Miércoles 11 de abril de 2001

 

La divinidad de los seres terrenales

 

Boca busca seguir de buena racha. San Lorenzo se la juega en Rosario.Talleres visita a Estudiantes.

  Probablemente el español Santiago Segurola no tiene la posibilidad de ver fútbol argentino en tanta cantidad como nosotros el de su país. Tal vez a eso podría atribuírsele su juicio acerca de Juan Román Riquel-me.
Porque dijo la verdad, pero no toda, cuando hace unos días este excelente periodista del diario "El País" escribió en su columna "El efecto Riquelme".
Dijo -por caso- que el jugador aún boquense "no tiene dinámica, velocidad, quite ni gol". Y acotó: "Es un mediocampista de ataque con poca capacidad de sorpresa frente al arco".
Semanas atrás, el propio Segurola se quejaba de la escasa actitud de ataque que tiene su escuadra nacional. A la "furia" española le sobra fibra pero le falta espíritu fue, en síntesis, su sentencia.
Ahora, en su despiadado diagnóstico sobre Riquelme, cual médico especialista obsesivo, Segurola hace hincapié en el músculo y nada más que en el músculo.
¡Joder, no se detiene ni un instante en la mística y la inteligencia! Oh casualidad, dos de las mayores riquezas del fútbol de Riquelme...!
A priori, hasta podríamos decir, siguiendo la línea de este tipo de lecturas, que los bajos, los delicados, los lentos, los ansiosos o los fríos poco y nada pueden hacer en el deporte de alta competición.
Lo mejor sería que abran un quiosco y se olviden de los sueños de emocionar multitudes.
Desde lo futbolístico, quedarían así descartados Diego Maradona (el petiso), Fernando Redondo (fino como un atardecer de otoño en Boston), Valderrama (el pibe en cámara lenta), Iván Zamorano (un tenso por dictado genético) o Kluivert (que a la hora de definir es tan frío como el témpano que hizo del Titanic un parque de diversiones para los pescados).
Sí, es cierto, Riquelme no tiene velocidad.
Pero tampoco es lento. Y mientras pone el cuerpo y desarrolla la técnica, detiene el tiem-po como sólo muy pocos son capaces de hacer. Riquelme no quita, sino que protege y nadie le quita a él. Riquelme no hace muchos goles, pero casi siem-pre festeja los ajenos como si fueran propios.
Y entonces la pregunta del millón: ¿adivinen quién es el patrón de la asistencia de muchos de esos goles?
Y se equivoca Segurola cuando dice que Riquelme es "un mediocampista de ataque con poca capacidad de sorpresa ante la portería".
Tal vez él no vio la cara de desconcierto que tenían los jugadores del Real Madrid en la última Copa Intercontinental. Sí, en aquel atardecer de Tokio que fue un amanecer para los argentinos y una media mañana para los españoles.
Allí Riquelme hizo todo lo que Segurola dice que no hace. Protegió el balón. Y con una extraña sensibilidad que fusiona truco y estrategia, les mostró la pelota a los del Real para luego -cual predilecto de la caricia- hacerla escurrir graciosamente entre los espacios que abría la impotencia de los merengues.
Versatilidad, inteligencia, temperamento y extrema paz interna son las cartas de un jugador que lleva la fibra en otro sitio. No exclusivamente en las piernas.
Lentitud, si se quiere definir así la capacidad para pensar un segundo antes de la jugada, que le ayudó a ganar partidos a Michel Ladrup o Ricardo Bochini.
Los españoles han quedado atrapados por el mandato del fútbol europeo actual, donde importa la máquina y se descarta magia. Desde ahí habló Segurola.
Esa magia que con sinceridad elocuente dijo admirar el colombiano Mario Yepes. Fue el viernes, cuando un periodista ansioso por calentar el ambiente previo al Boca-Ríver, le peguntó si no tenía miedo de que Riquelme le metiera un caño como hizo en un partido de la Libertadores.
-No, no... ¿Por qué voy a tener miedo?... ¡El caño es el fútbol!
Sí, ese fútbol que quizá sea, ante todo, la divinidad de los seres terrenales.

Claudio Andrade
Carlos Torrengo
   
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