Lunes 23 de abril de 2001

 

Spasiuk abre un mundo de sonidos litoraleños

 

El músico no adhiere a vanguardias y busca "lo que hay del cuero de las personas para adentro"

  Al encuentro con "Río Negro" el "Chango" Spasiuk llegó armado con dos Anconetani, sus fieles acordeonas, y un bolso. Acababa de dejar el avión que lo trajo de su tierra colorada y verde. Chango siempre anda llegando: de Misiones después de tocar con León Gieco; de Viedma, donde vive la familia de Vanesa, su mujer; de Nueva York tras interpretar música que bailó el grupo Manhattan Tap, compuesta especialmente para él por Bob Nelson o de cerrar el Festival Argentino Brasileño de Jazz en Brooklyn, donde David Byrne fue a escucharlo.
Es de Apóstoles en el sur misionero, como sus padres, pero no sus abuelos de pura cepa ucraniana. Su viejo -Lucas- fue carpintero entre semana, violinista en las fiestas de la comunidad los sábados y domingos, y quien le regaló su primera acordeona –una Maestrina de veinticuatro bajos- a los doce años cuando ya tenía el chamamé y las polcas hasta en las uñas. Marcos, su tío, cantaba y tocaba guitarra y lo prendía en cuanto casamiento podía, para que la gente bailara hasta el alba aunque él supiera sólo un tema. Y bailaban.
"Hace tanto que no voy a Río Negro, supe ir muchísimo en una época. Estuve en la Fiesta de la Manzana con un grupo muy chiquito, en un escenario muy grande; no era lugar para tocar con esa formación o no era formación para tocar allí, mejor dicho. Después anduve por pequeños pueblos más hacia el este, en la Fiesta del Lúpulo en El Bolsón también. Te diría que hace años que no ando por la región. A Viedma sí voy por razones familiares. Hay una fiesta grande enfrente, la de Patagones, la del 7 de Marzo, donde hará diez años que toqué, y en la del Golfo para el 93 en Las Grutas".
"Mi esposa vivió en Viedma pero nació en Río Gallegos, la familia vive hace muchos ahí. Es muy linda la zona, el río, el mar, el balneario El Cóndor. Ventosa, pero bella. Estaría bueno volver para tocar. Aunque no está mal que uno se tome su tiempo y las circunstancias lo lleven a otros lugares y después retornar con otra música, otra agrupación, volver cambiado. Es bueno compartir todo lo que he reelaborado en tantos años. Más de uno se llevaría una sorpresa al escucharme".
Al final de la secundaria se mudó a Posadas para estudiar Antropología pero no rindió un parcial. Sí descubrió a Piazzolla, Los Jaivas, Miles Davis, Hermeto Pascoal, a Hendrix y el bandoneón salteño de Dino Saluzzi. También conoció a Norberto Ramos, el pianista que lo impulsó a saltar a Buenos Aires.
Pero comenzó a volver a Apóstoles, donde siempre regresa. Por nostalgia y para alimentarse. En el 88, con 21 años, se enganchó con el hijo de unos vecinos misioneros -portero de un edificio en Buenos Aires- y en el cuarto de la caldera hizo base.
Desde allí salió un día para tocar en el Festival Eurolatina en Holanda. Y tocó.
Ya había pataperreado el país de festival en festival, cuando el 27 de enero de 1989, junto a diez parejas de baile de su pueblo, debutó en Cosquín. La plata no les alcanzó para quedarse. Al llegar a Misiones, se enteró por teléfono que había resultado Consagración del festival.
Ese mismo año se instaló en Baires y grabó sus primeros dos discos: "Chango Spasiuk" y "Contrastes". En el 92, murió su padre. En el velorio, cuando la madrugada encuentra solo deudos en silencio, consultó a su madre y con su consentimiento, peló el acordeón y le dio nomás. Cómo no iba a despedirlo así, si su viejo amaba la música...
A los pocos días, Divididos lo convocó como músico invitado en Obras. Grabó "Bailemos y...".
Después fue el turno de "La ponzoña", cuarto disco –primero de producción independiente- que llegó a oídos de los productores del Festival de Jazz de Montreal y en 1997 aterrizó en Canadá para presentarse en el mismo escenario que John McLaughlin y Pat Metheny.
A los quince días estaba tocando "Pequeña ala", de Jimi Hendrix, en el Festival del Poncho en Catamarca.
El 6 de marzo del año siguiente, retornando en combi de la Fiesta del Ternero en Ayacucho, se tragaron un camión de frente. Murieron un asistente y Gabriel Villalba, su guitarrista. Y Chango no tocó por siete meses. Dos semanas después del accidente, nacía Lucía, la dulce niña que hoy le ilumina más la vida.

Vida hecha música

Desbandado, armó y grabó un antológico trabajo de rescate de música y costumbres ucranianas en Misiones, "Polcas de mi tierra", premio Carlos Gardel 2000. Quería hacer un CD con todo lo que tocaba su padre. Y lo hizo.
"Polcas..." y su último compacto "Chamamé crudo", ofrecen dos caras de esa misma moneda que es la vida musical de Chango. Por un lado el muy fuerte contacto con la historia de la gente que le dio el cabello rubio y los ojos claros...
"Polcas de mi tierra" muestra parte de mis raíces. En realidad, están nutridas por muchos más elementos que las polcas de mis padres y mis abuelos, que tendrán cien años en la provincia y es lo más nuevo de nuestro folclore del nordeste argentino. Pero está también lo que había antes de los inmigrantes, el chamamé, y yo nací en un contexto donde conviven todos esos colores. Polcas... fue un disco enfocado pura y exclusivamente a los sonidos que a principios del siglo XX eran sólo de los ucranianos y hoy son de todos".
"Chamamé crudo", es mi música en vivo, un compacto de contenido y forma desarrollados. Allí yo me muestro como compositor. Polcas soy yo, pero Chamamé... soy más yo que en cualquier disco anterior. Es como soy en vivo y mi concepción actual de la música y del arte".
En el primero de estos trabajos, Chango muestra; en el segundo se muestra, se expone, arriesga un mundo nuevo y pleno de matices y energía, hace volar los dedos por la belleza.
"A partir de "La ponzoña", yo comienzo a encontrar la síntesis que quería lograr y a partir de ahí, fui mejorando mis trazos y mi capacidad de sintetizar. "Polcas..." me llevó casi cinco años, se registró en Misiones y aunque no es un disco fácil de tocar en vivo, hace a mi concepto de cómo mostrar esos elementos: el modo en que presento esa música, en que combino sonidos y textos y cuento una historia, hace a mi personalidad. "Chamamé crudo" soy yo al ciento por ciento, es cómo toco ante el público en este momento, la mejor síntesis de muchos años de trabajo y el punto de partida para el futuro. Es más que un disco de chamamé, es un mundo sonoro del nordeste y esta definición es buena porque suele suceder con las músicas regionales que solamente los lugareños tienen códigos para conectarse, digerirla y disfrutarla: si no sos de la región, tu participación es intelectual, superficial y para nada comprometida".
"La concepción de mundo sonoro hace que cualquiera en cualquier lugar del planeta, se meta en él y sea atravesado por la música como una forma de amor; una vibración que un humano de cualquier edad, cultura o estado social, tiene la capacidad de responder. Tengo una gran necesidad de no subestimar a nadie, no quiero hacerlo, no me dirijo a sectores jóvenes o no, intelectuales o viejos tradicionalistas o vanguardistas. No me interesa. Busco lo que hay del cuero de las personas para adentro".
Chango Spasiuk anda ahora detrás de las obras de Tránsito Cocomarola, Damasio Esquivel, Blasito Martínez Riera, Ernesto Montiel, Isaco Abitbol y otros grandes del chamamé. Quiere mostrar sus estilos, las bellezas que compusieron e interpretaron. Y lo va a hacer.

La música como fin único

Viéndolo pulsar la acordeona, da la sensación de que el fuelle y su pecho son una misma cosa, que así respira. "Es bien diferente usar un instrumento para expresarte y que él te exprese, que sea parte de la anatomía de tu cuerpo. Si... Yo no llego al acordeón descartando otros instrumentos, siempre fue lo que quise tocar y con el tiempo se va creando una relación que lleva a que él te exprese sin un juego de control. Mi búsqueda no pasa por hacer música que me muestre como malabarista instrumental, no me interesa el virtuosismo ni el estudio con esa meta técnica. Mi fin es la música y el arte, y si eso requiere que toque mucho, toco; si necesita que casi ni toque, lo hago. Importa ese mundo sonoro, nada más y le doy lo que me pide. En Europa hay acordeonistas que estudian afanosamente para ver quién toca más notas y a veces, el desarrollo de la forma se aleja del verdadero sentido de la música y se queda en la cáscara. A mí, me interesa la forma y el contenido también, juntos".
-De dónde llega su música
- "Se trata de decir algo, tiene que haber algo detrás de lo que toco. La música es la resultante de muchos actos, no sólo de estudiar horas un arreglo; si uno es músico, en el trabajo se refleja todo, lo que come, lo que lee, como vive y quienes lo rodean, con quien uno toca, el paisaje interior. Siempre está mi provincia, llevo un paisaje en mis sonidos. La regionalidad de mis temas no está en alguna letra o en un título o en nombrar la yerba, el cosechero, la selva, el río, el hombre. Lo regional está en elementos más sutiles. La música debe mostrar más que la cáscara, que un cuadrito. Debe manifestar cómo te sentirías dentro de ese cuadro, siendo parte, porque tu mirada es única".
"No me interesa el control de las emociones, no pienso cuando toque esto, va a ocurrir lo otro... Comparto algo con otro. Depende de lo que estemos hablando para manifestarte, te dejás llevar en función del diálogo. En música es lo mismo. Me mueve la expresión en todos sus sentidos. Y expresión no es descontrol sino libertad absoluta, es soltar y proyectar energía. La música es una oportunidad de liberación. Es el no control. Controlar es algo peligroso, por eso es bueno que los conciertos se vuelvan lugares donde la gente se permita y permita expresar y comunicar, que cada cual escuche como quiera. No como se está dando ya en muchos conciertos y festivales de folclore donde hay una cuestión muy superficial, hacia fuera; parece que los músicos están allí para que mostremos la superficie. Entonces, todo lo que nos pida ir hacia adentro, como individuos, molesta. Hay que resistir a ese juego perverso y tratar de ser, en una sociedad que apuesta al parecer y a los resultados inmediatos. La idea es esta: el arte no es entretenimiento".

Eduardo Rouillet

   
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