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Cuando el colectivo comenzó a alejarse la oscuridad me rodeó. No era tarde, pero en invierno oscurece muy temprano y las nubes ocultaban la luna. La lluvia y el viento fríos me golpeaban la cara.-Parada al costado de la ruta me invadió una inquietante sensación de soledad.- ¡Sos grande! - me dije – No podés tener miedo a la oscuridad.- Para darme coraje pensé: - Son solo doscientos metros para llegar a casa.-
Y mi lado negativo contestó: - Si, pero cruzando el bosque y en subida.-
Cerré bien la campera, levanté la capucha tratando de protegerme un poco la cara y comencé a caminar.-
Según mis cálculos estaba en la mitad del camino, cuando por un instante las nubes dejaron asomar la luna. Así fue que descubrí que... ¡el camino no estaba!.-
En realidad no lo veía por ningún lado. Sólo había oscuridad, y en ella, más oscuros aún los árboles. Sacudidos por la tormenta parecían monstruos decididos a devorarme.-
Entre el silbido del viento escuchaba aullidos; sentí como si algo o alguien sujetara mi rosa. Al borde del pánico, ideas descabelladas me aturdían: ¿Había osos o lobos en Bariloche? ¿Me había alejado demasiado? ¿Había bajado en una parada equivocada?.-
Por otro lado recordé la tierra llana del sur de Córdoba, donde siempre se puede distinguir el horizonte, el calor de las noches de verano, el olor fresco de la tierra mojada por el rocío. Con la pérdida de realidad que da la distancia, creo que por un momento hasta extrañé los mosquitos, los tornados y las tormentas eléctricas con granizo incluido. Y me pregunté: ¿Qué haces acá? Si hace frío, llueve, está oscuro, y además extrañas tu tierra, tu casa y tu familia.-
El corazón parecía querer saltar del pecho, tenía la respiración agitada, me temblaban las piernas. Aún así hice un esfuerzo y logré serenarme. Ya más tranquila, tratando de convencerme, pensé: “Estás en Bariloche y, según lo que estudiaste en el secundario en la Patagonia no hay lobos ni osos, lo que te sujeta la ropa son ramas de rosa mosqueta y los aullidos son ladridos de perros del vecindario. Además, estas acá por propia elección y no vas a arrepentirte ahora”.-
Corrí la capucha de la campera y me limpié los ojos para ver mejor. Mirando con atención descubrí el camino... a dos pasos de donde estaba. Lo retomé y al frente pude distinguir la luz de la casa de mi vecino.-
Llegué a mi casa. Me recibió mi esposo y el calor confortable de la leña en la estufa. Al notarme alterada preguntó que me pasaba.- - Nada – le dije – Sólo tuve un día de mucho trabajo y estoy cansada.-
Sin embargo esa noche me dormí preguntándome si habíamos hecho lo correcto cuando decidimos mudarnos.-
La respuesta la tuve unos días después. Un domingo a la mañana en que me despertó el silencio. Un silencio nuevo, al que no estaba acostumbrada.-
Me levanté y miré por la ventana. Un manto majestuoso parecía abrigar al bosque, los copos de nieve, como minúsculas plumas se asentaban con suavidad, como temiendo romper ese silencio. Lidia Garro: Nací en Adelia María (sur de la Provincia de Córdoba) y desde 198l resido en San Carlos de Bariloche. Empleada administrativa, esposa y madre - comencé a participar - después de los cuarenta años, en el Taller de Escritura de la Escuela de Arte La Llave, de esta ciudad, tratando de saldar una materia pendiente en mi vida personal, lo que me resultó muy estimulante.
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