Martes 20 de marzo de 2001

 

El Maruchito, olvidado barrio muy cerca de Allen

 

Carecen de agua potable y muchas casas tampoco tienen luz. La comunidad es pequeña, pero alberga a casi cincuenta niños. Los vecinos se sienten totalmente ignorados por los gobernantes.

  ALLEN (AA) - Viven a poco más de cinco kilómetros de Allen, en cercanías a la zona rural de Guerrico. Sin embargo los escasos habitantes que integran el barrio El Maruchito de esta ciudad se sienten "postergados en el tiempo".
Extraen el agua que beben de bombas, desconociendo en forma absoluta el estado de la misma. Además son pocos los que poseen luz eléctrica y logran soportar el crudo invierno patagónico munidos con viejas estufas a leña o algún improvisado fogón.
Alrededor de unas quince familias, donde residen una cincuentena de niños pequeños en su mayoría, conviven en la comunidad que se extiende a la vera de una única "calle ciega". Esta se encuentra distanciada a su vez, a poco menos de un kilómetro de la ruta provincial 65.
El barrio, esparcido entre las chacras, no posee más de diez años de historia y su evolución desde los primeros asentamientos no ha sido demasiado notable, aseguran sus más antiguos pobladores.
Las carencias que allí se padecen fácilmente llenarían una larga lista: pobreza, desempleo, chicos con problemas de alimentación, etc. Sin embargo, a menudo, sus habitantes se contentan con tener un lugar propio donde vivir.
De las magras promesas que han logrado arrancar de algunos de los eventuales gobiernos de turno, pocas se han cumplido, critican por lo bajo.
Aunque para otros, ni siquiera fueron tales.
"Acá los políticos no llegan ni para la fecha de elecciones", protesta frunciendo el ceño, Samuel Rubilar, quien trabaja durante la temporada en las chacras. "Hace un tiempo decían que iban a hacer un comedor, que es lo que más se necesita, pero nunca aparecieron", agrega molesto.
Desde hace más de ocho años, se encargó de levantar un "techo" con sus propias manos, y ya nunca más pensó en irse de allí.
Ahora que sus hijos se han marchado, vive solo en una pequeña morada de cantonera y escasos ladrillos que desentonan con el resto de la construcción. Similar panorama presentan el resto de las precarias viviendas vecinas.
"No tengo agua, ni luz porque no podemos poner un pilar. Pero a veces algún vecino me presta...", comenta humildemente.
Dos casas más allá, dice, señalando hacia la única dirección posible de la solitaria calle que conforma el barrio, "es peor". Los problemas se acentúan para varias de las madres solteras que viven en El Maruchito.
Susana Belmar, de 31 años, vive sola con sus seis hijos. El mayor tiene 13 años y el más pequeño apenas cuatro meses.
En este momento está empleada como cocinera en la Escuela rural NÂș 27 y sus hijos la acompañan allí diariamente, para asegurarse el único alimento que combatirá su apetito por el resto de la jornada, según afirma.
"El año pasado ahí le daban la comida, espero que este año también. En mi caso esta es la única ayuda que tengo, además de una caja de la municipalidad", agrega tímida.
"Muchos chicos del barrio comen ahí, y si sobra algo se lo dan para que se lo traigan, porque es la única comida que van a tener en el día", expresa Susana.
Cada mañana se encarga de levantar a sus hijos, para llegar a la escuela. Esta se encuentra ubicada a más de tres kilómetros de su casa. "A veces vamos en el colectivo pero cuando no pasa, como en el año pasado, tenemos que ir caminando. Porque además no entra hasta acá", asegura.
Algunas familias reciben bolsas con alimentos, que son repartidos a través del hospital local y desde el área social de la comuna.
Lirio Jara, vive con su esposa, trabaja en las chacras y confirma como para sí mismo, que en el postergado barrio rural "nunca vi gente que venga a preguntarnos qué necesitamos, si estamos bien o no. Y eso que yo vivo acá hace más de seis años...".

Las mujeres se las ingenian para subsistir

Diferentes tareas y "microemprendimientos" son realizados en El Maruchito a fin de salir a flote, entre tanta pobreza y desocupación.
Son la mujeres, en su mayoría, quienes se las ingenian para "ganar unos pesos extra", según comentan.
A través del cultivo de la tierra o realizando labores y "magia" en la cocina, muchos logran subsistir, mayormente cuando se acaba el tiempo de más movimiento que genera la actividad frutícola.
La familia Puelpán reside en el último lote, donde termina la pedregosa callecita del barrio. Desde hace un tiempo se dedican a cultivar verduras en un terreno contiguo a su vivienda.
"El espacio es chico", relata Rosa, pero "de ahí sacamos bastante verdura para comer".
Sin embargo no sólo alcanza para las comidas diarias sino que también aprovecha la quinta, junto a sus padres, para realizar diferentes preparaciones y conservas para vender.
"Hasta ahora el `negocito" anda bien, esperemos que siga así hasta el invierno", concluyó.
Algunas mujeres que actualmente se encuentran trabajando para tratar de que se construya finalmente un comedor, protestan porque según recuerdan, llegó dinero hace un par de años para hacer el nuevo edificio y ponerlo en marcha, pero "de eso sólo quedó la base de cemento para construirlo", confirma Florentina Naupa, quien incluso había cedido un espacio de su terreno para su edificación.
En la tierra aún yacen decenas de ladrillos desparramados.
"Se comenzó a hacer un comedor en el "94, nos pusimos a trabajar pero de golpe no llegaron los materiales necesarios y nunca se hizo. Y los que había desaparecieron", explicó Rosa Puelpán. (AA)

Lo prioritario es el comedor

Una de las mayores problemáticas que afecta a este centro barrial es la falta de un comedor comunitario. A mediados de los "90 aproximadamente el área de Acción Social municipal cerró las puertas de un local muy precario, que allí se había levantado, porque no reunía las "condiciones mínimas" de higiene para mantenerlo en funcionamiento, según comentaron los vecinos del lugar.
"Ni siquiera tienen agua para lavar las frutas y verduras", reconoció la actual secretaria de Acción Social de la comuna, Marta Fernández. Esta aseguró que a partir de ese entonces, en su reemplazo se decidió otorgar las cajas con alimentos a las familias con niños y también a los ancianos.
Sin embargo a esas instalaciones concurrían diariamente más de 50 niños, madres solteras y abuelos, se lamentan aún hoy madres que servían allí.
"Era muy útil porque ahí iban a comer mucha cantidad de abuelos, madres solteras y chicos. Ahora los que están en edad escolar comen en la escuela, pero y el resto...", se preguntó Rosa Puelpán, quien desde hace ya un tiempo se encuentra desocupada. (AA)

Al costado de la ruta "chica"

Un cartel rojo a la vera de la ruta chica, que los mismos vecinos fabricaron y se encargaron de instalar, y que indica sin rodeos "Calle 7 El Maruchito", es la única forma de contacto que los vecinos del sector mantienen con el resto de la población.
Esta es la única señalización que permite identificarlos en la larga vía provincial que transita el Alto Valle. "Pusimos el cartel para no estar tan aislados, porque antes parecía que no existíamos", comentó Samuel Rubilar.
Las primeras casitas sobre los terrenos comenzaron a edificarse hace casi una decena de años, según comentó a este medio casi un cincuenta por ciento de sus habitantes. Cuando todo era un "inmenso baldío" aún, perdido entre las chacras.
Incluso algunas acequias y desagües bordean el sector, y constituyen un serio riesgo para los niños que se acercan a jugar allí.
La mayoría de los residentes en la pequeña comunidad, donde vive menos de un centenar de personas, son peones de chacra y algunas mujeres trabajan en el comedor de la escuela rural.
Cierta "mala fama" en cuanto a hechos delictivos se le atribuye a este barrio, donde incluso hace un par de años "cobraban peaje en la entrada", según se supo. Pero ahora "está mucho más tranquilo", concluyen sus habitantes.(AA)

Foto: El agua para beber se extrae con bombas, pero no hay análisis que den cuenta de la calidad del líquido.

   
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