Dos veces murió Mercedes Sosa. Una ayer, demasiado triste y demasiado real, después de estar internada durante demasiados días en el sanatorio La Trinidad, de Buenos Aires, conectada a una máquina para que el aire no se resista a entrar en su cuerpo.
"La Negra" Sosa, la que supo traducir con su voz inigualable el lenguaje de lo que ocurre "en la tierra de uno" jamás se paró en la vereda solitaria a la que su estatura de mito nacional la podría haber llevado. Mercedes Sosa fue una renovadora del folclore en sus comienzos, allá por 1965, con el Movimiento del Nuevo Cancionero. Y también el año pasado, cuando se le animó a lo duetos más arriesgados, con Shakira, con su amado Charly García, o con Calle 13.
Su muerte anterior fue en 1998, cuando una "depresión enmascarada", como ella quiso entrecomillarla, la hizo desear el fin hasta imaginar sus consecuencias y dolores. En aquel tiempo, Mercedes perdió treinta kilos, se olvidó de los dones de sus cuerdas vocales, vomitaba todo lo que comía, y dejó de ver a todos los que la querían. Charly García lloraba del otro lado del teléfono, pidiendo que lo dejen verla.
Pero Mercedes no tenía fuerzas, ni ganas tampoco. Postrada en la cama, imaginó a la muerte tan concreta y cercana que no dudó en balbucear su testamento.
Y convencida como estaba de que luego de la oscuridad absoluta sólo quedan las sombras de uno, también imaginó sus cenizas dispersándose en el cerro Aconquija. Cremación, pidió ante la escribana, sin titubear.
Algo que ahora sí, seguramente, será cumplido.
Pero aquella vez, Mercedes venció al deseo negro de irse. Su hijo, Fabián, todavía la necesitaba. Y aunque la voz se le resistía a volver, ella se repuso. Aprendió a caminar de nuevo, "como un niño", aprendió a cantar de nuevo, como cuando era pequeña, y durante once años más, la Negra nos regaló su voz, la mejor de todas, en discos, recitales inolvidables y dúos impensados que incluso la acercaron a un público joven.
Pero en esa primera muerte, en aquella depresión enmascarada, la Negra pudo vaciar lo que ella misma llamaba su "cajita". Una cajita imaginaria en la que, a lo largo de su vida, había guardado heridas de esas que dejan costuras visibles en el alma: dolores, traiciones amorosas, muertos queridos, y el exilio... Dolores que -ella misma lo explicó- sufrió aunque pensó que no la "habían tocado", como quien hace de cuenta que puede con todo y que no siente las punzadas.
"Pero un día la cajita rebalsó. Y yo caí", explicó allá por 1998, cuando después de cinco meses volvió a la vida. Cuando finalmente logró levantarse de aquellos dolores que se negaban a permanecer encerrados como tesoros oscuros.
La vida de Mercedes Sosa comenzó un 9 de julio de 1935, en San Miguel de Tucumán, hija de un humilde obrero que alimentaba el fuego del Ingenio Guzmán, y de una lavandera que hasta poco antes de morir le repetía, más sabia que vieja: "Hija, usted tiene los ojos tristes".
Mercedes supo que su voz era privilegiada de pequeña. Pero los demás lo descubrieron a sus 20 años, cuando su versión de "Triste estoy" le hizo ganar un concurso que le aseguró un contrato con la radio tucumana. Entonces, Mercedes fue Mercedes y guardó para siempre su seudónimo de Gladys Osorio.
Luego vino su casamiento con Carlos Matus, el padre de Fabián. Y junto a él y a Armando Tejada Gómez y a Tito Francia, "La Negra" estuvo al frente del Movimiento del Nuevo Cancionero, una corriente renovadora del folclore, surgida en la provincia de Mendoza, en 1962. Desde entonces, con el debut discográfico con "Canciones con fundamento" (1965) y con la música que supo dibujar su voz, ella consiguió hacer conocer y trascender un repertorio nuevo y socialmente comprometido.
Mercedes Sosa ya era Mercedes Sosa. Y quizás entonces comenzó a llenar aquella cajitas de dolores.
Primero fue el fracaso de su matrimonio con Matus. "Yo no dejé ese matrimonio. Él me dejó. Me abandonó con Fabián, con mi chiquito (...) Una chica tucumana se casa para toda la vida. Eso me destruyó", contó Mercedes muchos años después. Y le agregó a aquel relato de desamores, un condimento que la persiguió durante años: "El triunfo es tremendo. Provoca muchísimos altibajos en lo afectivo. Yo no iba a la escuela donde estudiaba mi hijo, él se quedaba solo. Cuando era chiquito y hacía fiestas, yo dormía (...) Pero pagué el precio. De eso me arrepiento", contó.
Luego, vinieron los dolores políticos del país. En 1979, tras editar "Serenata para la tierra de uno" y mientras cantaba en una peña de La Plata, la policía irrumpió en el lugar y se llevó a todos presos, cantante incluida. De aquella antesala del horror, Mercedes se llevó 18 horas detenida. Y luego, se quedó con el exilio. Primero París y, desde 1980, Madrid. Mercedes entendía de soledades. Su segundo marido, Pocho Mazitelli, había muerto en 1978 de un tumor cerebral.
El tiempo de exilio llenó con cicatrices gran parte de su cajita. Pese a su éxito profesional, la vida de Mercedes en Europa se parecía bastante al tema de Charly "Cuando ya me empiece a quedar solo": muchos whiskies, hachis, un montón de diarios apilados y desengaños de antiguos compañeros de ruta en esos momentos políticos complejos.
Fue en ese momento además, cuando "La Negra" tuvo que hacerle frente a una combinación que nunca le perdonaron: tener éxito, dinero y ser comunista a la vez.
En 1982, cuando la dictadura militar ya agonizaba, Mercedes volvió a su país y el 18 de febrero lo festejó con doce recitales inolvidables junto a León Gieco, Charly García, Antonio Tarragó Ros, Rodolfo Mederos y Ariel Ramírez y que quedaron plasmados en el álbum "Mercedes Sosa en Argentina". El mismo recital la trajo luego a Bariloche, con festejo democrático ya incluido.
Mercedes Sosa siguió inquieta y activa. Abrió puertas a los entonces no tan conocidos trovadores cubanos Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Se interesó por las obras de nuevos creadores como Víctor Heredia, Teresa Parodi, Antonio Tarragó Ros, Raúl Carnota y Peteco Carabajal, entre otros. Y no tuvo el menor reparo en acercarse a artistas del rock como Gieco y García, Luis Alberto Spinetta, Fito Páez, Pedro Aznar, Gustavo Santaolalla, Alejandro Lerner y David Lebón. Y ella era Mercedes Sosa, hace rato. Comprometida, cumplió más de cuarenta años en los escenarios, preocupándose siempre por esas letras que dulcemente traducía con su voz. Cantó con Pavarotti y emocionó a italianos, a alemanes, a franceses. Con sus cuerdas, fue embajadora del país.
Comprometida también, opinó sobre la política, se solidarizó con los maestros, fue a los actos de la AMIA, estuvo cerca de Alfonsín, de Chacho Álvarez, de De la Rúa; estuvo lejos de Menem; confió en los Kirchner.
La salud le jugó malas pasadas. Subió y bajó de peso, se debilitó su corazón. Desde 2002, sus presentaciones se alternaron con internaciones. Y cada grabación de un nuevo disco, o cada vuelta a los escenarios, como sus últimas presentaciones en la Fiesta Nacional de la Manzana, era celebrada como un homenaje final.
Puede que ahora, como ella misma creía, sea una sombra nomás. A nosotros, además de la pena por esta muerte final, nos queda, por suerte, su voz.
Verónica Bonacchi
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