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Lisandro Aristimuño (nacido en Viedma en 1978), cuyas primeras canciones vieron la luz en 1993 cuando integraba la banda Marca Registrada, se instaló en Buenos Aires en el 2002. Lírico escritor de canciones, arreglador de guitarra, hacedor de programaciones, han colaborado con él Kevin Johansen, Mariana Baraj, el dibujante Liniers, Jorge Drexler, Quique González, Liliana Herrero, el baterista de Divididos y Lito Vitale, Jorge Araujo, y Ana Prada en Buenos Aires y Madrid y en los últimos años ha dado conciertos en Argentina, Uruguay y España. En el 2009 editó "Las crónicas del viento" con participaciones de Fito Páez, Diego Frenkel y Palo Pandolfo. Antes fueron "39º" (07), "Ese asunto de la ventana" (05) y "Azules turquesas" (04). Después de presentarse ayer en su Viedma natal, el cantante estará mañana en Neuquén, más precisamente en el Cine Teatro Español, con su último disco. Un recital que será un gesto de amor, de serena convivencia entre los sonidos y las almas. "En mi música intento que eso esté muy marcado. Es algo impensado, que sale y lo hace desde el alma. Para mí la música es gigante. Hay colegas que se equivocan ahí y piensan que son más grandes que la música, y no. Para mí es como las montañas, algo increíble que va más allá de lo físico y de lo cerebral. Por eso intento hacerla desde ahí, es el camino que me hace sentir mejor: desde el alma. –Es también un horizonte que va corriéndose a medida que avanzás, indagando en otras estructuras al componer, otros sonidos, otros agujeritos internos. Así de inmenso, así de inalcanzable… –Sí, totalmente. Por suerte también es infinito. La música tiene de lindo que es sorprendente: en cada disco, en cada proyecto en el que me meto, siempre descubro algo nuevo, algo bueno. Lo mismo que en los conciertos… Estar viajando mucho, tocando en lugares de mi país, me permite llegar a gente increíble a la que de otra manera no podría acercarme. Eso es tan gigante como lo musical, que las relaciones humanas sean a través de los sonidos. Un encuentro honesto, sin ningún tipo de manejo. Yo toco por la música, nada más. No lo hago por tener algo que me respalde económicamente. Simplemente voy a mostrar mis canciones y por suerte la gente lo toma así y me lo devuelve un pilón de veces más grande. –Venís viajando, recorriendo largas distancias... ¿cómo construir esa relación superando el cansancio, el poco sueño? –Hay que cuidarse. La salud, los horarios, irse a dormir después de los conciertos y no quedarse en los boliches. Intento una disciplina ahí porque mis presentaciones, últimamente, están durando más de dos horas y media y la voz también es mi instrumento. Me voy a descansar cuando termino, cuando tengo huecos. Me organizo para llegar un día antes de los shows para dormir bien y estar con la garganta al cien por cien. Para descender un poco a tierra. Relacionarse con la gente me hace estar todo el tiempo volando. Y necesito bajar. Los días que dejo libres salgo a caminar, hago cosas más terrenales. Incluso a veces prendo la tele. Son tan fuertes y tan del alma, del espíritu, los recitales, que me hace falta pensar en tonterías. –Te has juntado con músicos de larga historia, de mucho peso… ¿qué van dejándote esos encuentros? –Siempre es hermoso compartir con otros músicos y aprender de ellos, sobre todo. Me relaciono con gente sumamente musical y aprendo a través de la música; hay veces en que el contacto es más personal y tengo vínculos de amistad ya… pero siempre son productivas, buenas, las relaciones porque salgo de mi ego y puedo ver otras cosas. Raúl Carnota y Liliana Herrero, que vivieron experiencias en otros momentos... o Fito Páez, que también vino del interior y le puedo preguntar cuestiones que me están pasando a los treinta y un años; le cuento por qué me siento mal, le pido un consejo y él me dice que siga adelante y no les dé bola. Ellos son como maestros ante los que tengo que estar bien despierto y aceptar sus reflexiones porque pasaron por muchas cosas y me pueden dar una mano. –Tipos que no están "de sólo estar", como dice Armando Tejada Gómez en "Fuego en Animaná". –Me han aceptado muy bien. Hay entre nosotros un respeto muy grande, lo tienen ante mis discos y mis canciones. Y yo lo agradezco mucho porque, como arrancamos la charla, si las cosas salen de alma es como que estoy haciendo las cosas bien. El otro día estuve con Spinetta, por ejemplo, y me dijo que agradecía a la vida que haya salido algo nuevo en Argentina… se me puso la piel de gallina y medio temblando le agradecí. Que Luis Alberto me diga: "Lisandrito, te agradezco que estés acá, que hayan salido tus discos; voy a estar al lado tuyo para lo que quieras"… casi me muero. Me quedé tembloroso y conmovido. Vos sabés lo que lo admiro. Incluso en muchas letras lo cito. Es una de las influencias más grandes que tengo. Varias veces invité a Fito a la presentación de "Las crónicas del viento", cuando hice los cuatro (ND) Ateneo, para que venga a cantar la canción ("Desprender del sur") que grabamos juntos y no pudo venir por sus compromisos. Pero me dijo que era increíble que me pasara eso, que lo hacía muy feliz que la gente estuviera escuchando cosas mías. Es re-emocionante, no sé… –El sueño del pibe. –Un poco sí, porque es el apoyo de personas que admiré toda mi vida. Que estén ahí, atentos a mi carrera, dispuestos a ayudarme, a aportar. Qué mejor que tener a estos músicos admirados como padrinos, como gente que me está cuidando, atenta a que no me pase nada. Es hermoso… –Estuviste en Viedma, en la casa de tus viejos... –Sí. Fui a ver una función de la obra de mi viejo (Hugo Aristimuño) en Fray Luis Beltrán. Otra persona que admiro y está conmigo. Fui a ver "Dibaxu" y regresé a ese lugar en el que viví mucho tiempo. Hice mi primaria allí. Me reencontré con amigos de aquel momento. Me llené de abrazos, volví a ver tíos, amigos de mi viejo que no veía desde chico… es la parte terrenal. Cuando no estoy componiendo y tocando, intento ir a tomar mate con seres que quiero, venir a Viedma, caminar por sus calles, no olvidarme de mis raíces, de mi gente. Cuando no estoy volando busco esto, estar con papá, abrazar a mi vieja, estar con mis hermanos. Busco esa parte familiar tan potente que tanto bien me hace. Ríos del sur Para quien es del sur y ha sido criado (y despeinado) por ese matrimonio salvaje que forman el viento y la inmensidad no es tan difícil deducir de dónde le vienen ciertas maravillosas ideas a Lisandro Aristimuño. Sin ir por la vida con el cartel de "Made in Patagonia" sobre sus hombros, Aristimuño es una consecuencia del sur. La evidencia de que los márgenes también existen. Su ideario musical es tan rico y sorprendente que no admite una única definición (¿rock indie? ¿Refundación del pop? ¿Neo folk? ¿Importa, acaso?). Sin embargo, "los cielos de Beltrán" se cuelan por allí. Y uno que lleva la Patagonia en la piel, el territorio, como decía Borges, donde no hay nada (que es como abrir una posibilidad al Big Bang), uno que conjura el frío con vino tinto y besos, no puede menos que emocionarse de un modo profundo cuando su música se vuelve parte del aire. Juro que no viajaré ya nunca más, en picada por el mapa, hasta lo más extremo, despojado de las canciones de Aristimuño. Ahora son parte de mi equipaje. Sin frases como: "Lo que te di se vuelve hacia mí, sólo sentí perderte otra vez y esto es así, música para mí, no dejaré ya descansar mis pies". Aristimuño ha traducido el sur sin hipocresía, sin adornos, sin mentiras maquilladas de pseudoidentidad. Es material reinventado por sus manos. Por lo demás, su arte contiene muchas otras búsquedas estéticas que exceden el dogma geográfico. Advertido el punto, escucharlo me hace pensar en unos ríos que hay allá por donde el diablo perdió el poncho. Ríos de verano. Cargados de deshielo, de plantas silvestres, de peces, de vida. Poderosas aunque delicadas líneas de agua que atraviesan campos eternos, montañas y tiempo fugado de los relojes antes de llegar, con su cuerpo entre azul y gris, a los oídos y los ojos de alguien. En horarios inesperados pulso play. Me dejo llevar por "Azules turquesas", por "Blue", por "La última prosa". Sentado al borde del rumor, de su rumor, de su cadencia mágica, pienso y me voy.
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