Miércoles 21 de marzo de 2001 | ||
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El correligionario no existió |
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Es verdad: en política hay que dejar el corazón en el guardarropa. Pero lo que no se puede dejar es el estilo que hace a ser dignos en el manejo de las discrepancias, de las diferencias con quien se disiente. Es, sin duda, una cuestión de humanidad, aunque este término esté en decadencia. Ausencia de todo esto debe por estas horas estar computando Ricardo López Murphy al reflexionar el desenlace que tuvo su fugaz paso por el gobierno. Porque a lo largo de ese lapso el comportamiento que tuvieron la UCR y el presidente con su correligionario y ministro, fue como mínimo, lamentable. Propio de espíritus limitados por lo más inquietante que tiene la lucha política: la carencia de disposición a confrontar ideas desde la racionalidad y no desde el diagnóstico fácil originado en el miedo. A López Murphy lo dejaron solo. Tanto desde la cúpula partidaria como desde el resto de la fuerza, se generó un desierto de la más elemental ponderación que se trataba de un hombre de las propias filas, que en un momento complejo de la vida del partido y de un gobierno surgido de sus entrañas, sumaba ideas. Las únicas que evidentemente tiene el vientre radical para encarar la crisis fiscal. Tan únicas, que cuando se negó a respaldarlas a fondo, el presidente Fernando de La Rúa tuvo que abrevar en un extrapartidario para evitar el naufragio del gobierno: Domingo Cavallo. Pero no puede extrañar que la UCR sea un páramo en materia en pensamiento riguroso sobre economía. Porque como muy bien lo desvisceró el francés Alain Rouquie, en lo concerniente a economía, en sus orígenes el radicalismo se convenció de que el "sentido de equidad" lo suple todo. Y ese convencimiento sigue vigente en el radicalismo. Voluntarismo propio de un partido dónde todavía se escuchan discursos que hablan de la "mística creadora" como instrumento esencial de la política. Pero al señalar que el partido lo dejó solo a Ricardo López Murphy no se está reclamando aquí que el radicalismo adhiriera automáticamente a las ideas del ahora ex ministro y las defendiera. Está en la naturaleza de esas ideas que el radicalismo las rechazara, las combatiera. Porque - vale reiterarlo -en lo que a economía se refiere, el radicalismo es ajeno a toda propuesta que no sea difusa en su contenido. Aquí se trata de otra cuestión. ¿Cómo es posible que aún ante aquel rechazo, no haya existido un - aunque sea uno -, dirigente del radicalismo capaz de decir que el programa de Ricardo López Murphy debía ser confrontado con otras ideas, y no con el diagnóstico y la emoción fácil, como lo hizo entre muchos otros, el senador Leopoldo Moreau? ¿Cómo es posible que surgieran dirigentes que, para lavar el honor de la UCR supuestamente mancillado por el plan de Ricardo López Murphy, pidieran la expulsión de éste de las filas partidarias, y lo solicitaran sin que nadie repudiara la desmesura del reclamo, que en su contenido es definidamente fascista? En fin, conductas de un partido que en una hora cruel de su historia, es más pequeño que nunca. Carlos Torrengo |
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