Miércoles 25 de abril de 2001

 

Desesperación

 
  Pasa menos a menudo de lo que suponemos. Una que otra vez la vida se ocupa de ponernos en líos, pero en general nuestro destino tiende al paroxismo o la quietud, hacemos un gran esfuerzo para que esto suceda, la verdad. Ambas condiciones son madera del mismo árbol. Ninguna es natural. Son dos formas hipócritas de combatir el miedo al devenir, a lo que esta existencia pueda depararnos si dejamos los brazos abiertos.
La quietud es un sueño adictivo. La vida puesta son cifras apenas distintas, con las cuales es factible obtener los sentimientos, colores y perfumes de lo humano. Una odiosa fórmula escrita con unos y ceros. Así está okey, vamos bien querida, apretamos las sogas, levantamos una pared de cuatro metros, subimos el cuello del saco, nos ocupamos para no ocuparnos de lo que parece riesgoso, esquivamos la mirada, somos fríos, amamos selectivamente, le escapamos a la desesperación como al mismísimo demonio.
Igual de adictivo es el paroxismo, la idea ingenua de que arriesgando el pellejo por propia voluntad lograremos conjurar a la muerte mientras estemos vivos. Somos, de hecho, unos "vivos" bárbaros porque hacemos piquete de ojos a la calavera y su guadaña. ¿Viste que no me pasó nada? Entonces buscamos la cumbre más alta y de allí nos tiramos en una carreta con los engranajes sueltos. Evitamos los críos (no voy a traerlos a este mundo podrido), levantamos una cruz a los compromisos emocionales, no lloramos al abuelo, vemos películas de acción y juramos que nunca cometeremos la estupidez del matrimonio. Bebemos para narcotizarnos, no por placer. El más allá luce demasiado atractivo como para disfrutar del más acá. Mientras estemos en movimiento, la mala racha no nos golpeará en la nuca. Imbuidos de adrenalina, esperamos la vejez arriba de un skate.
Estos juramentos no tienen validez en el acertijo diario. Pues nadie sabe qué ocurrirá el minuto siguiente. No importa quiénes seamos ni lo que hagamos o dejemos de hacer, la ignorancia en este sentido es plena.
Esas escasas oportunidades que tenemos de comprobar qué es importante y qué accesorio nos sacan -un minuto, un siglo- de la inercia: el zamarreo frontal de la fatalidad, una pasión que no conseguimos concretar. ¡Ay!, eso sí que duele. Aunque duele mejor cuando no nos hemos desgastado perfeccionando los extremos. En lo personal, preferimos las crisis amorosas (si se puede elegir); son el modo más explícito de descubrir dónde estamos parados. Brújula y antídoto contra la estupidez. El mundo se derrumba y nuestra humanidad sufre hasta el límite de lo conocido. Una canción de Joaquín Sabina, "Así estoy yo sin ti", recuerda lo mucho que hiere amar y no poder mostrarlo. "Como el cielo de Chernobyl... así estoy yo sin ti", dice el español. ¿Quién no ha visto en sus ojos el cielo de Chernobyl?
Si esto no nos ha pasado alguna vez, si ocupados entre las ganas de amortizar el día o a punto de intentar una nueva conquista, jamás tuvimos la sensación de que el aire se nos atraganta de deseo, que la desesperación corre por el sistema nervioso... Pues, tal vez estemos perdiendo el tiempo.

Claudio Andrade

   
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