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Apóstoles, Posadas, Buenos Aires, el país y el mundo. Ése es el recorrido hecho por el Chango Spasiuk desde que descubrió el acordeón, a los 12 años, en su Misiones natal. Se trata de un camino que va de lo pequeño a lo grande para este hijo de un carpintero y violinista y nieto de ucranianos. Y de lo grande a lo pequeño, también, porque con más de 20 años de trayectoria hace tiempo que viene quitando carga para dar con una música más pura y simple: "El misterio del sonido", como a él le gusta llamarlo. O, dicho de otra forma, esa sensación placentera que lo invadió de chico cuando su padre Lucas le regaló el primer acordeón; el momento en que las polcas y el chamamé se le incrustaron en el cuerpo. Hace 15 días, de gira por la región con su grupo y luego de una siesta reparadora -tocan de noche, viajan de madrugada y duermen de día- el "Cultural" lo entrevistó en Roca horas antes de su recital en la Asociación Española de esta ciudad. En el encuentro quedó claro que la siesta le produce buen humor -pese a que la mayoría sufre lo contrario- y que sus palabras expresan algo tan profundo como el sonido que crea con su banda. Mucho entusiasmo en ambos casos: sea con las manos en las teclas o con la palabra frente al grabador, por más que el Chango se ataje y diga que siempre escapa de las preguntas. "Ahora me toca tener que hablar cuando, en realidad, lo único que sé es tocar". Modestia aparte para el artista. El que sigue es parte de un extenso diálogo. -Venís de una familia de músicos de pueblo chico, hijos de inmigrantes, gente de trabajo que tocaba los fines de semana en casamientos y kermeses. ¿Podrías haber escapado de la música? -La explicación está en que mis hermanos nacieron en el mismo contexto y no fueron músicos. Uno viene a la vida para ser algo y, si no encuentra eso para lo que nació, todo lo que haga no sirve. Pero si descubre lo que tiene que hacer y siente a pleno, con eso alcanza y sobra, por más que hayas nacido en un pueblo chico. -En 1998, después de experimentar mucho y ampliar las posibilidades de tu música, apareció un gran quiebre. Grabaste "Polcas de mi tierra", un reencuentro con tus orígenes, una especie de homenaje a tus pagos y a su gente. ¿Cuál fue el mensaje que quisiste transmitir? -Que todos los lugares son bellos, que tenemos que aprender a ver la belleza en todas las cosas. Hice "Polcas" porque nací ahí, en Misiones. No fue en el sentido de decir "¡Miren qué lindo es lo mío!" sino para mostrar el contexto que hace a la persona que soy. O a una parte de lo que soy. Allí se escucha decir sus cosas a gente aparentemente ruda, que trabaja la tierra, que disfruta con una canción, se emociona y lagrimea. Mis padres eran así. Papá tocaba muy mal el violín, pero tenía una gran necesidad de música... era como un hambre. Y "Polcas" muestra eso. Es una música de antihéroes. -¿Cómo fue recibido por la gente? -La verdad, creía que sólo iba a circular entre quienes tenían vínculos con las colectividades de Europa del Este. Pero cayó bien en varios sectores. En Buenos Aires me crucé con pibes tatuados o con piercings que me dijeron que habían comprado "Polcas". -¿Y eso qué te dice? -Que la sensibilidad es algo de todos. En algunos está más expuesta y en otros, más tapada. Entonces, la idea es que a la música hay que prestarle atención más allá de las formas, porque hoy existe un excesivo desarrollo de las formas y nos olvidamos del contenido. Valoramos mucho las cosas por cómo se ven, por lo que aparentan ser y no por lo que son. -¿No crees que han surgido músicos muy técnicos a los que les cuesta transmitir algo más de fondo? -Más que enfocar en los músicos creo que faltan propuestas. Hay una sociedad que apuesta mucho al desarrollo de las formas. Cuando era más joven (corta un segundo y se asusta porque dice que le parece estar hablando como un viejo) creía que la fuerza de la música estaba asociada con el músculo, con la presión sonora. "Chamamé crudo" es el ejemplo de esa época. Pero ahora siento que no es así; la fuerza está en la idea y en el contenido de las cosas. Por eso cuando escuchás a Yupanqui te preguntás qué es lo que te moviliza. Y son muchas cosas: la voz, cómo canta, lo que dice, el peso de haber vivido y que a su vez le da sostén a lo que está diciendo. Ahí hay una fuerza que no es el músculo. -Y después de la etapa "muscular", los coqueteos con el rock y las invitaciones para tocar con Divididos, ¿qué apareció en la música del Chango? -Fue interesante la búsqueda que se dio en "Tarefero de mis pagos". Es una especie de balance para desarrollar la forma. Y cuando digo "desarrollar" uso la palabra en sentido opuesto: desarrollar para ir hacia algo cada vez más despojado, hacia lo simple. Eso es lo que se ve ahora en mis trabajos en estudio y en los conciertos. -A propósito de los casamientos y su música, ¿cuál es la diferencia entre los de antes y los de hoy?-Cuando tenía 13 años apenas sabía tocar dos temas y ya venían a la carpintería de papá a pedir que animáramos una fiesta. Hoy cualquiera que piense en un casamiento está hablando de discotecas, cantidad de ritmos, luces, rayos, orquestas... y al final, cuando vuelve a su casa, posiblemente sienta que no la pasó bien. Entonces, creo que no se necesita un montón de música para meter en la cabeza y decir "¡Cuánto tengo!". Necesito ese sonido para sentir que cuando bailo, bailo; cuando río, río; cuando me siento no es para pensar en el trabajo sino para disfrutar de un lugar ideal para conectarme con mis emociones. Así de sencillo. Y sólo basta con una canción para que ese momento sea diferente de lo cotidiano. -Has tocado en lugares disímiles: festivales de jazz en Europa, auditorios selectos de Nueva York, fiestas chamameceras y festivales folclóricos de todo el país... ¿dónde te sentís más cómodo? -Aprendí a disfrutar del lugar en el que estoy, del momento; sea un casamiento, en una casa, un bautismo, Cosquín. Es una gran mentira creer que cuando estás parado más adelante las cosas tienen sentido. En cualquier escenario estás dando y recibiendo algo, por minúsculo que sea. El mejor lugar para tocar no es entonces un teatro lleno: el mejor lugar para tocar es una situación en donde la gente que está quiere estar. -¿Qué te produce la devolución de la gente, el elogio? -Creo que es bello que la gente sea considerada con uno. Pero para mí es más bella la nueva oportunidad de sentarme a tocar, de sentir que puedo conectarme con esa sensación de intentar comprender de qué se trata el misterio del sonido.
-Llevás muchos años recorriendo el país; ¿cuál es el aporte de tantos kilómetros recorridos y lugares visitados? -Sirven para enriquecerte como persona y para tener nuevas impresiones. Pero viajar no significa que tenga que hacerme de otros colores para expresarme, porque ya tengo lo que necesito decir y todo lo demás es estímulo. Viajar sirve para poner en foco mi lugar y verlo desde otras perspectivas; también para valorar las cosas cotidianas, cuando no se tienen tanto en cuenta. -Y si mirás el camino hecho, ¿dónde estás ahora? -A fines de los '80 decían que yo estaba instalado... ¡nunca lo estás! En ese tiempo era el muchacho que todas las madres querían tener como hijo, hasta que mi música fue cambiando y empezó a dejar de seguir el gusto de la gente. Ya a mediados de los '90 tocaba menos en los festivales; mi sonido había cambiado. La gente por ahí te paraba y te decía: "¡No cambies nunca!". Y no sé si es un buen augurio, porque se cambia todo lo que no sirve pero las cosas verdaderas de uno no cambian nunca. JOSÉ LUIS DENINO josedeni@yahoo.com
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