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Maleza : según el Diccionario de la Real Academia Española, "hierba mala". Los agricultores las consideran una molestia; sin embargo, el poeta norteamericano Ralph Waldo Emerson las definía como "plantas silvestres cuyas virtudes aún no fueron descubiertas".
El doctor Eduardo Rapoport, investigador de la Universidad del Comahue y del Conicet, va aún más allá: "En lugar de malezas tendrían que llamarse «buenezas»", sostiene. El científico - que reside en San Carlos de Bariloche - puede decirlo con fundamento: en la guía Malezas c omestibles del Cono Sur y otras partes del planeta (publicada por el INTA) describe e ilustra -junto con Angel Marzocca y Bárbara Drausal- 237 especies que crecen en nuestro territorio, muchas de las cuales son tanto o más nutritivas y apetitosas, afirma, que las 15 o 20 que se compran en las verdulerías.
"Se sabe que muchas de las plantas que hoy comemos comenzaron siendo consideradas malezas -explica-: por ejemplo, la avena fue originalmente una maleza de los trigales hasta que se hizo tan abundante que el ser humano se dio cuenta de que, en lugar de eliminarla, era mejor cultivarla. Aunque incluimos sólo un puñado en nuestra dieta, se calcula que habría 20 o 25.000 plantas comestibles." De hecho, Rapoport está trabajando en un segundo tomo que contendrá las que restan de más de 500 que crecen en el Cono Sur de nuestro continente.
Este biólogo que comenzó investigando en "ecología geográfica" y "ecología de las invasiones" (analizaba cómo se diseminan las especies en el nivel continental), se deslumbró con estos "yuyos" que nos acompañan y que nos alimentaban cuando, hace siglos, éramos cazadores y recolectores.
"Me interesaron las especies superextendidas, las «exitosas»... todas las que se portan mal -bromea-. La inmensa mayoría vienen de Europa o Eurasia. Los españoles diseminaron sin quererlo las malezas en sus colonias. Las trajeron en las ropas, en los bultos, en las maletas. Ahora las llevamos en barco o en avión."
Y enseguida exclama: "No hay razón para que la gente pase hambre, no puede ser, es inadmisible, porque la cantidad de yuyos es fenomenal. En las huertas es donde más hay, pero los arrancan y los tiran".
Prueba y error
Esencialmente, encontrar malezas comestibles es cuestión de prueba y error. Los etnobotánicos están continuamente alertas y observan cuáles son las plantas mágicas, las medicinales y las comestibles que incluyen en su dieta los nativos de lugares remotos. "Nosotros juntamos toda esa información y vimos qué especies se comen en distintos países -cuenta Rapoport-. En otros casos aparece una especie de un género conocido, pero que nunca se probó, entonces con un poquito de cuidado probamos uno o dos pedacitos y nos fijamos si después de dos o tres horas no tenemos dolor de barriga. Después, probamos otros dos pedacitos más, y si a lo largo de un día uno no nota nada raro, lo anota. Entonces ahí hace una ensaladita y se la come. Y si no pasa nada, se invita a la familia."
Eso es lo que Rapoport y sus colegas hicieron con diez especies que nunca habían sido descriptas. "Un joven investigador brasileño, no en 20 años, sino en dos, encontró 68 especies nuevas -se entusiasma-. ¡Las probó todas! Y no sólo eso: les hizo exámenes bromatológicos para saber cuántas proteínas, cuántos azúcares, cuánto calcio, cuánto hierro y otros nutrientes contienen."
Contrariamente a lo que podría pensarse, estas plantas no son una rareza. En un trabajo que mereció el Premio Bunge y Born 1999, Rapoport y un equipo de otros cuatro investigadores calcularon que una hectárea de Bariloche, donde vive, puede contener hasta 7000 kilogramos de alimentos.
"En Bariloche está lleno -cuenta-. Cuando mi hija terminó la licenciatura en Cinematografía, se nos ocurrió hacer un documental sobre este tema. Entonces, una mañana salimos a recorrer los alrededores de mi casa. En cien metros, encontramos 28 especies comestibles." Convencido de que las malezas comestibles podrían ser un recurso valiosísimo contra el hambre, Rapoport se desespera por difundir estos conocimientos. En la obra publicada por el INTA no sólo figuran sus características y cuáles son sus partes comestibles, sino también su hábitat, sugerencias de cocción y recomendaciones para su recolección y manejo con seguridad. "Tienen un sabor parecido al de la acelga y la espinaca -dice-. Y todas las recetas que sirven para éstas también pueden aplicarse a las malezas." La guía se consigue en la librería del INTA, Chile 460.
por Nora Bär
* Publicado en La Nación 13 /08 /2010
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