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El Manso |
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Si, nosotros quemamos naves. Y no me arrepiento, pero si querés que te diga la verdad, cometimos algunos errores. Nada grave, pero conocerlos te puede servir a vos para no repetirlos. Como te conté en el Capítulo 1, mi marido y yo habíamos venido al Sur, concretamente a Bariloche, unas cuantas veces antes de la definitiva. Eso nos ayudó mucho y te recomiendo que lo hagas. Aunque hayas venido ya alguna vez, volvé a tomar contacto con el lugar antes de largarte. Ya sé, estás pensando que soy una pesada insistiendo con esto, porque vos estás reconvencido o reconvencida y no necesitás evaluar más tu decisión, pero creéme, ante cambios grossos también es importante dudar. Nosotros, por ejemplo, estábamos tan convencidos de que nuestra decisión de venir al Sur era acertada, que vendimos “el techo” que teníamos en Buenos Aires. Y desde ya que venirnos fue una decisión acertada. Y no sólo no nos arrepentimos sino que lo volveríamos a hacer. ¿Entonces...? te preguntarás. Entonces, que no debimos haber quemado naves vendiendo nuestra única propiedad. Hubiera sido mucho más piola conservarla y alquilarla para obtener un ingreso. Y hace unos años, cuando nuestros dos hijos se fueron a estudiar a Buenos Aires, se habrían podido alojar allí. Todo esto sin considerar la cantidad de gente que viene al Sur con idea de quedarse y al cabo de un tiempo – que puede variar entre uno y diez años – regresa a su lugar de origen por diferentes motivos (acordate de lo que te digo en el Capítulo 1 acerca de las crisis personales). Entonces, segundo consejo: si tenés un techo propio, te sugiero no desprenderte, sobre todo si es tu única propiedad. Para vender siempre hay tiempo, y conservarla te puede permitir arrepentirte de tu decisión sin mayores costos. Cuando nosotros nos vinimos a Bariloche, mi marido viajó primero para instalarse en la casa que alquilamos y recibir el camión de la mudanza que yo despachaba desde Buenos Aires. El tema es que yo no estaba sola, sino con mi hijo chiquito, que vio como unos señores desconocidos vinieron, se llevaron todas las cosas y la casa quedaba vacía. Yo no imaginé lo que podría pasar por su cabecita detres años, la inseguridad que podría transmitirle que se llevaran todo, incluídos sus juguetes y ver su casa, hasta ese momento su mundo conocido, totalmente despojada. Pero tomé conciencia cuando, durante el viaje en tren, se descompuso y comenzó a renguear porque le dolía una pierna... El asunto es que llegué con el chico enfermo y ¿quién fue la primera persona que visitamos en Bariloche...? El pediatra. Porque en cuanto salimos de la estación rumbeamos para su consultorio. Después de revisarlo y hacernos un par de preguntas decretó: “Es la renguera del perro. Llévenlo a casa y desempaquen todas sus cosas, sus juguetes, su cama y acomódenlas en su pieza.” Previsor, mi marido ya había hecho eso para recibirnos con calidez y en cuanto nuestro hijo vió sus “chiches” se puso a jugar. Al rato ya no rengueaba. Dato importante: en uno de nuestros viajes previos a instalarnos, le pedimos a un amigo médico (y papá) residente en Bariloche, que nos recomendara su pediatra. Por Luisa Peluffo
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