Vivimos en un mundo de imágenes. Instantáneas que resumen segundos de la historia de la humanidad y que perduran en el tiempo como una señal del momento que se vive.
La fotografía tiene ese poder que la hace única. Un segundo, un instante y luego la posteridad.
Los fotógrafos retratan el presente. Son pintores en tiempo real que pintan con luz. Pero además, son cronistas, narradores, historiadores, relatores de la condición humana en dos dimensiones.
La historia de la fotografía, reciente por cierto, es generosa en ejemplos. Fotos que marcan una época. Una niña vietnamita corriendo asustada, un policía abrazando a una madre de Plaza de Mayo, un miliciano herido de muerte en la Guerra Civil Española.
Steve Mc Curry ganó su espacio en esa lista con la foto de una niña afgana de doce años de profundos ojos verdes, alojada en un campo de refugiados en medio de una guerra.
La instantánea recorrió el mundo y se convirtió en un ícono de un tiempo violento y de una región del mundo donde la vida parece no valer nada.
Diecisiete años después, Mc Curry realizó una trabajosa peregrinación en busca de esa niña, sin certezas de poder hallarla. Después de mucho esfuerzo la encontró convertida ahora en una mujer y volvió a retratarla, esta vez con los signos del paso del tiempo y de una dura vida de traumas y privaciones marcados en su rostro.
Nuevamente, una fotografía suya volvería a recorrer el mundo y lo instalaría definitivamente junto a los grandes nombres de su arte. No es casual que haya recibido la Medalla de Oro del premio Robert Capa por su labor como reportero gráfico en Afganistán.
Una muestra de unas 120 fotos puede verse en el Centro Cultural Borges, curada por Virginia Fabri. La exposición recorre imágenes tomadas en distintas regiones del mundo donde Mc Curry trabajó como reportero desde el año 1980.
Sus fotos nos llevan al Tibet, a la India, Afganistán, Sri Lanka o Japón y muestran distintos aspectos de cada cultura, muchas de ellas, antes de que se produjeran los cambios que transformarían esas regiones haciendo desaparecer las viejas y ancestrales tradiciones.
Por ello, la obra de Mc Curry es un testimonio de su tiempo, hoy perdido, y tiene un valor documental que la hace irreemplazable.