en cajitas de lata en un mueble que habitualmente manejaba la hermana de la víctima con consentimiento de sus padres. Los investigadores son optimistas en que el caso se esclarecerá en corto tiempo. Las declaraciones recibidas de la familia serían determinantes. Los relatos del matrimonio son amplios, claros y convincentes, en tanto los dichos de la joven contienen un alto grado de mendacidad.

  CUTRAL CO (ACC/AN).- La desaparición de 3.000 dólares que la familia Acuña guardaba celosamente en el fondo de la cajonera de una habitación centraliza el trabajo de los investigadores del alevoso asesinato de Sergio Javier, el chico de 9 años a quien mataron de un balazo en el pecho en la mañana del viernes. El manejo y destino que le dieron al dinero podrían ser la llave que termine de echar luz al caso, tras las amplísimas declaraciones que los restantes miembros del grupo familiar ofrecieron ante el fiscal Santiago Terán.
"Cada vez se afianza más la hipótesis del que el autor de los disparos está en la intimidad familiar", dijo el funcionario. Y en ese sentido todas las miradas siguen puestas en precisar cuáles fueron las actividades que desarrolló la hermana de la víctima, antes de denunciar el hallazgo del cadáver. La joven era la encargada de "administrar" las entradas y salidas de fondos que le entregaban sus padres y que, aparentemente, conformaban ahorros de bastante tiempo.
En las tres horas que la muchacha estuvo dando su versión de los hechos, demostró un alto nivel de inteligencia, precisión para ofrecer datos y referencias y asombrosa claridad de conceptos. "Lo que hace sumamente compleja su declaración es que, paralelamente a su habilidad, se ha comprobado que miente descaradamente. De cien cosas que dice, setenta pueden ser mendaces. Miente muchísimo", sostuvo la fuente.
La joven de 16 años engañó a sus padres cuando la mañana del crimen dijo que iría al Centro de Enseñanza 6 donde cursa el cuarto año. Incluso a su padre, quien la dejó en la puerta del establecimiento en su Duna rojo. Sin embargo, el día anterior ya la había dicho a la preceptora que no iría a clase.
Se ha comprobado que en taxi fue al hospital, se hizo observar por un médico de un presunto "tizazo" que habría recibido el día anterior en un ojo y regresó a su casa. Ahí fue cuando dijo encontrar a su hermano herido, cruzó la calle y avisó a la Policía.
Los investigadores esperan despejar cuatro o cinco puntos que consideran claves para dar por esclarecido el crimen. En primer lugar figura el dinero. Los interrogantes giran en saber quién lo sacó -está casi descartado que haya actuado alguien ajeno a la casa-, cómo, dónde y cuándo fue gastado.
Otro interrogante es la lesión que la joven dijo haber sufrido en un ojo. El diagnóstico del médico que la atendió no le asigna la menor gravedad, aún cuando tenía huellas de una lesión leve, las dudas giran en torno a su verdadera entidad.
El fiscal Terán tiene previsto realizar hoy una serie de diligencias que pasan por valorar pruebas, cotejar evidencias, recibir declaraciones y convocar a un profesional para que dictamine sobre el comportamiento de los miembros de la familia Acuña.
Las pericias terminarían de conformar un cuadro probatorio, en la hipótesis de los investigadores.
"Si bien el autor regó de pruebas falsas el escenario del crimen, dejó también muchas huellas", comentó uno de los investigadores. Comprobó si la víctima estaba muerta, dónde le pegó e tiro y al manipularlo -además arrastrarlo casi tres metros-, dejó manchas de sangre en una prenda que es analizada los peritos. También se recogieron cabellos, que no se corresponden con los del chico muerto-, junto al revólver calibre 38 usado en el hecho y en la espalda del muerto. Los guantes de látex que la joven empleó un par de días antes para lavar un esqueleto humano, que dijo adquirió en el cementerio para sus estudios escolares, aparecieron también en el lugar del hecho.

El revólver estaba entre las frazadas

CUTRAL CO (ACC/AN).- Como no había ocurrido nunca antes a Raúl Acuña, el día del crimen de su hijo Sergio Javier, lo despertó su hija antes de las 7 de la mañana. En el extremo de los pies, donde había dejado cargado el revólver 38 entre las frazadas, listo ante una eventual necesidad, sintió un movimiento que lo sorprendió. No pasó de eso.
Después todo transcurrió con el rigor de la rutina que el padre de familia aplicaba en sus actividades diarias. Dejó a la joven en el colegio, regresó a su casa y luego caminó hasta la escuela a dictar clases y su esposa se fue también a trabajar.
Acuña es un aficionado a las armas. Además del revólver posee una carabina calibre 22, pero que conserva descargada, y cuenta con abundante material sobre el tema.
De los datos que tienen los investigadores, no surge con claridad qué pasó con el revólver desde que salió de su casa. Pero la Policía lo encontró a quince centímetros de la cabeza del niño asesinado, con cuatro cartuchos en el tambor.
Los dos restantes habían sido disparados en la habitación de los chicos y el otro en el líving y fue el que hirió de muerte a Sergio Javier.
En el segundo cajón de la mesa de luz, estaba la cajita de cartón del embalaje del revólver. Los investigadores sostienen que siempre fue manipulado por alguien que lo conocía muy bien.
Aún cuando restan hacer varias pericias, dan por seguro que fue el revólver usado para el crimen.
Junto al arma los peritos recogieron evidencias que estiman son concluyentes para identificar a quien lo usó. Concuerdan con otros signos hallados en el lugar.
   
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