Miércoles 28 de marzo de 2001

 

Nada que decir

 
  A veces es mejor no decir nada. "Mejor no hablar de ciertas cosas", cantaba Luca Prodan hace unos años. Aunque hoy por hoy, precisamente, no abundan los puntos suspensivos. La idea es llenar a cualquier precio el silencio. Ruidos, flatulencias o simples estupideces sirven a este propósito. Algunos programas de espectáculos, los "telepasillos" y los reality shows, son hijos pródigos una necesidad generacional. Lo que sobra es espacio. También el dato inútil como lo llamaba Douglas Coupland, el creador de la "Generación X".
Habrá que acostumbrarse a escuchar más de lo mismo en los años que vienen. Y si en el futuro ese sonido hueco no pasara por nuestros oídos muy probablemente no cambiarían nuestras vidas. No para peor al menos. Ahora, cuando no somos capaces de establecer la diferencia entre un discurso vacío y otro que transporta algo estamos en problemas serios.
El sábado recién pasado el programa "El bar" abrió por primera vez sus puertas un fin de semana. Como era de esperarse estuvo a tope. Pleno de humo y fantasmas. Un hecho social común -¿quién no ha ido a un bar?- transformado en dulce droga para los telemaníacos. Su rating y sus visitas en carne y hueso están hechas de ansiedad. Pura fantasía narcisista. Un hambre impreciso, imposible de contentar. Gente bebiendo, charlando, pero sobretodo gente consciente de que esa constituye su oportunidad, acaso la única, de que "El gran hermano", no el programa sino el ente de George Orwell, lo vea. Que Dios conozca su cara.
"¿Qué te puedo decir hermano, esto es lo máximo, esta gente es increíble", dijo el más obeso de los participantes de "El bar" que transpira por parecer natural ante la cámara omnisciente. Nada más cierto ¿Qué nos puede decir en el actual momento de su vida aquel personaje cuando no tiene nada para decir? Es obvio que su discurso, su vida, son un enorme interrogante, para él y para nosotros. "Esto fue fuerte, es difícil de explicar", decía entre lágrimas Lorena, minutos después de que sus compañeros la habían expulsado del Paraíso en "El Gran Hermano". A la "Cardone" la perdió su carácter fuerte, sus ganas de ser ella misma. Perdió apostando.
El domingo un canal de deportes emitió una larga entrevista al excelente jugador Javier Saviola. Se habló un poco de fútbol, otro tanto de la vida. Pero este chico, casi un adolescente, tampoco tenía demasiado que agregar. Ni quería hacerlo tampoco, suele ocurrir a esa edad: estar para la fiesta, no para la mesa de análisis. Su alegría pasa por el movimiento físico, lejos de las palabras. Entre monosílabos y magros intentos por descifrar su joven alma pasaron los minutos.
Estos retazos de nada son el símbolo de nuestro tiempo. Un enorme horizonte compuesto de frases que se repiten hasta el cansancio. Por eso con muy poco se consigue atención en la televisión de hoy en día. Además, sabemos que no abundan las oportunidades para los tipos con buenas ideas en el cerebro.
No hay verdaderos fenómenos económicos sino culturales. La cultura del vacío es un mal chiste que trata de ocultar el fondo del nuevo siglo. ¿Que habrá allí?

Claudio Andrade

   
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