Domingo 11 de marzo de 2001 | ||
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Una carpa repleta de magia, ilusiones y amor |
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La vida en el circo no es sencilla pero da satisfacciones. |
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Faltan apenas cinco minutos. El público ya está en su lugar, ansioso por comenzar a ver el espectáculo. Sin dudas, son los más chicos los que viven con mayor entusiasmo los momentos previos a la función. Y no pueden disimularlo: aplauden, gritan y se mueven hasta que, por fin, las luces se apagan. Entonces sí, la música comienza a escucharse, imponente, en toda la carpa y deja atrás el silencio que, sólo por unos instantes, se había adueñado del lugar. En medio de toda esta expectativa aparece el presentador, que de ahora en adelante tendrá la difícil tarea de mantener intacto ese vínculo mágico entre el artista y su gente. Vale repetirlo, no es un trabajo fácil, pero para Héctor Clavero, más conocido como "El locutor", es su vida. Porque él, como cada una de las 83 personas que componen el "Circo Do Brasil", no pueden imaginarse otra manera para ocupar cada minuto del día: viven, sueñan y trabajan pensando en la mejor forma de brindarse a su público y de ofrecer cada noche lo más sincero de ellos mismos. Es por ello que ríen, cantan, bailan junto a la gente, a su gente, que día a día se renueva en cada función. Así van apareciendo: las "Mulatas de fuego" despertando el suspiro de más de uno; la ternura de los perros siberianos que se mezcla con la garra y furia de los tigres de Bengala; los "Enanitos de oro" que provocan la risa de toda la familia; los trapecistas, los caballos, los malabaristas... Todos forman parte de la gran familia que es el circo. Porque así se definen: "Somos una familia como cualquier otra, sólo que llevamos nuestra casa a cuestas, como los caracoles". "¿Querés saber cómo es la vida en el circo? Entonces, andá a hablar con Clavero", le respondieron a la cronista de este medio cuando se acercó hasta la carpa ubicada en 9 de Julio y Damas Patricias en Roca. Y no se equivocaron. Porque si existe una persona que conoce a fondo el mundo circense, ésa es Clavero. Basta con decir que este hombre de 63 años, que fue malabarista, payaso, acróbata y domador antes de ser locutor, nació y se crió en una carpa. Es argentino y cordobés solamente porque así figura en su documento. Pero bien podría decirse que es de todos lados, o de ninguno. "Nací en una ciudad que se llama Leones, en Córdoba. Pero recién la conocí cuando tenía 26 años, trabajaba en el circo de los hermanos Villalba y dijeron: "Vamos a ir a Leones". Entonces pensé: "Ahí nací, por fin voy a conocer mi pueblo"". Este testimonio se repite en cada uno de los que integran el circo. La mayoría heredó el amor y la pasión hacia esta forma de vida de otros miembros de su familia. "Cuando aprendés a querer esto, es muy difícil dejarlo para asentarse en un solo lugar", acota otro de los artistas. Pero a veces dan ganas de dejar todo para instalarse en una ciudad definitivamente. Sin embargo, siempre se vuelve. "Al que le gusta esto, vuelve. Por ahí, decís basta, no va más, se acabó, me quedo. Pero no...Si sos realmente profesional no podés vivir sin el calor y el reconocimiento del público. Ahí está la diferencia: hay gente que sólo trabaja por el dinero, esos no le dan el mismo sabor al espectáculo que el que lo hace de corazón", señala Clavero. Es así. El amor hacia la particular vida del circo es más fuerte que cualquier otra cosa. Sin ir más lejos, el locutor es casado y tiene dos hijos que están en Brasil. "La mayor parte del tiempo estoy viajando, así que ellos vienen de paseo a verme. Los últimos días de diciembre son los únicos que puedo disfrutar junto a mi familia porque es cuando se hace una escala por las fiestas. Pero, de todos modos, no veo la hora de empezar de nuevo con las funciones y los viajes", agrega este hombre que conoce 12 países y ha sabido ganarse nuevas y buenas amistades en cada uno de ellos. Otros artistas viajan con sus seres queridos. Así se pueden ver a los chicos correteando mientras su mamá prepara la comida o lava la ropa. Porque cada pequeña carpa es una casa . Es su vida y, seguramente, no la cambiarían por nada del mundo. Desde el trapecio Nancy González |
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