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La mayoría de los que vivimos en Bariloche venimos de otros lugares. Somos una población que ha migrado y este rasgo común es tal vez el que más nos define como comunidad.
Un diálogo bastante habitual es: –¿Sos de acá? –No. –¿De dónde sos?
Al principio te va a dar rabia que te traten como turista, por no haber acreditado, al menos, un par de años de residencia. Otra pregunta usual es:
–¿Hace cuánto que llegaste? –Dos meses. –Ah, te falta pasar las lluvias...
Y no te creas que vas a ganar algo cuando al “¿Hace cuánto que llegaste?” puedas contestar “Un año”, porque no va a faltar quien te retruque:
–Tuviste suerte, este invierno fue muy suave...
Esta actitud casi “tanguera” y como el tango muy “argentina” por lo escéptica es, en el mejor de los casos, una defensa emocional.
En algún momento, estos residentes que ya tienen “ciudadanía acreditada” en el lugar, se hicieron muy amigos de algún recién llegado/da como vos. Y él o la recién llegada se instaló aquí, pero sólo un tiempo. De pronto, o no le fue bien laboralmente, o extrañó la familia y los amigos que dejó, o se separó de su pareja. El asunto es que se volvió a su lugar de origen y muchas veces no sólo clavó a mucha gente que le salió de garante para compromisos (alquileres, etc) que dejó sin pagar, sino que también dejó el tendal emocional.
Es que aquí, al estar lejos de la familia y los amigos entrañables, los nuevos compromisos afectivos no son joda. Y entonces, esta primera barrera de escepticismo que ponen los lugareños, por lo general es simplemente miedo. Miedo a encariñarse con vos, a que tus hijos, si los tenés, se hagan amigos de los suyos y que un buen día “chau, si te he visto no me acuerdo”. Pasa eh, a nosotros nos pasó justamente con las dos familias que más nos apoyaron cuando nos instalamos...
Por otra parte, lo mejor para relacionarse es compartir una actividad. En este sentido, el hecho de que mi marido había estudiado y hecho teatro en Buenos Aires y que siguió esa actividad en Bariloche, nos ayudó mucho. También mi actividad literaria. Cuando me vine, traje mi primer libro de poemas, “Materia Viva”, recién sacado del horno. Y me contacté con los que en Bariloche, aman la literatura y escriben. Aunque, por razones obvias, recién pudimos reunirnos de una manera más orgánica y convocar gente, en los ’80, después de la dictadura.
En ese primer grupo de taller participó Esteban Buch, autor del libro “El pintor de la Suiza Argentina”, editado en 1991 por Sudamericana, que es la biografía de Toon Maes, pintor belga y colaboracionista de los nazis durante la 2° guerra Mundial, que enseñaba pintura en Bariloche y habitaba una casa–taller, de madera, en el barrio La Cumbre,hoy muy populoso. En este pintor se inspiró Antonio Dal Masetto –cuando vivió en un bungalow que le alquilaba Maes – para el personaje de “Juan”, el pintor, que tiene un rol preponderante en su novela “Siete de oro.” Por Luisa Peluffo www.mevoyaviviralsur.blogspot.com
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