Martes 27 de marzo de 2001

 

Los cien años de Enrique Santos Discépolo

 

Un poeta que se comprometió con su tiempo. Le dio una mirada ácida a la vida cotidiana.

  Enrique Santos Discépolo, quien hoy cumpliría 100 años, fue uno de los poetas y compositores más célebres de la historia del tango, creador de piezas inolvidables como "Uno", "Cambalache" o "Yira Yira" y dueño de un estilo personal para retratar la vida cotidiana desde una mirada que le permite seguir tan vigente como entonces.
Nacido en el barrio de Once, Enrique quería dedicarse a la docencia cuando era chico, aunque más tarde desistió de esa posibilidad y le comunicó a su hermano Armando -con quien convivió tras la muerte de sus padres, cuando apenas tenía 11 años- que no quería "ser maestro sino actor".
Sus primeras experiencias actorales fueron en la compañía de Roberto Casaux (1917) y dos años después debutó en la agrupación de su hermano como uno de los personajes en la obra "Los hijos mandan".
Pese a este debut en las tablas, Discépolo se inclinó desde un principio por escribir y dirigir guiones para teatro, a punto tal que antes de cumplir los 20 ya había concebido las obras "El señor cura" y "Páselo cabo".
Ya por ese entonces, la desgarbada silueta de nariz puntiaguda y mirada obnubilada empezaba a sentir devoción por un ritmo musical que para él, no era otra cosa que "una guiñada".
"El tango es un sentimiento triste que se baila", expresó para manifestar su amor por un género musical que le permitió cosechar grandes amigos como Homero Manzi, Aníbal Troilo o Celedonio Flores, entre otros grandes.
En una época en la que los grupos literarios "Boedo" (Raúl González Tuñón, Roberto Arlt) y "Florida" (Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo) exponían sus diferentes posturas en los cafés porteños, "Discepolín" -aún cuando su poesía se identificó más con la primera corriente mencionada- hizo caso omiso a estas distinciones.
Hacia 1927, el poeta ya era el autor de las canciones "Bizcochito" (su primer tango en 1924), "Qué vachaché" y "Esta noche me emborracho" (el éxito inicial), cuando conoció a la mujer con la que compartiría casi un cuarto de siglo: la actriz y cantante Tania.
Aunque Discépolo apenas escribió 50 tangos, la vigencia que aún alcanzan creaciones suyas como "Cambalache", "Uno", "Yira Yira" o "Cafetín de Buenos Aires" pone de relieve que la ironía y el grotesco son realidades posibles "en el "506 y en el 2000 también".
Como director cinematográfico, Discépolo encontró mediana repercusión y entre sus filmes sobresalen "Cuatro corazones" (1939), "Caprichosa y millonaria" (1940), "Cándida, la mujer del año" (1943) y "El hincha" (1944).
A pesar de su adhesión al primer gobierno del presidente Juan Domingo Perón (1946-1951), el artista encontró cierta oposición a raíz de su microprograma "Pienso y digo lo que pienso", donde encarnaba al reflexivo personaje "Mordisquito" (nombre que adoptó para dar vida a esa figura radial).
Durante 1949, todas las noches y por la Cadena Nacional de Radiodifusión, "Discepolín" cuestionaba los valores éticos y morales de la época y cimentó su popularidad a través de un pensamiento que se sustentó en la descripción cruda de una realidad en crisis.
Estas críticas le valieron el desprecio de los intelectuales, quienes no toleraban su lenguaje popular y le dieron la espalda.
Fue el principio del fin: "Discepolín", tan apegado a sus afectos, a esa sensiblería que le permitía idear personajes con valores y sentimientos nobles, poco menos que se dejó morir y falleció el 23 de diciembre de 1951, cuando el siglo XX era un "despliegue de "maldá" insolente".
Distintas versiones de su "himno" "Cambalache" fueron ejecutadas por agrupaciones de rock como los uruguayos de Los Estómagos, por artistas locales y por figuras internacionales de la talla de los españoles Joan Manuel Serrat, Luis Eduardo Aute y Joaquín Sabina, resumiendo el impacto de esa obra sin tiempo.
Para saludar desde el presente a la figura de Discépolo, se han organizado un par de conciertos de tributo y homenaje que se desarrollarán en la ciudad de Buenos Aires.
El primero de ellos tendrá lugar hoy a las 19 en la Manzana de las Luces (Perú 222), y contará con la actuación de la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto, que dirige Atilio Stampone. Para dicho concierto también participarán los actores Virginia Lago, Diana Maggi y Osvaldo Miranda. La segunda recordación se llevará adelante el jueves a las 18 en el Teatro Presidente Alvear (Corrientes 1659), donde la intérprete Susana Rinaldi cantará acompañada por la Orquesta del Tango de la Ciudad que comandan Carlos García y Raúl García. (Télam).

Un artista imprescindible entre lo universal y lo social

BUENOS AIRES.- La figura de Enrique Santos Discépolo a un siglo de su nacimiento, permite apreciar al dueño de un estilo personal para denunciar un tiempo que aún hoy y pese a los años transcurridos, sigue conservando dolorosa vigencia.
El arte de Discépolo consistió en lograr que su búsqueda en las raíces de los dramas existenciales hallara puntos de contacto con la cotidianeidad.
Desde esa postura filosófica que sirvió para burlar los vaivenes calendarios, las modas y las tendencias, Discépolo fue capaz de relacionar al hombre común con los verdaderos enigmas que envuelven al ser humano.
Para no quedar en una abstracción peligrosa y lejana, el poeta, actor y compositor adhirió a esa visión un estilo de narración familiar y una permanente actitud de crítica social.
Por ello, el creador también se constituyó en sinónimo de tango ya que esa música ciudadana esconde en su génesis, recreación e interpretación una peculiar mistura entre el refinamiento clásico y la raigambre urbana y popular.
La piezas emblemáticas del repertorio generado por el genial artista hacen equilibrio entre la desazón cósmica de un universo a contramano de los sueños, las dificultades que esconde el amor verdadero y la problemática de todos los días en la pelea contra la desigualdad y los abusos del poder.
Enrique Santos Discépolo fue un hombre solo batallando incansablemente contra un mundo que no se le acomodaba y, ante esa triste certeza, toda su obra esconde una honda desesperanza en lo que vendría.
Sin embargo, puede afirmarse que escuchando los tangos creados por el flaquísimo autor no son inmovilidad, desinterés, sumisión y apatía los sentimientos que genera.
Muy por el contrario el ideario discepoliano con toda su carga trágica y oscura resulta un vigoroso punto de partida capaz de marcar el camino del compromiso de un artista popular con su realidad y con sus orígenes.
En ese sentido, la herencia estética y testimonial de Discépolo goza de una vida latente y encendida que resulta un mojón insalvable para todos los creadores que pretendan mantener encendida la llama de la rebeldía y el ideal de motorizar la construcción de una sociedad mejor donde el amor sea capaz de ganarle por goleada a la muerte. (Télam)

Sergio Arboleya

   
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