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Le está sucediendo lo que le está sucediendo a André Malraux desde hace varios años: lo descascaran. Es blanco de un raspado a fondo destinado a poner cabeza abajo para ordenar o desordenar -según se vea- tanta gloria acumulada. Sacudirlo. Desvestirlo del ropaje que se puso y le agregaron. Un volver a él que, de todas maneras, nunca se fue. Sí, se vuelve sobre Ernest Hemingway. Dos docenas de nuevas biografías publicadas en Europa y Estados Unidos. Densas. Argumentadas. Sólidas en el manejo de fuentes. Largas exploraciones que revisan papeles que dejó aquí y allá. Cartas. Apuntes. Opiniones circunstanciales. Puntuales, de momento. Reflexiones que alguien guardó. Un volver a peregrinar por los caminos por los que él peregrinó con esa inmensa disposición a la vida total, intensa. A la vida como la vivió y la terminó, ese orillar el todo o nada. Esa vida de "tótem y gloria de la literatura norteamericana", acierta el argentino Daniel Ares en su "Historia de escritores". La vida de ese hombre "que no pudo superar su propia victoria y fue derrotado por sí mismo. Ese hombre que luchó toda su vida para imponer su ficción sobre la realidad hasta que su ficción fuera realidad, y para nada"... ese hombre que "lo había logrado todo y todo lo tuvo en la vida, en plena juventud y madurez, cuando fue rico, admirado, respetado". Ese hombre que tuvo todo y terminó sus días "volándose la cabeza una mañana de julio del ´61, a los 62 años, con la misma doble caño 12/70 con que mataba leones". Se mató tanto y con tanta furia, en términos tan terminantes, que incluso por eso Ernest Hemingway siempre está. -Se mató mucho -solía reflexionar Osvaldo Soriano en noches de La Paz. La Paz que volvía por sus ruidosos fueros luego del gris de la dictadura que tanto lastimó a La Paz de avenida Corrientes. Sí, la "eterna puta" -como Ernest Hemingway definía a la muerte- ganaba la partida. Él le había facilitado el triunfo. Sí, Ernest Hemingway siempre está. Si se trata de un pez espada, él viene abrazado a Spencer Tracy, los dos bien mamados y acunados por "El viejo y el mar". Y si África y sus leones son el tema, aparece él. Y si se habla de corresponsales de guerra y sus vanidades, él dice "presente". La Guerra Civil Española, Normandía y aquel entrar a París atronado por campanas de liberación... Y si el divagar hace grescas a piña limpia en bares de la más variada calaña en los que el alcohol subió pendencieramente a la cabeza, ¿cómo no recordarlo a él? Él, el de "las botellas por el cuello, las mujeres por la cintura". Y si aparecen los toros, ahí llega él con "Muerte en la tarde" bajo el brazo. "El verdadero gran matador no es simplemente el torero lo suficientemente valeroso como para irse derecho al toro hasta una pequeña distancia y meterle la espada de uno u otro modo entre sus omóplatos, sino el que es capaz de llegar desde una pequeña distancia, lentamente, saliendo con el pie izquierdo, como debe hacerse y con tal habilidad en el manejo". Y si de literatura se trata, siempre está él. No por ser el mejor, si es que hay mejores. Simplemente porque es él. "Es un buen escritor", le concedió James Joyce, un ser magro a la hora de los reconocimientos. Y luego acotó: -Escribe tal como es. Nos gusta. -¿Y cómo es? -le preguntaron a aquel irlandés de literatura tan minuciosa. Entonces, una respuesta impecable. Orientadora. Pedagógica. Intensa desde la perspectiva de todo lo que precisa y lo que sugiere: -Es un campesino grande y poderoso, tan fuerte como un búfalo. Y listo para vivir la vida sobre la que escribe. Nunca la hubiera escrito si su cuerpo no le hubiera permitido vivirla. Pero los gigantes de esta clase son verdaderamente modestos: hay mucho más detrás de la forma de Hemingway que lo que la gente cree. Y está, claro, William Faulkner. "El maestro", dirá Gabriel García Márquez. "Inevitable a la hora hurgar en procura de talento", sostiene nuestro Andrés Rivera llevando a cuestas su formidable "La revolución es un sueño eterno". -¿Hemingway? Hemingway -sentenció Faulkner- aprendió por sí solo un modelo, un método que podía usar y se atuvo a él, sin enredar por ahí, intentando experimentar. Sí, Hemingway no hizo de su literatura un laboratorio de ensayo de estilos. No divagó ni se metió en especulaciones sobre cuestiones de estilo. Escribió acicateado por aquello que definió como sus dos seducciones intelectuales más importantes: "La palabra adecuada y la economía de palabras". -"El viejo y el mar" podría haber tenido más de mil páginas y dar cuenta de cada personaje de la aldea y del proceso de cómo vivían, cómo habían nacido, cómo se habían educado, tenido hijos, etcétera. Otros escritores hacen eso de manera excelente. Al escribir, uno está limitado por lo que ya se ha hecho de manera satisfactoria. Así que he tratado de aprender a hacer otra cosa. Primero traté de eliminar todo lo innecesario para transmitir experiencia al lector, para que después de haber leído algo, lo leído se convirtiera en parte de su propia experiencia y le pareciera que realmente había ocurrido. Es algo muy difícil de hacer, y trabajé muy duramente para lograrlo. Sí, Ernest Hemingway siempre está. Por esto o por aquello, pero está. Quizá porque -como lo señala Josep Castellet- Ernest Hemingway llenó "nuestra imaginación juvenil de héroes solitarios, de aventureros sin objetivo y de turistas americanos perdidos por el mundo en busca de emociones inéditas. Es decir, nos llenó de sí mismo y de sus sueños". O está también por esa especie de ritualidad existencial que desmenuza Fernanda Pivano en su "Hemingway", esa "capacidad inigualable de mantener vida a niveles muy altos de gran sabiduría, de gran conciencia, de gran dignidad, sobre todo de gran intensidad, y la realizaba al margen del moralismo y la moralidad, al margen de la constricción a cualquier regla. Era como si para él las reglas surgieran cada vez de la propia vida. En su ilimitado sentido de la soledad era como si la vida no hubiera tenido un comienzo sino que siempre hubiese existido y él sólo fuese un actor; no como alguien destinado a vivirla sino como alguien llamado momentáneamente a interpretarla". Y está también por aquel relato de aquel granjero de Rouen que lo conoció en los días en que la batalla iba rumbo a París. -Era testarudo. Le decían que no sacara la cabeza y él sacaba la cabeza; le decían que fuera a retaguardia de los soldados y él iba delante de los soldados. ¡Tipo tremendo! En fin, Ernest Hemingway siempre está. Descascarado o no, siempre seguirá estando. Un balazo para Bigotes
"En 1957 en Finca Vigía (casa de Hemingway en Cuba) había 57 gatos: 43 grandes y 14 pequeños. Vivían en la gatera, en el primer piso de la torre. Hemingway creía que había logrado una raza original a partir de los gatos criollos (cubanos) y de angora. Fomentó la tradición de ponerles nombres que incluyeran la letra 's' siempre. Estaba convencido de que a los animales les atraía esa consonante al ser alargada su pronunciación. De ahí, Boise, Missouri, Spnedy. "El más viejo de los gatos se llamó Ambrosy y sobrevivió ocho años a Hemingway, hasta 1969. Vivió 16 años y los empleados cubanos de la finca lo llamaban por su nombre español: Ambrosio. Era un gato blanco y negro, que es recordado por sus ataques de neurosis y su costumbre de registrar la alacena. "El más famoso fue Boise, el personaje de 'Islas en el Golfo'. En la novela se dice que fue un regalo del propietario de 'La Terraza' pero, en realidad, Gregorio Fuentes (el marinero que mantenía el yate 'Pilar' de Hemingway) se lo regaló al escritor. Boise era un gato viejo y maleducado. Consentido por su dueño, se subía a la mesa a la hora de las comidas. El cura don Andrés tenía esta imagen fija: al fondo, La Macía de Miró, Hemingway presidiendo la mesa y dándole comida y vino al gato. "El gato Bigotes también tiene su leyenda. Se había aliado con un gato rubio, forastero y agresivo. Una noche, en un rincón de la finca, mataron a la gata favorita de Mary (compañera del escritor). 'Ellos han sido', dijo Hemingway, cuando al mediodía llegó la noticia de la aparición del cadáver de la gata. Hemingway almorzó tranquilo. Después fue a su cuarto y regresó con un Winchester 22. En el pasillo, Bigotes se frotaba los pies. 'Está ajeno y distante, pero tengo que hacerlo porque se ha acostumbrado y a partir de ahora seguirá matando. Un crimen es sólo el inicio de un asesino', dijo Hemingway. Desde el umbral de la puerta le apuntó a la cabeza y apretó el gatillo. Bigotes fue proyectado como un balón de fútbol. Con un solo disparo Hemingway cerraba el 'Caso Bigotes'". (Norberto Fuentes en "Hemingway en Cuba". Edt. Letras Cubanas, 1984; libro con prólogo de Gabriel García Márquez. Fuentes fue colaborador de la Revolución Cubana, pero en los '80 marcó disidencias con el régimen castrista y dejó la isla con la colaboración del autor de "Cien años de Soledad")
CARLOS TORRENGO carlostorrengo@hotmail.com
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